Más que Shibui

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Más que Shibui
Fecha de publicación: 
28 Octubre 2018
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Le comentó que para qué tanto esfuerzo por enseñar a bailar danzón a los jóvenes, si nada más andan con eso del reguetón y con el celular como carapacho de jicotea. Lo ido, ido está, sentenció lapidaria.

Su interlocutora se quedó mirando, pensando, y recordó sus sentimientos cuando, en los pocos ratos libres, se dedicaba a descoser aquellos tejidos a crochet que habían permanecido por generaciones adheridos a restos de tela blanca que una vez fueron sábanas.

Mientras deshacía con precisión de cirujana cada una de las pequeñísimas puntadas que unían el tejido a la tela, siempre se preguntaba qué mujer de sus ancestros había invertido horas en aquella labor. Quizás lo había hecho con el alborozo y el pudor una tatarabuela, entonces muchacha virgen preparando su ajuar de boda. Tal vez lo que ahora descosía había sido la randa que marcó la espalda de la novia en su primera noche de recién casada.

O habría sido la bisabuela solterona quien se estuvo con la aguja y el hilo ayudando desde una inocencia y una envidia de lástima a preparar el ajuar de las otras hermanas, las casaderas.

Todo eso pensaba ella mientras separaba de la tela y reparaba los tejidos a crochet. A veces, cuando se olvidaba del tiempo y le sorprendía la madrugada, alguna que otra vez se sobresaltó al percibir como un cambio de luz pasando junto a ella, al sentir cierto olor a polvos de arroz y añeja agua de colonia, breve pero innegable como un suspiro.

Tal vez sea la bordadora que regresa, se decía, y no sentía miedo, porque los antepasados nunca vuelven para lastimar. Y menos esta al saber que su obra era rescatada, restaurada.

Del mismo modo que las cadenetas del tejido se enlazaban, así sentía ella que su presente se enlazaba inevitablemente con el pasado, incluso el más remoto, el que no vivió, pero que de todas maneras formaba parte de ella y seguía alentando junto a su nuca.

Todo eso volvió a revivir, a repensar, cuando la amiga le hablaba. No, lo ido nunca se va del todo. Posee esa belleza, ese encanto misterioso y sepia de las respuestas silenciadas. Vintage, retro, son adjetivos que usan algunos frente a descoloridas victrolas o carteles Art Decó, pero hay otro vocablo: Shibu.

El escritor estadounidense Christopher Moore explica en su libro En otras palabras, publicado hace diez años, que existen vocablos privativos de determinada cultura, que no pueden encontrar reflejo en otra lengua.

La palabra japonesa Shibu se refiere a cierta y específica belleza que va manifestándose con el envejecimiento. "Describe una estética que solo el tiempo puede revelar", dice Moore y amplía: “A medida que nos hacemos mayores y más marcados por la riqueza de la experiencia de la vida, irradiamos una belleza que nace de volvernos completamente nosotros mismos".

Es un término que se aviene "a casi cualquier cosa: una persona, una casa o incluso un pedazo de madera vieja", detalla Moore.

Sí, probablemente los japoneses le llamarían Shibui, ese vocablo de significado hermoso e intraducible, pero hay palabras en lengua española que igual servirían, y hasta mejor.

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Interior del Cerro (René Portocarrero, 1943)

Son de esas que siempre hay que mantener lustrosas y seguir alimentándolas, darles de comer.

Habría que hacerlo primero desde casa, con un viejo tejido a crochet, por ejemplo, o mostrando unos pasos de danzón. Eso, para cuando uno oiga luego cierta melodía o contemple aquella ceiba, o aquel ingenio con su campana, o vea su isla en fotos tomadas desde el espacio, o recreada su luz por la paleta del pintor o por los vitrales o trenzada en el encaje de una reja o una prosa, sepa que ese cosquilleo innombrable, el mismo que a veces se siente al escuchar el himno o asomarse al amanecer, se llama apego, pertenencia, herencia, raíz, tradición, palabras todas que, aunque laten con ritmo propio en cada pecho, pueden traducirse a cualquier idioma.

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