Mundial de fútbol: ¿Que a cuál equipo le voy?

Mundial de fútbol: ¿Que a cuál equipo le voy?
Fecha de publicación: 
18 Junio 2018
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Ha comenzado el Mundial de Fútbol y, según estimados, casi la mitad de la población mundial, unos 3 mil millones de personas, estarán siguiéndolo en cuerpo y alma.

Entre ellos se apunta mi vecina Ildelisa. Cuando ayer pasé frente a su puerta entreabierta, tenía la mirada clavada en la pantalla del televisor como si en ese rectángulo estuviera jugándose la vida.

Tan absorta estaba, que llamé, empujé la puerta, y solo se dio cuenta de mi presencia cuando sintió el crujir de la butaca donde me había sentado a su lado.

-¡Ay, mi amiga!, fue su saludo acompañado por un hondo suspiro.

-¿Qué, perdió tu equipo?

-¿Cuál equipo?

-El de fútbol, mi’ja; se acaba de terminar ahora el partido.

-¿Ah, sí?

-Pero, Ildelisa, ¿tú no estabas mirando el juego?

-Nooo, yo estaba mirando al portero; es decir, a los dos porteros, y no pude decidir cuál estaba mejor.

En realidad, lo que atrae a la vecina no es, ni mucho menos, el principal móvil de los fanáticos o simplemente admiradores de lo que han dado en llamar, no sin razón, deporte de multitudes.

Sin dudas, esta es de esas oportunidades únicas, al igual que las olimpiadas, que bien vale la pena disfrutar, aunque ningún equipo del terruño esté en el campo.

Pero ocurre que lo que para unos es regocijo, para otros se vuelve pesar. Y ya en más de un hogar cubano han empezado los conflictos por cuenta del Mundial.

Las telenovelas, Pánfilo y otros programas coincidentes en horario con la transmisión de los encuentros, ponen a rivalizar a los esposos más amantes, a las madres e hijos mejor llevados, a los abuelos y nietos que más se quieren.

También vale un aparte para aquellos que el fútbol no les estremece el pecho y casi ni les hace cosquillas, así como para los que no les interesa ni saben en absoluto de ese deporte –porque los hay.

A los que anidan en esa orilla, por estos días suele embargarles un misterioso sentido de culpa que les hace apartarse, como quien no quiere la cosa, de los corrillos donde se comenta apasionadamente de este o aquel partido.

Si no les queda más remedio que tomar parte en el debate –porque cualquier otra postura llamaría demasiado la atención-, lo hacen a modo de espejo, replicando lo que dicen quienes más gritan, o, en última instancia, asintiendo con la cabeza una y otra vez, como aquellos perritos que durante un tiempo adornaron pizarras de los autos que circulaban por las calles cubanas.

Por estos días, y al menos hasta el 15 de julio con la gran final, no saber de fútbol es como estar aquejado de halitosis... o algo peor.

Y si aquel que nada sabe de balones, porterías, golazos y de hinchas es del género masculino, pues la cosa podría complicársele aún más. Porque hasta algunas cejas se enarcan dudando de su virilidad, aunque hasta entonces haya sido el más gallo del gallinero.

Mientras transcurre la cita mundial más importante del deporte rey –el más popular y el mejor pagado-, se viven muchas emociones contradictorias. Porque están los que quisieran verlo todo, todito, sin importarles que al tercer día los ojos se les conviertan en una especie de huevos fritos con pestañas, y aunque quieren, no pueden.

Deberes laborales, familiares, compromisos ineludibles, planificados o imprevistos, impiden a la mayoría de los mortales permanecer inmóviles frente a las pantallas durante los 31 días con sus 64 encuentros que dura esta Copa del Mundo, aun deseándolo fervientemente.

Es entonces que a los más fans se les ve como entretenidos; olvidan asuntos o datos importantes; están, pero no están. Y en cuanto tienen una oportunidad van a actualizarse de cómo va el partido, a lamentarse o a gritar eufóricos, si entre los contendientes está alguno de sus equipos preferidos.

Nadie sabe si para evitar pifias como las descritas en centros laborales, e incluso en la vía pública, quizás para cuando esté jugándose la semifinal o la final, en alguna de las 32 naciones cuyos equipos toman parte en el Mundial decidan declarar un día de asueto.

Mientras tanto, que la alegría o el disgusto -según triunfos o derrotas- no empañen la cordura de nadie, y que mi vecina Ildelisa, de tanto evaluar el trabajo de porteros, delanteros, defensas y mediocampistas, termine amando realmente al fútbol, ese que hoy enamora a multitudes.

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