CRÓNICA POR UNA CRISIS: La bronca

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CRÓNICA POR UNA CRISIS: La bronca
Fecha de publicación: 
27 Octubre 2017
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Con estos relatos del periodista Víctor Joaquín Ortega, colaborador de Cubasí, nuestro sitio quiere homenajear la resistencia del pueblo cubano y la dimensión de estadista de nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro en los días difíciles y estremecedores de la Crisis de Octubre, 55 años después de aquellos hechos que pusieron al mundo al borde de una confrontación nuclear. Pero no es una cronología de los acontecimientos, no es la Historia en mayúsculas, sino el día a día vivido desde adentro y contado, como dice el autor en su presentación, "como un soldado del pueblo". Durante esta semana, la misma de aquel 1962, CubaSí irá publicando esta Crónica por una crisis.

Este cuerpo que crece
bala, lava,
que crece machete,
que crece verso
que crece espiga.
Carlos Martí

Estoy disgustado. La bronca comenzó a final del almuerzo. No había ni un oficial por los alrededores. (Me siento en la tierra y recuesto la espalda en el tronco de una palma. Si yo fumara me haría bien… hasta un tabaco).

-¡Qué carajo te has creído! Si quieres mejor comida vete pal Habana Libre.

-¡El carajo te lo metes, cocinero de mierda! Lo que tú cocinas ni a los puercos le gusta y, de contra, me echas menos que a los demás. Vi cuando le hiciste señas al pinche; no soy bobo, compa, y sé que te caigo gordo.
Pone la bandeja de aluminio con su almuerzo sobre la mesa que lo separa del oponente. Los compañeros interceden.

- Dejen eso.

- ¡Compadre, por la comida!

- Eso es una bobería, olviden la cosa.

Pipo no ceja.

- No es por la jama, caballero. Soy hombre y nadie se pue’ burlar de mí, y al chino mulatito de porquería este lo voy a entrar a patá por las nalgas.

El cocinero deja los calderos y sale espumadera en mano. Pipo le va encima. No lleva espumadera pero le saca casi veinte kilos y tremendo tramo de estatura.

Me meto en la disputa.

- ¡No sean idiotas!

En medio de los dos, a cada uno un buen empujón.

- Déjeme desbaratar al tipo este, joven comunista.

- Pipo, ¿dónde diablos tú crees que estás?

- Déjelo, comisario, déjelo, que al blanquito este lo voy a dejar lisia’o.

Pipo le envía un golpe por encima de mí; el cocinero lo esquiva. Empujo más fuerte al agresor. Su mirada en mí. Le brilla la rabia.

- Óyeme, Pipo, aguántate que tú no eres más hombre que los demás o quieres que te lo muestre, ¡carajo!
Me quita la mirada de encima, se aleja algo. Me lanzo hacia el cocinero.

- Pa dentro, Chino; esto se acabó.(Me viro hacia todos). Si viene algún oficial la cosa se va a poner fea al duro.

El Chino obedece, Pipo refunfuña.

- Deja de hablar bajito tonterías, Pipo.

-Mira, joven comunista, este ciudadano me echó menos comida.

- Ciudadano no: compañero; y es una mentira eso de la comida, protesta el cocinero.

- No empiecen otra vez. (Me acerco a las bandejas limpias. Cojo una. No he almorzado todavía. Busco al ayudante de cocina; el muchachito anda medio asustado) Sírveme.

En cuanto me sirven, voy donde Pipo y le presento la bandeja al pecho. Lo que tengo es ganas de metérsela por la cara.

- Bueno, agarra, Pipo, y dame la tuya.

- Pero…

- ¿Estás sordo? Agarra y dame tu bandeja.

Hace lo que le indiqué.

- Vamos a comer tranquilitos para los árboles aquellos, compadre.

Lo hacemos.

Después, pequeño descanso sobre la hamaca; el pico y la pala; limpiar armas; círculos de estudio sobre un escrito de Blas Roca; comer lo que compramos en la bodeguita cercana; conversar; fumar; comer de nuevo; pensar en la civilización.

Antes de dormir, devoro Días y noches a la luz de una chismosa Me creo -a pesar de estar sobre la hamaca- en Stalingrado. La discusión me hace volver. ¡Pipo y el cocinero! Dos combatientes lo sujetan.

- Si tienes los pantalones bien puestos, vamos pa’quellas palmas.

- ¡Cuando tú quieras! Tú eres boca na’más, blanquito.

Salto de la hamaca, sin camisa, y caigo entre los dos.

- De nuevo… ¿Hasta cuándo?

- Mira, joven comunista, no te metas más; esto no es política ni ná de eso lindo que tú hablas. ¡Le voy a enseñar al Chino quién soy yo!, grita Pipo.

Grito también:

- ¿Y quién eres tú? ¡Un tonto! No vas a mostrar ni hostia.

- Te dije que no te metas…

- Pipo, baja la voz. Una palabra más, un gesto que me joda y la guapería esa la vas a tener que mostrar conmigo como sea. Recuerda, también soy de Cayo Hueso y allí no te conocí por guapo. ¡Ni una palabra más ni un gesto porque quienes vamos a ir para las palmas somos tú y yo a ver a cuánto tocamos!

- Mire, joven comunista, yo…

- Nada, que esto se terminó ya. Y a dormir. Dejen el valor por si se tiran los yanquis; entonces sí que van a tener que guapear.

Ceden.

Ando disgustado. Me siento sobre la tierra, recostado en el tronco de una palma. Llega Cascaret y se sienta a mi lado. Mi amigo estaba en el batallón dos, al frente de un círculo de estudio.

- ¿Y esa cara? ¿Te dejó la novia?

- Te habrás enterado de la bronca…

- En cuanto llegué a mi hamaca, me lo dijeron.

- Eso es lo que me pasa.

- No te entiendo.

- Tú no eres bruto: que entre nosotros, gente que se faja todos los días con el imperialismo por el socialismo, ocurran esos problemas… ¡Es denigrante! Por un poco de comida, por basura se portan al estilo de los perros. Y, de contra, se me sale el machismo y tuve que sacar a Cayo Hueso para controlarlos.
- ¿Y se fajaron?

- No llegó la sangre al río.

- ¿De qué te quejas si venciste? No era otro el camino; al menos, el que escogiste no es malo. Lo importante es seleccionar caminos que no les entren a piñazos a los principios. No te quedaba otro remedio. ¿Se te ocurriría hablar como un pelotero entre poetas, o como poeta entre boxeadores?

- Es que yo soy como soy y no me gusta…

- No cambies tu personalidad ni tus gustos, pero hay que tener los pies en la tierra. Tremendo guaguancó he cantado aquí, con letras pésimas, junto a Papo, Alepo y Orlando. Miles de palabrotas he soltado. Si somos tan distintos, nos separamos. Para dirigir a los hombres hay que conocer sus limitaciones; nosotros tenemos las nuestras Tal vez por más jóvenes sean menos; pero para elevar a estos hombres que tienen mucho de perros por culpa de la época que los vapuleó, hay que vencer nuestros errores, no desconocer los de ellos, mordernos los gustos, los testículos a veces, y hacia delante. Y les vamos a quitar hasta lo vulgar. Hay que pelear en su terreno. Acuérdate que esa gente llegó más tarde a empezar a ser pueblo; lo de lumpem asoma a cada rato, es un terreno menos cultivado; que no se diga, muchacho.

- ¿Tú crees que hice bien?

- Sí, lo que pasa- y no te molestes, mi hermano-es que se te sale lo burgués al analizar. No pienses que se te van de un viaje del corazón el haber sido hijo del dueño de una clínica, las cincuenta camisas y los veinte pares de zapatos, el jamoncito y la malta, gastar en merienda al mes más que el salario de un albañil o de un oficinista. Todo lo quieres rápido y perfecto, quieres meter la vida en un marquito. No comprendes que hasta los obreros - no digo yo esta especie de semi-proletario- tienen montón de rezagos; ¿tú crees que el capitalismo solo envenenó a los explotadores?

- Tienes razón, Cáscara. Debo estudiar más.

-Eso es bueno, sobre todo si aplicas lo que aprendes. Que tu teoría no sea pistola sin balas. No andes buscando la verdad en los libros únicamente. ¿Acaso aprendiste a conquistar a las muchachas en algún librito?

Hermano mío mulato, gente que sí vale caramba, me quiere, si fuera hermano de verdad lo es no sé hasta ganas de llorar me han entrado que no me vea me hago el bobo me seco con disimulo lo abrazo.

- ¡Lo hiciste bien, no le fallaste a la Juventud!

Gracias, Cáscara.

- No te descargo más; cualquier día me vas a mandar bien lejos. A ver…te tengo tremenda noticia. Ratón cumple mañana veinte años. Hay que inventar algo.

Nos estamos poniendo viejos. El nueve de junio próximo llego a 21, imagínate…

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