De mentiras y engaños: Los “falsos positivos” tóxicos del Imperio
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Hace unas horas se dio a conocer que jóvenes ingenieros de varias nacionalidades revelaron la falsedad de un informe de la ONU que achacaba falsamente al Ejército Árabe Sirio un ataque químico contra la población de Gupta Oriental, y que fue el pretexto imperialista para lanzar decenas de misiles Tomahaw contra una localidad del país árabe.
Los expertos integran la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), que es el organismo encargado de la aplicación internacional de la Convención sobre Armas Químicas. Fue laureado en el 2013 con el Premio Nobel de la Paz, debido a su importante labor en ayudar a la destrucción de estas armas en la guerra de Siria, donde también comprobaron la falsedad de otros presuntos ataques de este tipo achacados al gobierno de Damasco.
En ese plano están otros ataques químicos realzados por los terroristas al servicio de Estados Unidos, con confesiones de “víctimas” a las que se les pagaba y amenazaba al mismo tiempo, con el fin de colaborarar en la fabricación de documentales en ese sentido.
Todo en aras de evitar la expulsión de tales criminales elementos de la agredida nación, lo que está aconteciendo en estos momentos.
Ello me hizo recordar la propaganda malintencionada de los círculos reaccionarios estadounidenses, cuando Cuba pretendía levantar una planta nuclear con fines pacíficos, proyecto que quedó trunco por la desintegración de la Unión Soviética y la falta de financiamiento.
Pero, buscando la paja en el ojo ajeno, en Estados Unidos se levantaban objetos de obra similares, algunas de las cuales no guardaron la debida protección, como enunció hipotéticamente la película “Síndrome de China”, protagonizada por Jane Fonda y Jack Lemmon, estrenada en 1979, dos semanas antes del accidente nuclear de Three Miles Island, que intentó silenciarse en la prensa norteamericana.
El síndrome de China es una hipótesis extrema de la fusión de un reactor nuclear, en la cual el material fundido resultante del mismo atraviesa la barrera de hormigón o cemento debajo de él y fluye fuera del edificio que lo contiene.
El origen de la frase está relacionado con el concepto de que el material radiactivo fundido de un reactor nuclear estadounidense que sufriese semejante accidente podría atravesar la corteza de la Tierra y alcanzar las antípodas de Estados Unidos, popularmente asociadas a China.
Luego hablamos de Fukushima, del terremoto, el tsunami y posteriores réplicas tan fuertes como el sismo original que han causado la muerte de decenas de miles de japoneses, las mayores pérdidas conocidas ocasionadas por un hecho similar y un peligro radiactivo aún incontrolable e impredecible.
SE DICE POCO…
… pero los reactores de Fukushima tenían más de 40 años y fueron construidos con tecnología norteamericana, cuando el gran tamaño de las plantas nucleares ordenadas a fines de la década de 1960 en EE.UU. generó interrogantes sobre la seguridad y causó el miedo de que un accidente serio pudiese liberar una gran cantidad de radiación al medio ambiente.
A principios de la década de 1970 hubo una controversia, en la prensa técnica especializada y hasta en los medios masivos de comunicación, acerca del rendimiento de los sistemas de emergencia de refrigeración por agua de los núcleos en las plantas nucleares, diseñadas para prevenir la fundición del núcleo de un reactor.
Entonces el científico Ralph Lapp utilizó el término compuesto "síndrome de China" para describir la fundición de un reactor nuclear a través de su contenedor, y la posterior penetración del mismo a través de la capa de cemento debajo del mismo, con la consecuente irrupción de una masa caliente de combustible nuclear en el suelo circundante al edificio.
Basó sus declaraciones en informes de un grupo de trabajo de físicos nucleares encabezado por el doctor W.K. Ergen, que publicó sus informes iniciales en 1967.
A pesar de algunos accidentes nucleares, como el de Three Miles Island y el de Chernóbil en 1986 se trató de hacer creer que estos hechos eran poco probables e incluso que tal síndrome era una exageración, pero no hay que olvidar el peligro latente de los desechos radiactivos, avizorado en 1969 por Frank Herbert en su novela “Mesías de Dune”, en la cual se afirma que el combustible nuclear enterrado en la corteza del planeta tiene la potencialidad de destruirlo.
Esta situación es conocida y denunciada constante e inútilmente, debido al poder de las transnacionales que compran voluntades de políticos corruptos y se aprovechan de la miseria que ayudaron a crear para trasladar y enterrar tales desechos en zonas donde no se podrá vivir. De esto hay numerosos ejemplos.
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