CRÍTICA DE CINE: Vicky-Cristina Barcelona

CRÍTICA DE CINE: Vicky-Cristina Barcelona
Fecha de publicación: 
23 Enero 2018
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Vicky (Rebecca Hall) y Cristina (Scarlett Johansson) son dos muchachas que toman vino en un restaurante. De la nada aparece un hombre —un Javier Bardem no demasiado gallardo, pero definitivamente muy masculino y seguro de sí mismo— que las invita a hacer el amor y a pasarse juntos el fin de semana.

Rebecca Hall se ofende muchísimo.

—¿Qué te molesta de mi propuesta? —le cuestiona Javier Bardem—. ¿No será que te encuentre atractiva y quiera hacer el amor contigo?

Los personajes de Woody Allen están tan llenos de vida, que sudan contradicciones. Estamos ante una película tan divertida como inteligente. Tan ligera como maliciosa. Un exquisito catálogo de todo lo que puede ocurrir cuando seres pensantes —nunca olvidar que estamos en el universo de Woody Allen— recurren a la magia de la lujuria, el amor y el deseo.

Penélope Cruz se come la pantalla. No es el suyo un personaje protagónico, pero despedaza la presencia de la siempre bella —me recuerda a Ava Gardner— Scarlett Johansson. La Cruz tiene un personaje tan rotundo y caótico como solo puede asumir una mujer hispana que se ha abierto a machetazos un camino en el mundo angloparlante.

Vicky-Cristina Barcelona es una película mucho más seria de lo que parece. No se dejen confundir por el torrente de frescura y por lo sexy y divertido que parece cada diálogo. Es mucho más que una ácida comedia sobre el mundo de la pareja. Es un cuestionamiento inexpugnable de lo que se quiere en una relación.

Por un lado, Cristina está comprometida para casarse. Tiene una relación estable, pero aburrida. Por el otro, su mejor amiga, Vicky, va explorando todo lo que en el sentido amoroso le ponga por delante la vida. Ella está abierta a tríos, a redelinear su mente en cuanto a tratamiento de celos. Quiere redefinirse y crearse en cada paso. No sabe lo que quiere, pero quiere algo más que lo tradicional de casarse y estar juntos para siempre.

Si estuviéramos hablando de correlaciones entre la película y la mitología griega, pudiéramos decir que Vicky es Dafne, que se rehúsa a ser algo más que una ninfa consagrada a Artemisa, que declina la posibilidad de ser infiel y desecha la oportunidad de probar los placeres lujuriosos de la vida.

Cristina, en cambio, sería Afrodita: ella surge de la espuma del mar, coronada con exuberantes trenzas. Ella se entrega a vivir en la generosidad de un trío amoroso que le nutre su autoestima y su creatividad.

Y por sobre todos los estados de desconcierto del ser humano, la vida: todo es impermanente. Ya lo dijo el emperador Marco Aurelio: La única manera de no sufrir es no desear, y en eso los seres humanos tenemos una contradicción inmensa, porque es el deseo el que nos mueve a ser mejores. 

No hay nada en la vida que sea permanente. Ni siquiera la vida misma. Se termina la relación no convencional que Scarlett Johansson desarrolla con Javier Bardem y con Penélope Cruz. Se acaba el deseo de Rebecca Hall.

Las intenciones de ambos personajes se remueven y cambian de postura. Esperemos que hayan tenido la oportunidad de aprender de sus experiencias porque la vida no repite las lecciones.

Oviedo es el escenario del argumento de esta cinta. Ya sabemos que en la vejez a Woody Allen le ha dado por hacer homenajes a distintas ciudades. En esta ocasión entrelaza la historia de su película con España, así como otras veces lo ha hecho con Francia (¿se acuerdan de Midnight in Paris?).

A ratos, las vicisitudes de los personajes se nos antojan una mera excusa para homenajear a España… Y la guitarra española y las personas degustando los vinos... y el castellano mezclado con el inglés en frases exóticas... dan la idea de que estamos en un recorrido turístico más que en una cinta de un hombre que ha demostrado ya ser un genio del cine moderno. Pero ¿acaso importa?

La película es estimulante y cautivadora. Y va a quedar en el imaginario de cada persona que haya tenido o desee tener una relación de pareja que amplíe los límites de lo convencional. Vicky-Cristina Barcelona (2008) es disfrutable como un romance de primavera: efímero, pero implacable.

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