Seguridad con romance incluido

Seguridad con romance incluido
Fecha de publicación: 
20 Abril 2012
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De los 43 presidentes norteamericanos, cuatro han sido asesinados, pero solo John F. Kennedy pereció bajo la protección del Servicio Secreto, que sin embargo, no pudo impedir los atentados contra otros siete mandatarios: Andrew Jackson, Harry Truman, Richard Nixon, Gerald Ford, James Carter, Ronald Reagan, William Clinton y George Bush.

El Servicio Secreto

Aunque cumple otras tareas, el Servicio Secreto tiene como misión proteger al presidente al que acompaña y asiste preservándolo ante todo tipo de riesgos. Nadie como esos oficiales conoce la agenda y la ubicación del mandatario. En situación de riesgo, los oficiales del Servicio Secreto controlan al presidente. Cuentan que el 11/S, contra la voluntad de Bush, lo mantuvieron dos horas en el aire.

El Servicio Secreto, creado en 1865 durante la administración de Andrew Johnson, tenía el cometido original de perseguir a los falsificadores de dinero, hasta que en 1902, cuando William McKinley se convirtió en el tercer presidente asesinado sin contar con protección especializada (antes lo fueron James Garfield y Abraham  Lincoln), se le encomendó esa misión.

La rutina diaria del Servicio Secreto se despliega en la Casa Blanca, una edificación de seis pisos, 132 habitaciones, 32 baños, 28 chimeneas, 412 puertas, 147 ventanas, 8 escaleras y tres ascensores. En la protección se incluyen los accesos lejanos, un perímetro de 20 millas a la redonda y el espacio aéreo correspondiente.

Entre las operaciones más sensibles para la protección del presidente figuran los traslados, para lo cual cuentan con el AIR FORCE ONE y el Marines ONE, en realidad sendas flotas de aviones y helicópteros. ONE no es un avión, helicóptero o buque, sino un indicativo utilizado por cualquier vehículo en que se traslade el presidente. ONE no es el avión, helicóptero, buque o automóvil, sino quien lo utiliza.

Nada pone en mayor tensión al Servicio Secreto que los viajes y la estancia del presidente en el extranjero, especialmente a zonas de riesgos y donde son usuales los contactos con el público y con personas cuyo comportamiento no es predecible. Todos esos elementos suman gravedad a lo ocurrido en Colombia.

Aunque el cotilleo se alimenta con los aspectos frívolos del comportamiento de algunos agentes del Servicio Secreto, que introdujeron prostitutas en las instalaciones destinadas al presidente en Colombia, lo más preocupante es la insólita paradoja de que quienes tienen como misión proteger al mandatario, lo pusieron en peligro. 

Las prostitutas que ofertaron sus servicios a los escoltas presidenciales no son criaturas angelicales ni infelices muchachas pobres que venden sus favores en las calles, sino meretrices clase A: bellas, refinadas, instruidas, elegantes y caras; exactamente del prototipo que suelen reclutar y entrenar los servicios especiales para cumplir misiones tan delicadas y exigentes como aproximarse al presidente de los Estados Unidos. No será extraño que alguna de las 20 muchachas haya trabajado para una agencia extranjera.

Está descartado que los agentes y los militares involucrados recorrieran calles, bares y salones de Cartagena de Indias en gestiones de contratación de sexo tarifado, falta por averiguar quiénes fueron los representantes de las chicas, usualmente delincuentes de cuello blanco, también proclives a prestarse para trabajos sucios. Al incursionar en un ámbito contaminado por el dinero, el chantaje y la corrupción, los miembros del Servicio Secreto se colocaron en posiciones sumamente vulnerables y comprometieron la seguridad del presidente.

Dicen que todavía el Servicio Secreto no se perdona la muerte de Kennedy, víctima de tres impactos, de los cuales presumiblemente el último fue mortal. Al reproducir el hecho, han determinado que entre el primer y último disparo hubo tiempo para que, de haber tenido la oportunidad, un agente cubriera con su cuerpo el del presidente. Aunque con menos dramatismo, dicen lo mismo del primer y segundo zapato lanzados contra Bush en Irak.

Para hombres jóvenes, sometidos a tensiones enormes y lejos de casa, ir de putas en la más exótica de las ciudades del Caribe colombiano no es exactamente escandaloso, lo es hacerlo faltando a sus deberes, a costa de la seguridad del presidente de los Estados Unidos, y luego no querer pagarle a las muchachas. Allá nos vemos.

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