ARCHIVOS PARLANCHINES: Los peloteritos de Regla

ARCHIVOS PARLANCHINES: Los peloteritos de Regla
Fecha de publicación: 
10 Noviembre 2017
0
Imagen principal: 

 

Morirse en plena adolescencia, cuando se sueña con cambiar el color del cielo y jugar a las «cuatro esquinas», a las bolas o al trompo, es una broma muy pesada, casi ridícula, imperdonable. Los niños de este relato quisieron ser peloteros famosos y, como nada ni nadie desaparece del todo, permanecen haciendo fildeos espectaculares y bateando jonrones eternos en el imaginario popular…
 

La primera vez que escuché hablar sobre los peloteritos de Regla fue en el museo de la ultramarina localidad, donde me enseñaron algunas fotos. Más tarde le pedí detalles a Antonio, un amante de las tradiciones, marido de mi prima Nilda, y en efecto, el tema era doblemente interesante por la edad de los deportistas y las inusuales circunstancias de la tragedia. Al cabo de cierto tiempo, ya comprometido con el asunto, visité la Loma de los Cocos, el lugar de la desventura, y comprobé que el acontecimiento sigue pegándole duro a los habitantes, a pesar de los muchos años transcurridos. Entonces, no lo pensé más y decidí incluir el tópico en mi libro Habanerías, dado a conocer no hace mucho por la editorial española Guantanamera.
 

Loma de los Cocos
 

La propia historia de la Loma de los Cocos es extraña y ha tenido en remojo a muchos pipiolos. Amado Regino Valdés López, especialista principal de Literatura y Cultura Popular de la Casa de la Cultura Roberto Faz, de Regla, me comentó en una entrevista que le hice en 2014:
 

«Cuando empecé a trabajar como investigador en Regla lo que más me impresionó fue la mitología existente alrededor del macizo. A este le llaman así, no porque existan cocoteros, sino porque, según viejas crónicas de viajeros, la loma era pelada, semejante a la parte interior de un coco, con una ceiba en su punto más elevado. El sitio siempre ha sido enigmático, propicio para el desarrollo de muchas leyendas y narraciones, en las que están presentes las prácticas de la santería. En primer lugar, despierta la curiosidad la existencia allí de la roca serpentina, extraída de lo más profundo de la tierra por el impacto de un meteorito que cayó en Yucatán. Asimismo, se conoce la existencia en su geografía de tierras raras, no comunes, y en una de sus áreas existe un «espacio oscuro», donde las comunicaciones radiales y de otro tipo se opacan. Son originarias de la zona las dos familias de Regla que padecen de ictiosis —piel de pez—, una enfermedad genética, surgida como resultado de algún tipo de radiación natural existente en la altura, causa probable igualmente de las alucinaciones sobre «aparecidos» y extraterrestres de algunos vecinos».
 

Cuenta Juan Roca (Mongué), viejo trabajador de una fábrica de frazadas de piso y de la empresa de Servicios Comunales, que a los diecinueve años empezó a cuidar y a entrenar a medias a un grupo de niños que, al cabo de cierto tiempo, tratan de integrar una novena de béisbol que se estaba formando en Regla bajo el mando de un experimentado mánager y el apoyo de varios comerciantes locales. Y tal vez dichos mozuelos les hubieran hecho competencia a los peloteros de ese municipio que se hacen notorios en los años sesenta y setenta, como Manuel Hurtado y Jorge Trigoura, de no ocurrir un drama de sangre que llena de horror a todo el vecindario.
 

Mongué, a quien localicé hace como dos años en las cercanías del templo de la Virgen de Regla, donde se ganaba la vida como consultor espiritual, me amplía:
 

«Ellos practicaron conmigo en la Loma de los Cocos durante varios años. Les serví desde niños y a sus familias. Ellos vivían en la calle Céspedes y estudiaban en el colegio El Morro, ubicado entre Céspedes y Aranguren. Eran una maravilla: cariñosos, atentos, joviales. Me decían: “Usted es el que más sabe de esto”. Yo los enseñaba a tocar la bola, a robarse las bases y esas cosas, con sencillez, sin mucha técnica. Deseaban que fuera su entrenador y yo les decía: “Bueno, muchachones, pero vamos a ver si me dejan dormir”.
 

Un día empezó a lloviznar y les dije:
 

—Recojan, que está tronando y ustedes tienen spikes
 

Me dijeron que no se irían y les grité:
 

—¡Por lo menos quítense los spikes…!
 

No me hicieron caso y allí mismo una centella mató a tres, incluyendo a Alfredo, el más entusiasta de todos los jugadores. Cuando vi a los chiquillos en el piso, pensé que se habían tirado para imitar a los corredores al llegar a una base… pero después me dije: “Aquí pasó algo grave”. Me acerqué y vi las quemaduras. Yo todavía los “miento”…»
 

La cólera de Zeus
 

El 30 de septiembre de 1950 pierden la vida Juan Ernesto Rodríguez Borges, de 15 años; Alfredo Argüelles González, de 13, y Germán Pérez Estévez, de 12. También son afectados los adolescentes Diego Rodríguez Crespo, Ricardo Peña Bolaños y Rubén Duarte Dan, que escapan con laceraciones más o menos graves y son atendidos en la Casa de Socorros de Regla, en un lateral del inmueble de la Alcaldía. El hecho, mezcla de deporte y malaventura, niñez y congoja, está lleno de paradojas: cuando uno tiene quince años o menos ha andado mucho y nada a la vez. No es lo mismo caminar entre los retoños de los campos de sol que tirarse de la farola del Morro para comerse el mar con palitos chinos.

alt
Diego Rodríguez Crespo, uno de los sobrevivientes de la desventura, junto a un familiar.

Leandro Carvajal Rodríguez escribe en un reportaje publicado en Bohemia el 8 de octubre:
 

«La cólera de Zeus, nunca más injusta, se sació el pasado sábado en la sociedad reglana, arrebatándole tres bellas esperanzas. Marina, simpática y acogedora, sonreía esa tarde Regla a la vida, sin sospechar que aquella tormenta en ciernes, que no entibiaba su alegría ni alcanzaba a retener en sus hogares a los mocetones revoltosos, iba, en breve, a enlutarla despojándola de tres de estos que, ansiosos de aire libre y diversión, jugaban a la pelota (…)».
 

El alcalde de Regla, el populista Octavio Cabrera, quien regala besos, abrazos y apretones de manos en todas las esquinas, declara duelo oficial y corre con todos los gastos del velorio y el entierro. A pedido del futuro juez de instrucción del caso, doctor Pedro Valdés Blanco, y de toda la población, los féretros son colocados en el salón de ceremonias del municipio, el cual recibe innumerables ofrendas de flores y lágrimas. Al adiós final asisten sus compañeros de escuela y un enorme gentío que desborda el angosto cementerio de la localidad.

alt

El funeral se realiza en el salón de ceremonias de la Alcaldía.

Rumbo al cementerio

Los peloteritos de Regla son despedidos por sus compañeros de escuela y por un enorme gentío.

¿Rayo o centella?
 

Durante décadas, algunos estudiosos han tratado de desentrañar los misterios del suceso y no han podido: los jovenzuelos jugaban con sus trajes de peloteros casi debajo de la ceiba que reina en el promontorio —la nieta de la original— y este árbol, por su forma esférica, disipa los corrientazos; además, su madera es muy aislante y no atrae a los rayos. Los bisoños beisbolistas estaban detenidos en diferentes posiciones dentro del terreno, por lo que el «fusilazo» solo debió alcanzar a uno de ellos; la descarga eléctrica final dibuja en el piso una suerte de media caña, al estilo de una tubería de barro que es cortada por su centro a todo lo largo y, para colmo, la tierra se cristaliza en un espacio bastante grande y delata la existencia de una temperatura muy alta.
 

¿Puede un simple rayo hacer todo esto? No, según los expertos en tales cuestiones. Tras descartar varias conjeturas, se cree que el trágico hecho es provocado por una centella o rayo globular, frecuente en ciertas tormentas eléctricas, el cual toma la forma de un brillante objeto flotante que, a diferencia de la breve descarga común, es persistente y presenta un color entre rojo y amarillo. Incluso, se sabe que una anomalía similar destruye en los años ochenta del siglo anterior un radar del Instituto de Meteorología de Cuba, en Casablanca. Amado Regino, escritor asimismo de la columna digital Reglanidad, de corte costumbrista, tiene el testimonio de una señora del vecino reparto Unión que ve, el día del fallecimiento de los infantes, una bola de fuego que cruza hacia la Loma de los Cocos y provoca, luego, «una explosión».
 

La edición matutina de El Crisol del 2 de octubre de 1950 difunde una foto muy reveladora sobre la agonía de la Loma de los Cocos: en ella se ven unos zapatos spikes, unas medias sucias y machacadas y unas piernas inertes que ya no correrán en demanda de la primera almohadilla. Al lado, a la manera del dios griego Apolo, coloca un hermoso, enorme e inolvidable olivo. Un bálsamo para sus lectores de siempre.

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.
CAPTCHA de imagen
Introduzca los caracteres mostrados en la imagen.