Aquella fiera herida recordaba demasiado a su salvador
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El Gran Tigre está herido y acorralado por más de una docena de hienas. Ya había dado cuenta de tres enemigos, pero de espaldas a la pared del cañón se hacía difícil su contraofensiva, Recordó que meses antes había tenido algún acercamiento con esos animales, los había rescatado de las fauces de otros felinos y cazaban en conjunto. Ahora, querían más en la parte que él les dejaba después de la acometida. "¡Ingratos, caraj!", pensó mientras continuaba batiéndose.
Otros dos traidores quedan fuera de combate. No obstante, el resto se acerca peligrosamente… Llega la cebra. Les cae a patadas a varios de los atacantes. El cercado incrementa su ofensiva. Y el miedo de las hienas se convierte entonces en huida. La fiera agradece a su inesperado acompañante y le pregunta si ha sufrido algún daño. Le gana la alegría conocer que está ileso.
Quien apoyó le dice: “¿Por qué me lo agradece? Era mi deber. y más cuando usted le ha dado seguridad a mi manada: la protege, la ha situado en un área donde la alimentación y el acceso al agua son excelentes. Le debemos tanto… “Después, cada uno para su territorio. El Búho Mayor observa regocijado la escena desde la misma alta rama del árbol cuando fue testigo del final de la pelea.
Pasa el tiempo. Por todo aquello, el pájaro no entendía por qué el Tigrón no dejó crecer la amistad con la cebra y hasta lo situó en otro territorio que, aunque no malo, le causó problemas con el traslado y alejaba a la familia del centro. En un momento oportuno se arriesgó a preguntar acerca del esta preocupación cuidadosamente “...que con estos grandes uno nunca sabe y es mejor tenerlos contentos”. No tardó la respuesta:
“No es ingratitud, es visión sabia. Esa cebra sabe que le debo una; tal vez la vida. Me vio en un momento difícil, algo en baja, podía ser derrotado, no me observó arriba sino me vio vulnerable. Pese a ser discreto y no pedir nada por su acción, ni contarla por ahí, me sabe, Búho, me sabe. Ningún otro animal ha visto de cerca marcas de mi debilidad”.
Continúa luego de saborear unas masas; el interlocutor tiembla al ver las garras y los colmillos en acción: “Lo quiero lejos, compréndeme. Tengo una deuda con él y solo lo saben las hienas que como perdieron prefieren no tocar el asunto, y tú, a medias, desde el árbol, que dominas la importancia de cerrar el pico. ¿Y si le da por narrarlo y agregarle acciones a su heroicidad? No me conviene. Al mirarme veo en sus ojos su entrada en la pelea, y desde ella me dice; recuerda cómo me fajé por ti. Déjalo, tranquilito donde está o ya tú sabes…”
Para complementar el texto anterior deseo agregar el patakín que mi gran amigo el profesor Carlos Félix Alfonso me enseñó:
EL QUE IMITA FRACASA
El halcón y el águila podían volar muy alto y esto despertaba la envidia de los otros pájaros, quienes cierto día hicieron una apuesta con los envidiados de quién llegaba primero al pico de una montaña. El tramo escogido era corto porque pensaron que ganarían ya que el águila y el halcón pesaban mucho. Llegó el día de la carrera y todos partieron. Las aves chicas vencieron sacando una gran ventaja al águila y al halcón, los cuales llegaron al rato muy cansados y hambrientos, tan hambrientos que se comieron a sus competidoras sin resistencia alguna porque ellas estaban más cansadas.
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