«Pasados» por África… y sin máscaras

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«Pasados» por África… y sin máscaras
Fecha de publicación: 
19 Agosto 2017
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No todos los días uno tiene la posibilidad de acceder a una exposición de estas dimensiones. Tres salas del edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes acogen la muestra Sin máscaras, que hasta el 2 de octubre exhibe obras de disímiles técnicas, formatos y estilos, pero que tienen algo en común: la mirada al legado africano en la cultura cubana.

No es poca cosa, si tenemos en cuenta que África toda es también madre patria de esta nación. Tratar de distinguir en su pureza absoluta nuestras raíces africanas es empeño titánico, y probablemente inútil. La identidad cubana es desde hace mucho fusión absoluta. Somos, definitivamente, un país mestizo. Pero África ha marcado la obra de muchísimos artistas cubanos, con la misma fuerza con que marca las expresiones de nuestra cultura popular.

«El que no tiene de congo, tiene de carabalí» —dice el adagio. Claro, no siempre las huellas son tan evidentes. Ahora la presencia es indudable, hasta el punto de que se ha acuñado el término «afrocubano». Desde su concepción, Sin máscaras está sustentada en lo que los organizadores llaman «arte afrocubano contemporáneo». Las fronteras pueden ser bastante flexibles, como podrá apreciar cualquier espectador.

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Kindembo Sarabanda Malongo Yaya, de José Bedia.

Las piezas pertenecen a la Colección von Christierson, perteneciente a los sudafricanos Chris y Marina Christierson. En el catálogo, Chris cuenta:

«Mi esposa Marina y yo visitamos Cuba por primera vez en el año 2007. Inmediatamente nos atrajeron sus ritmos y colores africanos… Descubrimos un arte que no solamente reflejaba las influencias ancestrales de África sobre la religión y la cultura de Cuba, sino también los problemas y los desafíos que tiene en común con ese continente».

Tiene toda la razón: nadie busque aquí fáciles acercamientos folcloristas. La mayoría de las obras dialoga con el contexto, y no siempre desde la apacibilidad de lo «políticamente correcto».

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La jugla (detalle), de Elio Rodríguez.

Es difícil, por supuesto, encontrar una columna vertebral puramente formal: estamos hablando de cuatro decenas de artistas: algunos muy reconocidos, otros emergentes. El curador Orlando Hernández piensa que «lo que distingue y otorga un carácter relativamente especial o excepcional a la colección… es el hecho de haber podido reunir por vez primera un grupo tan numeroso y variado de artistas cubanos y de obras dedicadas a explorar con profundidad y originalidad al menos dos grandes líneas temáticas que habitualmente han sido consideradas de manera aislada o independiente: el de las tradiciones culturales y religiosas de origen africano en Cuba y el de los múltiples problemas y conflictos relacionados con la llamada “cuestión racial”».

Versiones de esta muestra se expusieron en Johannesburgo, Sudáfrica, en 2010; y cuatro años más tarde en Vancouver, Canadá. El clamoroso éxito de público animó a los organizadores: había que presentarla en Cuba. Ya es realidad. No basta una sola visita para apreciar con detenimiento todas las propuestas. Esta es una de las más interesantes aventuras del verano cultural habanero. A Sin máscaras hay que regresar.

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Mujer angolana No. 1, de Eduardo Roca, Choco.

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