La maldición de José Milián

La maldición de José Milián
Fecha de publicación: 
18 Mayo 2016
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José Milián parece sacado de un cuento medieval. Los que militan en el bando de quiénes se deleitan con sus puestas en escena, saben que en él confluyen muchas pasiones y también un sueño que en esta vida ya no podrá cumplirse.

 

En 2016 cumplió 70 años y más de 60 han estado al servicio de las artes escénicas. Su palabra cortante se ha disfrazado en las máscaras del teatro, pero sin dejar de llamar a las cosas por su nombre.

 
Los inicios de Milián en el mundo del arte, no distan mucho de los de cualquier artista tal y como él mismo reconoce.

 

Comencé desde niño, como casi todo el mundo en el arte. En la escuela yo escribía obritas que se representaban. También actuaba, eso era lo que más me interesaba. El sentimiento fue creciendo y recuerdo que muchas veces nos presentábamos en un cine teatro de Matanzas. Fue ahí cuando choqué con la realidad porque no eran ya mis compañeros de clase.

 

¿Qué edad tenía entonces?

 

Yo tenía 12 o 13 años. Mi vocación siempre fue ser actor. El Instituto Nacional de la Reforma Agraria en Matanzas auspiciaba la primera escuela de instructores de arte que se crea en Cuba y el director al ver lo q hacíamos me consigue una beca para venir a estudiar en La Habana. Yo vine para la escuela de instructores de arte, me fui de mi casa y me quedé solo en Cuba, becado.

 

¿Y después?

 

Aprovechaba todas las obritas que había que montar y yo era voluntario con tal de verme actuando. Salíamos a dar funciones en hospitales, escuelas y hasta fuera de  la ciudad como parte del entrenamiento de los instructores. Hasta que establecí conexiones con Osvaldo Dragún, fundador del primer  seminario  de dramaturgia de Cuba, y me presenté siendo alumno de la escuela con las obras que yo tenía escritas.

 

Usted tocaba puertas y abría la dramaturgia

 

Es que mi carrera de actor fue corta, las circunstancias me llevaron por otros caminos. En el Teatro Nacional durante el seminario de dramaturgia, me metí en el de directores. El director argentino Néstor Raimondi decidió que fuera su asistente de dirección. Fundamos el Joven Teatro de Vanguardia. Raimondi, que fue mi amigo, fundó La Rueda. Aprendí mucho de él, lo que se aprende con los que han vivido las experiencias. Heredé de él las enseñanzas del método brechtiano y siempre le puse como condición que me dejara actuar, aunque yo seguía siendo su asistente. Regresó a Argentina y La Rueda iba a quedar en el aire. Así fue que dirigí el primer espectáculo propiamente mío. A partir de ese momento fue como una maldición, me convertí en el Milián director. Desde el año 67 hasta hoy nunca más he vuelto a actuar.

 

¿Cuál entre sus obras sería la más importante?

 

Directo como es, Milián no lo piensa dos veces para responder.

 

No te voy a decir la bobería que dice todo el mundo, que quiere todas sus obras, porque eso es mentira. Para mí todo depende de las circunstancias en que las escribí. Al principio estaba a tono con todo lo que estaba de moda. Entonces hice “Macbeth vino vestido en burro”. Nunca la pude estrenar, cada vez que se la llevaba a un director me la rechazaban alegando que no tenía ni pies ni cabeza, que era demasiado experimental.

 

Vade retro

 

Con 15 años la escribí, me la iban peloteando porque la consideraban demasiado grotesca, pero cuando se estrenó en Camagüey fue todo un suceso. La gente sacaban pasaje en avión para ir a verla, el público ovacionaba de pie durante “horas”, aquello no tuvo nombre. Todavía allá se habla de ese suceso que me marcó a tal punto que la gente me decía por la calle “adiós Vade Retro”. Después yo me atrevo con “La toma de La Habana por los ingleses”. Para los especialistas y los que no me ignoran, aunque me ignoran todo el tiempo, la obra trataba para ellos de todas las búsquedas artísticas a que asistimos en los 70. Venía a ser un resumen de todo aquello.

 

La Toma… también fue un suceso

 

Así es, me busqué muchos problemas, estuve sancionado como pintor de brocha gorda, por culpa de esa obra. Fue un período horroroso que coincidió con el quinquenio gris. En la década del 70 escribo una comedia: “La rueda de casino” para que vieran que yo no era rebuscado, ni retorcido ni problemático, nada que se prestara a la doble lectura.

 

Si vas a comer espera por Virgilio

 

Virgilio me abrió muchas puertas. Esa obra nació de pie. A mí no me gusta leer mis obras, algunos autores lo hacen, pero cuando terminé Virgilio… se la leí a una persona. Fui a un evento luego. Cuando leí aquello me llamaron de la Casa de las Américas me llaman para una lectura con actores. Esa obra alcanzó todos los premios habidos y por haber. Fue al premio Casa de las Américas y la obra que le ganó fue Pipepa.

 

Satisfacciones

 

Mis satisfacciones son muchas, he hecho lo que me gusta, que es hacer teatro en un país que me lo ha permitido. Siento satisfacción porque por mis manos han pasado actores que hoy son estrellas. Cada vez que le dan un premio a un actor mío es como si me lo dieran a mí. Sé lo que es tener un teatro lleno ovacionando y también sé lo que representa uno con poco público. Siento la satisfacción de sentirme libre. Me hubiera gustado mucho pararme en un escenario y que  me ovacionaran a mí como actor. No puedo quejarme, no me caben más premios en las paredes de mi casa, soy Premio Nacional de Teatro pero se trata de sentir que todo valió la pena aunque te ignoren. Yo estoy seguro de mí mismo, todo valió la pena.

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