Erase una vez un Papa

Erase una vez un Papa
Fecha de publicación: 
26 Marzo 2012
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Medio siglo antes de que en 1946 el Papa Pío XII ascendiera a Cardenal al obispo cubano Manuel Arteaga y casi cien años previos a que en 1994 Su Santidad Juan Pablo II hiciera otro tanto con el padre Jaime Ortega Alamino y cuando nadie imaginaba que dos papas visitarían a Cuba en la misma generación, otro pontífice, León XIII se interesó por los destinos de la Isla.

Corría el año 1898 y la última etapa de la guerra por la independencia de Cuba, iniciada tres años antes bajo el liderazgo de José Martí, llegaba a un punto en que el triunfo de las armas cubanas era inminente cuando en Estados Unidos e Iberoamérica se desató una oleada de repudio a la actitud de la Corona Española que se negaba a admitir su derrota y a conceder la independencia a la Isla, actitud que condujo a la guerra con Estados Unidos.

La última y más desesperada opción del gobierno español para impedir el triunfo de los independentistas cubanos fue enviar a Cuba al General Valeriano Weyler. Iniciado en la vida militar por vía académica, en Cuba, Santo Domingo y Filipinas, Weyler acumuló  experiencias en el sostenimiento del colonialismo mediante la represión.

La principal innovación táctica de Weyler consistió en concentrar toda la población rural del occidente cubano, incluyendo ganado, caballos y aves de corral, en las ciudades que de ese modo se convirtieron en insalubres campos de concentración. Sin trabajo, viviendas, ropas ni alimentos, los reconcentrados enfermaron y murieron de hambre en masa. La medida provocó una oleada de repulsa, no sólo en Cuba sino también en Estados Unidos, Iberoamérica, incluso en sectores de la sociedad española. 

A lo largo de 1896 y 1897, la prensa norteamericana permitió a la opinión pública norteamericana y de otros países que utilizaban como fuente los periódicos estadounidenses, conocer y sensibilizarse con el genocidio que tenía lugar en la Isla, preparando el camino para que el Congreso estadounidense reconociera el derecho de la Isla a la independencia y para la Guerra Hispano Americana que curiosamente no se libró en España ni en estados Unidos sino en Santiago de Cuba. 

Por otra curiosidad histórica, el papa León XIII, nacido como Vicenzo Gioacchino Pecci, estaba enterado de la situación de la isla, de la marcha de la guerra y de los desmanes de Weyler por los intercambios epistolares con su sobrino, el Conde Pecci, residente en Santiago de Cuba donde regía una empresa naviera.
 
Naturalmente en aquella guerra las simpatías del sumo pontífice estaban del lado de España, que era un baluarte del catolicismo en Europa, a lo cual se suman sus relaciones personales con Maria Cristina de Habsburgo-Lorena, viuda de Alfonso XII y reina Regente y su condición de padrino del rey Alfonso XIII, entonces un niño de 13 años.  
  
La explosión del acorazado Maine en la bahía de La Habana en febrero de 1898, la aprobación por el presidente William McKinley de los acuerdos del Congreso y la ruptura de relaciones de España con Estados Unidos, movilizaron a las cancillerías europeas que temerosas de una derrotada europea a manos de la joven potencia, procuraban evitar el conflicto.

A aquellas gestiones se sumó León XIII quien movilizó a algunos obispos estadounidenses y españoles, así como embajadores del Vaticano para interceder ante la reina Regente y la administración norteamericana intentado evitar la guerra, cosa que como se sabe no consiguió.

Detalles aparte, lo que interesa destacar ahora es que más de un siglo atrás, en una excepcional coyuntura histórica, Cuba y sus luchas por la libertad, merecieron la atención de uno de los más destacados papas con que ha contado la Iglesia Católica, el pontífice que vio afianzarse el capitalismo salvaje, emerger a los Estados Unidos y que fuera contemporáneo de Carlos Marx, Charles Darwin y José Martí.

Consumada la guerra y derrotada España y por persona interpuesta la Vieja Europa, todavía León XIII cabildeó para que los cubanos fueran admitidos en las negociaciones de París. Tal vez lo hizo para disminuir el alcance de la derrota infringida por la nación protestante a la Europa católica o lo movió el amor a la justicia. Un día lo averiguaré.   

Tal vez la historia se repita y el papa Benedicto XVI avance un paso respecto a su predecesor que llamó a que: “Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba” y mueva el báculo para tratar de poner fin no sólo al bloqueo sino al clima de hostilidad de Estados Unidos hacia la Isla, que díscola o no forma parte de su rebaño.

Nadie le ha pedido que lo haga, aunque tampoco nadie se lo pidió a León XIII. Por algo, especialmente por su visión y por su sentido de la trascendencia son elegidos papas y, en cuestiones de doctrina, declarados infalibles. Allá nos vemos.

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