ZONA CRÍTICA: Bailando en Cuba, bailando bien (+ Video)

ZONA CRÍTICA: Bailando en Cuba, bailando bien (+ Video)
Fecha de publicación: 
20 Marzo 2018
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Si alguien tenía dudas, la segunda temporada de Bailando en Cuba debe haberle aclarado las cosas: este no es un concurso para simples bailadores, aquí se premiará a los mejores bailarines (con toda la carga de subjetividad que implica una selección en el mundo de la danza), a los que exhiban las mejores credenciales técnicas e interpretativas, a los que asuman mejor las demandas de coreografías —unas más que otras— en el más ecléctico y brillante estilo del cabaret o del espectáculo musical (que, se sabe, son ámbitos de confluencias).

Todavía hay quien se lamenta porque el programa no se parezca al mítico (y también un poco idealizado) Para bailar. No es lo mismo, ni tendría por qué serlo. Si surge un proyecto como aquel, bienvenido. Pero eso no significa que este no sea legítimo.

Esta no es una competencia para aficionados, aunque algunos aficionados se aventuren, con mejor o peor suerte. No lo fue desde el primer momento.

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Los dos bailarines que ganaron la temporada anterior tenían escuela (uno formaba hace rato elencos de compañías profesionales, su compañera era estudiante… de danza).

Merecieron el premio porque bailaron bien, bailaron sustentados por una técnica y pusieron un extra. Y lo que bailaron (evidentísimo) no eran los sencillos pasos de un baile de salón, de una rueda de casino… Era danza espectacular, creada para el escenario, con saltos, giros y cargadas que precisan de estudio y condiciones.

En aquel momento, lo dijimos: el problema era que no estaba claro el carácter de la competencia, qué se pedía, qué se premiaba. Ahora sí. Y ciertamente, hay competidores que vienen «de la calle», y algunos, preciso es reconocerlo, tienen mucho talento y habilidades. Pero no asombra el hecho de que los que, a todas luces, tienen más posibilidades de ganar sean, en buena medida, bailarines profesionales.

Nada que objetar, si eso queda claro. Que gane el que lo haga bien, venga de donde venga. Pero nadie podrá decir que aquí ganó el que bailó mejor el mambo, el son, el mozambique o el guaguancó (claro, seguramente los que ganen serán también excelentes bailadores), porque no fue precisamente eso lo que se les pidió en las rondas de eliminatorias. O sí, pero solo para decidir quién salía de la zona de peligro. Los puntos se otorgan por la calidad del dueto… y en los duetos, los bailes populares están pasados por el filtro del espectáculo escénico.

Entre los coreógrafos, los hay buenos y otros no tanto; hay veces en que la coreografía influye muchísimo en el desempeño de los concursantes. Pero está claro que los que tengan las mejores piernas, las mejores rotaciones, los mejores saltos, la mejor coordinación… podrán sacarles más provecho a esos montajes. Y puede suceder (y ha sucedido) que determinadas secuencias expliciten las debilidades y las carencias de más de uno.

En ocasiones, los jueces resultan algo vagos al expresar sus apreciaciones, pero también pueden ser muy específicos, y esas observaciones, las más técnicas y las de pura interpretación, son buenas para los concursantes… pero también para el público. Lástima que la edición no siempre ayude.

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En el último programa, por ejemplo, el maestro Santiago Alfonso estaba explicando cómo se deben hacer los chaines, mientras en pantalla se graficaba un salto. El que no sepa, se confunde.

Los reportajes de Roclan, a lo largo y ancho del país, ofrecen un panorama interesante de la riqueza de nuestros bailes y danzas; las visitas de los concursantes a centros artísticos, docentes o de salud, compañías de danza, instituciones diversas… también contribuyen a ese carácter cultural que el programa está interesado en exhibir. De acuerdo, se parte de los formatos de la televisión más comercial, pero se reviste todo con una vocación educativa y orientadora.

Perfecto. Pero no hay que exagerar. Se puede dedicar un programa a la poesía (como el más reciente), pero no es necesario «casar» poemas de clásicos de nuestra lírica con las coreografías de ocasión. Si tratar de recrear en el cabaret los versos de Lezama Lima parece pretensión titánica, decir que una coreografía al uso es el mejor homenaje a la lírica de Gastón Baquero ya es un despropósito. No hay que tenerle miedo al espectáculo por el espectáculo. Hay que hacerlo con buen gusto y suficiencia, el resto vendrá solo.

Un último señalamiento: sería bueno que las reglas estuvieran claras, bien claras, desde el principio. Ponerse a cambiar cosas en la marcha le resta seriedad al concurso. Y se corre el riesgo (como sucedió en Sonando en Cuba) de que al final no se sepa muy bien cómo lidiar con los cambios.

A Bailando en Cuba 2 volveremos. Hay tela para cortar…

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