DE LA VIDA COTIDIANA: Remedio contra el desánimo

DE LA VIDA COTIDIANA: Remedio contra el desánimo
Fecha de publicación: 
6 Junio 2019
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Para los que andan pastoreando desánimos y con la sonrisa deslucida, tengo un remedio: acercarse al parquecito de Loma y Tulipán, donde cada amanecer se reúnen las abuelas.

El secreto está no solo en mirar desde lejos, sino en intentar escuchar —como quien no quiere la cosa— qué comentan esas viejitas —algunas no lo son tanto— que en días alternos practican Taichí, así como ejercicios variados y también juegos para la buena salud del cuerpo y el alma.

Habría que oírlas comentando cuánta utilidad podían reportarles aquellas prácticas: «Nos mantienen en forma», «ayudan a la circulación de la energía», «te levantan el ánimo», «y también los senos» —agrega una cuarta señora, refiriéndose a determinado ejercicio de brazos.

Ella, con más de 70 calendarios a cuestas y el rostro cruzado de arrugas, defiende su sueño de mostrar pechos erguidos.

Un raro trastoque de almanaques sucede en esa pequeña porción de ciudad. Parecieran jóvenes disfrazadas de ancianas aquellas que en el parquecito se aprestan cada mañana, dándose ánimo y saludos, a comenzar su ronda de ejercicios.

Con una voluntad que quizás no tengan algunas de cabellos oscuros y escasos almanaques, bajan y suben lentamente haciendo cuclillas, estirando al cielo brazos que una vez fueran lozanos y que quién sabe cuánta ropa han exprimido, cuánta escoba han empuñado.

Como en cámara lenta, las añosas articulaciones se flexionan y distienden. Durante instantes, pareciera que alguna se rinde. Pero no, una tenacidad de gigante la ayuda en el impulso y ya está de nuevo erguida, sonriendo.

Cuando no se trata del Taichí, las torsiones de tronco, el trote, el rotar de brazos, los acompañan a veces de palmadas y cantos. Como el mejor saludo a cada mañana, se eleva el coro de las entusiastas: «Abuelita, vamos todos a cantar, porque tenemos el corazón feliz, feliz...»

Habría que ser un despojo humano para no sentirse compulsado, tocado hasta lo más hondo por esas voces rajadas que tantas nanas deben haber entonado; que tanta enseñanza y regaño, tanto susurro, lamento, arrullo o queja airada habrán articulado.

Pero que aún hoy, a pesar de tanto aguacero y quizás gracias a él, mantienen intacta la esperanza.

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