Flores amarillas para el Gabo

Flores amarillas para el Gabo
Fecha de publicación: 
6 Marzo 2019
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Cuando el año pasado, también un 6 de marzo, Google dedicó su logotipo o doodle al aniversario del escritor colombiano, me pregunté qué hubiera dicho el Gabo de saber que su Macondo era recreado por uno de los buscadores más populares del mundo.

Ahora, al momento de redactar estas letras, en vísperas del nuevo aniversario, vuelve la interrogante.

Y no es porque el escritor y periodista colombiano, merecedor en 1982 del Nobel de Literatura, se llevara mal con las nuevas tecnologías. Aunque nació demasiado tarde para ver el cometa Halley en 1910 y no contaba con la seguridad de verlo pasar otra vez en 1986 —según escribió en el borrador de la inconclusa segunda parte de sus Memorias—, no solo volvió a verlo, sino que fue de los pioneros en emplear ordenadores.

Al menos, así presumía en febrero de 2005 durante la última entrevista que concediera, al Magazine de La Vanguardia:

«El primer ordenador que salió al mercado lo debí usar yo. Cuando escribía a máquina, tenía un promedio de un libro cada siete años, y con el ordenador pasó a ser uno cada tres años, porque la computadora hace mucho trabajo por uno. Tengo varios equipos exactamente iguales, uno aquí, uno en Bogotá y otro en Barcelona, y llevo siempre un disquete en el bolsillo».

Sí, su época como escritor en activo fue esencialmente la de los disquetes, pero obviamente alcanzó a llevar en el bolsillo alguna memoria flash. De hecho, el primer libro que escribió en una PC fue El amor en los tiempos del cólera, publicado en 1986.

Aunque tuvo la valentía de abandonar su vieja máquina de escribir y lanzarse —no sin algunas aprehensiones— a las aguas de las nuevas tecnologías, incluyendo la navegación en Internet buscando sobre todo el acontecer noticioso, se hace difícil suponerlo tecleando en la computadora ciertos diálogos entre Fermina Daza y Florentino Ariza que uno preferiría imaginar anotados a mano con tanta pasión, que los rasgos de algunas letras quedaran enterrados como alfileres en la cuartilla.

A propósito del asunto, había respondido a Carlos Gabetta en una entrevista: «Creo que a eso de la computadora le han puesto demasiada música. Para mí, la computadora es una máquina de escribir mucho más simple, práctica y útil. Yo empecé con la pluma aquella de palo de madera y luego pasé por la estilográfica, la vieja máquina de escribir mecánica, la eléctrica y ahora la computadora, que no escribe las novelas por mí, sino que me permite trabajar mucho más rápido, y más descansado. Si a mí me hubieran dado la computadora hace veinte años, tendría dos veces más libros escritos».

Pero aunque se llevó bien con las TIC, como uno de los tantos migrantes digitales, no nació al borde de una laptop, y muchos menos prendido a un teléfono celular.

Resulta imposible siquiera pensarse a este hijo de telegrafista nacido en Aracataca mandándole SMS a su amantísima esposa Mercedes, sentada al otro lado de la mesa donde comparten almuerzo. Exactamente así es como intercambia con su novia uno de mis vecinitos, a quien le pregunté si sabía quién era Gabriel García Márquez. Sin siquiera quitarse los auriculares, me respondió con un distante: «me suena».

¿Cómo mi vecinito, que dedica más tiempo a mirar pantallas que rostros, entenderá la grandeza de los textos del Gabo? ¿De qué modo interpretará aquello de «Solo porque alguien no te ame como tú quieres, no significa que no te ame con todo su ser»? Son solo preguntas.

Para nada deberían interpretarse como algún tipo de animosidad hacia las TIC, que no tienen por qué estar reñidas con la sensibilidad, inherente a los humanos, no a las tecnologías.

De hecho, si el Gabo hubiera compartido cuna y calendarios con los Millennials, quizás su novela Cien años de soledad podría haber comenzado de otra manera: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar la remota tarde en que su padre le permitió por primera vez entrar a Facebook». O quizás no hubiera escrito nunca esa magistral obra, sino otra... o ninguna.

De todos modos, este miércoles, cuando García Márquez hubiera cumplido 92 años, y quizás Google decida dedicarle otro doodle, prefiero imaginarlo rodeado de mariposas o rosas amarillas porque, como alguna vez declaró, «Mientras haya flores amarillas, nada malo puede ocurrirme».

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