Cultura y farándula: Parientes, pero no iguales

Cultura y farándula: Parientes, pero no iguales
Fecha de publicación: 
24 Mayo 2012
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Mi profesor José Antonio Portuondo, cuando alguna institución organizaba lo que ya desde entonces comenzaba a llamarse una “actividad cultural” y el asunto era en verdad la actuación de un grupo musical con el que los participantes bailaban con mayor o menor entusiasmo, hablaba de lo que él denominaba “cultura de la cintura para abajo”. Seguimos llamando “cultura” a lo que es, en verdad, entretenimiento, que muchas veces se vale de manifestaciones que emplean elementos de la cultura, pero utilizados estrictamente en función de hacer más eficaz el entretenimiento.

Hay quien prefiere, en los tiempos que corren, borrar de una vez los límites entre lo popular y lo culto. Aunque existen, también es cierto que esas fronteras nunca han estado plenamente definidas, porque ambas zonas se comunican e interrelacionan.

Lo popular ha alimentado lo culto. Las manifestaciones danzarias europeas de carácter popular  ―la cuadrilla, la contradanza, el vals―, han nutrido la música culta. Hay manifestaciones del entretenimiento que engrasarán el acervo cultural de la nación.

La confusión entre farándula y cultura no era así en los inicios de la Revolución. En la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), por ejemplo, no existía la hoy nutridísima Asociación de Radio, Cine y Televisión. A la UNEAC pertenecían únicamente nuestros más importantes directores cinematográficos, como Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa. Los trabajadores de la radio y la televisión, se agrupaban masivamente en el Sindicato de Artes y Espectáculos; pero la UNEAC tenía un sentido más selectivo, demandaba una dimensión claramente intelectual en sus asociados: que el guionista no fuera el que escribía los libretos para un programa radial u otro televisivo que no trascendían, sino que debía ser, para pertenecer, un guionista como Carballido Rey quien, además de escribir los guiones de San Nicolás del Peladero era, a la vez, un notable cuentista.

¿Tenía un sentido elitista la pertenencia a la UNEAC? Podría ser, pero ello distingue a las asociaciones profesionales. A ese grupo de intelectuales punteros de toda cultura, eso que se llamaba aristocráticamente, su intelligentsia ―y que, inevitablemente, existe―, una perspectiva más popular y contemporánea, la ha llamado “vanguardia”, con una de esas tantas palabras importadas desde la vida militar. Esa exigencia le daba a la agrupación una jerarquía cultural que no se consigue con una excesiva democratización.

Todo cubano tiene, en verdad, la posibilidad de pertenecer a la UNEAC pero, para ello, debe exhibir una obra que avale su condición de artista o escritor. Un artista plástico no puede ser miembro de la UNEAC sin haber hecho nunca una exposición de valía, ni un escritor puede tener el carnet sin haber publicado un libro con los méritos suficientes. Y los casos se han dado, se dan. O mejor, se dieron.

Quiero aclarar que no rechazo en absoluto el entretenimiento. Un autor tan vanguardista, tan exigente y tan revolucionario como Bertolt Brecht sostenía que, una obra teatral, además de enseñar, tiene la obligación de divertir a su espectador.

 

Sin embargo, no todo lo que divierte trasciende en cultura, queda como patrimonio de ella. No cualquier trío significa para nuestra cultura lo que el trío Matamoros; no cualquier cantante es para ella lo que han sido Esther Borja o Silvio Rodríguez; no cualquier declamador es comparable a Luis Mariano Carbonell.

Respetar esas diferencias ―esas jerarquías―, es respetar nuestro patrimonio mismo y dar ejemplo de las dimensiones a las que deben aspirar nuestros artistas, nuestros intelectuales. Es hacer mejor y más respetable la UNEAC.

 

Tomado de Cubarte

 

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