Y en los orígenes, Varela

Y en los orígenes, Varela
Fecha de publicación: 
20 Marzo 2012
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La capital de la Isla de Cuba, uno de los principales puertos de todas las Américas, amanece diariamente con el retumbar de las campanas de sus múltiples iglesias, el pregoneo de los vendedores ambulantes, el paso lento y grave de los caballeros vestidos a la europea, y el bullanguero callejero de esclavos y libertos, de artesanos y comerciantes, de marinos y buscavidas, de soñadores, pragmáticos y funcionarios.

Nadie imaginaba que se acercaban dos acontecimientos que le darían a ese año 53 de la centuria decimonónica un especial significado en la historia de Cuba. En una casa de la calle Paula, el día 28 de enero, celebraban jubilosos don Mariano y doña Leonor el nacimiento de su hijo varón, José Martí y Pérez.

El viernes 25 de febrero, a las ocho y media de la noche, después de una prolongada y angustiosa enfermedad, fallecía Félix Varela y Morales en la más absoluta pobreza. El simbolismo de ambos acontecimientos es notable. Mientras desaparecía físicamente el iniciador del pensamiento de la liberación cubana, el promotor de la filosofía y de las ciencias modernas en Cuba y el educador de una generación que produjo notables figuras fundadoras de una cultura patriótica, nacía quien llevaría ese pensamiento y esa cultura a su elaboración más alta y a su práctica liberadora. El Padre Fundador había nacido el 20 de Noviembre de 1788, según demostré en una investigación publicada durante los festejos por su 200 Aniversario. Varela se definió a sí mismo como “un hijo de la libertad; un alma americana”.

En una carta, que por su contenido puede tomarse como su testamento político e intelectual, dirigida a un discípulo suyo, expresaba Varela un deseo ferviente -la necesidad imperiosa-, de que se reiniciara la labor patriótica, de pensamiento y acción, de ciencia y conciencia, que permitiera lograr los objetivos de su vida y de su obra: la liberación y auténtica realización del hombre, de la sociedad, de su patria y de la humanidad toda.

Con cubanísimo lenguaje incita el filósofo: “Según mi costumbre, lo expresaré con franqueza, y es que en el campo que yo chapee (vaya este terminito cubano) han dejado crecer mucha manigua (vaya otro); y como no tengo machete (he aquí otro) y además el hábito de manipularlo, desearía que los que tienen ambos emprendieran de nuevo el trabajo”.

No podía saber el Padre Fundador, en los momentos finales de su vida, que días antes había nacido el hombre capaz de manejar el machete para cortar con letras afiladas, valor acerado y sensibilidad exquisita, la manigua embrutecedora que habían dejado crecer en la sociedad cubana el colonialismo, la esclavitud, el analfabetismo, la falsa erudición, la miseria material y espiritual, el juego, la vagancia y la indolencia, entre otras muchas malas yerbas, esas que brotan sin necesidad de fertilización.

De Varela a Martí transcurre ese siglo XIX que este último llamó “de labor patriótica”; ese siglo en que se pensó, construyó y conquistó “la idea cubana”; aquella centuria en que se sembraron las ideas profundas de la nación portadora de su cualidad esencial: la cubanía sentida, partera, a su vez, de la cubanidad pensada desde la universalidad del conocimiento y desde la originalidad de una realidad propia. En sus orígenes está Varela.

La cadena emancipadora

Tenía Martí quince años cuando se inician nuestras guerras de independencia. Su fervor patriótico se expresa en su poema 10 de octubre. Un hecho demuestra que aquel joven tenía ya, a tan temprana edad, fructificadas “la idea cubana” y el sentido universal del patriotismo racional e inteligente vareliano.

En una carta a un condiscípulo suyo que se presta a servir en el cuerpo de voluntarios españoles contra el movimiento independentista, Martí y su hermano de ideas, Fermín Valdés Domínguez, le afirman que ningún alumno de Rafael María Mendive debía usar ese uniforme. Su maestro les había enseñado la idea patriótica. Esa idea que contiene la construcción de una Cuba nueva, independiente, de hombres cultos y libres, y propiciadora de la dignidad plena del hombre. Ello resulta trascendente porque Martí recorrerá el mundo observando, ampliando sus ideas, precisando peligros, organizando en la mente para organizar en la vida, definiendo lo más exacto posible los fenómenos universales.

Busca, estudia desde los irreductibles contenidos de un patriotismo cubano, que nada tiene que ver con patrioterismo vulgar, todo lo que puede ser importante para la creación del proyecto trascendente de “una Cuba cubana”. Se trata de toda una educación para crear, ausente de “vanidad de aldeano”, según Martí, o de “copias en miniatura”, según Varela; una cultura nueva, emanación genuina de un pueblo nuevo. Todo lo que estudia toma sentido en cuanto se acomoda dentro de una cosmovisión cubana nacida en las Lecciones de Filosofía del Padre Fundador, Félix Varela. Por ello, Europa y Norteamérica no lo absorben, no lo trasforman, le enseñan como insertar, con su auténtica identidad, a Cuba en el mundo y, a la vez, como hacer más nuestro el mundo.

Ha sido Mendive quien no sólo con el corazón sino, también, con las ideas, ha formado al continuador de una tradición de pensamiento. Y ¿quién ignora que el maestro de Martí es, a su vez, el alumno amantísimo de Don Pepe, de José de la Luz y Caballero? El primero en saberlo es el propio Martí. Él coloca a Luz en el sitial más alto que cubano alguno lo haya hecho como formador de la “idea patriótica” y padre intelectual de la generación del 68. ¿Hay acaso amor más desgarrante que el de este hijo por ese padre de ideas? Afirma Martí:

“Él, el padre; él, el silencioso fundador; él, que a solas ardía y centellaba, y se sofocó el corazón con mano heroica, para dar tiempo a que se le criase de él la juventud con quien se habría de ganar la libertad que sólo brillaría sobre sus huesos (...) él, que se resignó –para que Cuba fuese- a parecerle, en su tiempo y después, menos de lo que era (...) ha creado desde su sepulcro, entre los hijos más puros de Cuba, una religión natural y bella, que en sus formas se acomoda a la razón nueva del hombre, y en el bálsamo de su espíritu a la llaga y soberbia de la sociedad cubana; él, el padre, es desconocido sin razón por los que no tienen ojos con qué verlo, y negado a veces por sus propios hijos”.

Luz había librado una batalla silenciosa, agotadora, en la cual había quebrantado su salud contra todos aquellos que bajo la influencia de una filosofía de moda en Europa, habían colocado entre paréntesis la “idea patriótica” de Félix Varela (la necesidad del conocimiento todo, para construir a Cuba, la Cuba que no era y que podía llegar a ser por la obra y el esfuerzo de sus hijos).

Desde un eclecticismo espiritualista se había intentado desmontar todo lo que implicaba el esfuerzo de Varela por crear una ciencia y una conciencia cubanas; los impugnadores del pensamiento vareliano no hacían otra cosa que aplicar las ideas  del conservadurismo europeo con respecto a Ilustración y la Revolución Francesa. Los que habían levantado las banderas de que en Cuba no podía surgir un pensamiento propio, afirmaban que el patriotismo cubano era solo de “casabe y plátano frito”, de “amor al Mayabeque y al Almendares”, de patriotismo de paisajismo, pero no, como quería Varela, de pensamiento y cultura, de ciencia, conciencia y virtud.

En esa disminución de valores las puertas estaban abiertas para la consolidación del colonialismo a la española o a la norteamericana porque, afirmaban, los cubanos no tenían la cultura ni la capacidad en que sustentar sus aspiraciones a la creación de la nación. En defensa de la “idea patriótica” vareliana, Luz elabora sus textos educacionales, éticos y teóricos.

Dos principios, que ha aprendido de su maestro Varela, y heredan sus discípulos, y los discípulos de sus discípulos, resumen las bases de todo el pensamiento creador del siglo XIX: “el filósofo como es tolerante es cosmopolita, pero debe ser ante todo patriota”; “todo es en mi fue, en mi patria será”. Todo el conocimiento para construir a Cuba; para cimentar una patria que “no es” pero que “puede y debe llegar a ser”.

Quién estudie las obras de Luz y Caballero podrá comprobar que, desde las primeras hasta las últimas, están inspiradas en el pensamiento de Félix Varela. Fue Luz quien expresó que Varela era “quien nos enseñó primero en pensar”.

En su discurso de toma de posesión de la Cátedra de Filosofía del Seminario de San Carlos, su primer paso en su larga trayectoria de educador, Luz declaró a Varela Director Perpetuo de la misma. En su último discurso ya cercano a la muerte, su pensamiento fue para su padre inspirador: “porque ya yo, señores, me voy acercando al término que Dios concede a la vida en estos climas, como decía ese ilustre Padre Varela cuya memoria vive conmigo y me acompaña por doquiera (...), como él también, llegaré yo al borde del sepulcro haciendo, en el último suspiro un voto fervoroso por la prosperidad de mi patria”.

Sería Luz quien definiera el camino trazado por su Maestro para, desde la “idea patriótica”, crear “la idea cubana”: “nos proponemos fundar una escuela filosófica en nuestro país, un plantel de ideas y sentimientos, y de métodos. Escuela de virtudes, de pensamientos y de acciones; no de expectantes ni eruditos, sino de activos y pensadores”.

Virtudes para pensar, pensar para actuar, actuar para cambiar la realidad; barrer “la suciedad de la sociedad” para convertirla en sociedad de virtudes y conocimientos, único modo de liberar al hombre de todas sus cadenas, las internas que no le permiten dar vuelo a su espiritualidad y las sociales que impiden su dignidad plena. Esos son los hombres que para Varela, Luz y Martí, pueden construir la patria libre y justa.

Varela y la idea patriótica

Un estudio comparativo de los textos de Martí, Luz y Varela, al margen de procesos de época y coyunturales, de desarrollos específicos, de tendencias predominantes en cada momento, demuestra el fondo común que existe en las tres figuras; más aún, en ellas está la irradiación de un movimiento de pensamiento que llegó a extenderse por todo el país y mantuvo, consciente o no –no siempre se tiene conciencia del origen de ciertas ideas y de las motivaciones de ciertos comportamientos–, el ideal y las bases fundamentales de los proyectos que para una Cuba mejor se han defendido en dos siglos de existencia de la “idea cubana”.

Desde esta comprensión de la creación vareliana lo trascendente no es sólo la Cuba soñada sino, y más aún, la Cuba pensada; los sueños, sueños son; lo trascendente es la acumulación, decantación, superación, profundización de las ideas sobre la base de “realidades brutas”, solo reducibles por las ciencias aplicadas, sean físicas o sean sociales. Es desde el conocimiento y desde su aplicación a la realidad que se sostienen los proyectos de sociedades nuevas y emancipadas.

Para ello había que pensar, según Varela, con cabeza propia pues “nadie puede caminar con pies ajenos”. Y ese fue el gran aporte de toda la obra vareliana a la cultura, a las ciencias, al pensamiento de la emancipación cubana y latinoamericana. Véase la actualidad de su pensamiento americano: “El americano oye constantemente la imperiosa voz de la naturaleza que le dice: Yo te he puesto en un suelo que te hostiga con sus riquezas y te asalta con sus frutos; un inmenso océano te separa de esa Europa donde la tiranía ultrajándome, hollamis dones y aflige a los pueblos; no la temas: sus esfuerzos son impotentes; recupera la libertad de que tú misma te has despojado por una sumisión hija más de la timidez que de la necesidad; vive libre e independiente; y prepara asilo a los libres de todos los países; ellos son tus hermanos”.

Ante una insidiosa afirmación, escribe: “Cuando yo ocupaba la Cátedra de Filosofía del Colegio de S. Carlos de La Habana pensaba como americano [latinoamericano];cuando mi patria se sirvió a hacerme el honroso encargo de representarla en Cortes, pensé como americano; en los momentos difíciles en que acaso estaban en lucha mis intereses particulares con los de mi patria, pensé como americano; cuando el desenlace político de los negocios de España me obligó a buscar un asilo en un país extranjero [Estados Unidos] por no ser víctima en una patria, cuyos mandatos había procurado cumplir hasta el último momento, pensé como americano; y yo espero descender al sepulcro pensando como americano”.

En su Cátedra de Filosofía llevó a cabo la extraordinaria tarea de liberar el pensamiento de las estructuras góticas del pensamiento medieval para sentar las bases del pensamiento de liberación cubano; desarrolló el pensamiento lógico sobre las bases de los nacientes métodos de las ciencias modernas; e introdujo los estudios de Física experimental, convirtiéndose en uno de los grandes fundadores del pensamiento científico y de las ciencias cubanas. En otro sentido, en esas lecciones trazó los tres principios fundamentales de la acción política que tipifican las esencias del pensamiento revolucionario cubano: “preferir el bien común al bien individual; no hacer nada que vaya contra la unidad del cuerpo social; y hacer sólo lo que es posible hacer”.

Al ocupar la Cátedra de Constitución fue el primero en hablar en Cuba del derecho del pueblo y de los contenidos de las ideas de soberanía y democracia. Una pléyade de jóvenes, después famosos científicos como Felipe Poey, o educadores y filósofos como José de la Luz y Caballero, o historiadores y “sociólogos” como José Antonio Saco, poetas y revolucionarios como José María Heredia, sintieron a Varela como su Maestro y quien les había enseñado a pensar y actuar, con método científico y amor de poeta, en, para y por Cuba y América. Porque, a mi modo de ver, lo más significativo de las enseñanzas de Varela, lo más original, es que todo ese conocimiento, contenido en sus Lecciones de Filosofía, concluía en la “lección única de patriotismo”. Hacer ciencia, hacer cultura, educar, trabajar, construir, desgarrarse hasta lograr que Cuba al fin fuese el “hogar común de todos” era, ante todo, la “más sagrada” misión patriótica.

La propuesta de Varela partía, ante todo, de lograr “el conócete a ti mismo” del cubano. Tal y como había surgido en los griegos, en el origen del pensamiento occidental, Varela se plantea el mismo punto de partida para el pensamiento cubano. Visto así, es posible entender la frase de Roberto Agramonte que le atribuye al Profesor y sus discípulos la intención de “crear una sophia cubana que fuera tan sophia como lo fue la griega para los griegos”. Sobre la base de ese punto de partida se encuentran las tres preguntas del saber cubano: ¿De dónde venimos?; ¿Quiénes somos?; ¿A dónde vamos?

La idea martiana de que “patria es humanidad”, de que no es el odio a otro pueblo, ni es una raíz étnica, sino “la unión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”, tiene su origen en las lecciones de patriotismo de Félix Varela. Pero ¿cuál es la “idea patriótica” que da forma a la “idea cubana”?

El concepto de patria no es común entre los teóricos. Sin embargo, Félix Varela dedica la lección terminal de su estudio de filosofía a una lección última de patriotismo. Todo el conocimiento está en función de una obra común que es la creación de una patria nueva, auténtica y cubana, que no es copia sutil ni en miniatura de otros modelos, sino exigencia surgida de una realidad singular y específica. Su esfuerzo se encamina primero a liberar al pensamiento de las ataduras escolásticas y del mimetismo que resulta del rebajamiento intelectual ante la producción foránea. Su segundo paso es crear una filosofía de la emancipación que tiene por centro la necesidad y, a la vez, la capacidad “para pensando con cabeza propia”, analizar y solucionar los problemas que la realidad concreta y específica cubana y americana colocan como materia prima de todo conocimiento.

La propia vida de Félix Varela, fue una puesta en práctica de sus ideas.

Desde el periódico El Habanero, promovió y organizó una labor de conciencia patriótica con el objetivo de que Cuba fuese libre e independiente. Unido a sus ideas creadoras del pensamiento cubano es uno de los primeros en promover la independencia cubana. Pero no lo hizo como otros de su tiempo. Se opuso a que la libertad de Cuba fuese obtenida con la ayuda de potencias extranjeras. Esa convicción lo llevó a no aceptar las propuestas anexionistas. Para él, Cuba debía ser tan libre en lo político como Isla es en la naturaleza. Esa libertad, no sería para el goce de una minoría, sino para la realización de las mayorías. En uno de sus trabajos, que a mi personalmente más me ha impresionado por la época en que lo escribió, expresa lo que es para él el “espíritu público”: “el pueblo no es tan ignorante como le suponen sus acusadores (...) Verdad es que carece de aquel sistema de conocimientos que forman las ciencias, pero no de las bases del saber social; esto es, de las ideas y lo sentimientos que se pueden hallar en la gran masa y que propiamente forman la ilustración pública (...) El interés social no es un impulso de la sensibilidad, sino de la razón; y algunas teorías, llamadas filosóficas para deshonra de la Filosofía, no son sino delirios que sirven de castigo a los mismos delirantes. Existe sí, existe el espíritu público y mucho más en los pueblos, cuyas circunstancias proporcionan pábulo a esa llama que destruye el crimen y acrisola la virtud...”.   

Ciencia y conciencia, con virtud, serían las bases de la construcción de una patria nueva. Martí lo diría en otros términos: “ser cultos para ser libres”. Pero ser cultos es dominar la ciencia y tener conciencia. Ambos constituyen la base de la verdadera libertad. Pero la libertad, si es verdadera, es para elegir las mejores opciones para crear una comunidad humana en la cual se realice la más alta condición del hombre; es combatir el vicio, la vagancia, la insensibilidad. Es la creatividad unida a un verdadero goce estético en el placer de crear desde lo individual hasta el conjunto social. Patria, en su definición, es la tierra de los padres; es un concepto que recoge lo emocional para dominarlo y ponderarlo por lo que es necesario el justo freno de la razón analítica. Hacer patria es, en la tierra de estos padres, edificar la sociedad que soñaron y pensaron. No es un esquema sino un espíritu vivificador que vibra ante toda realidad cambiada y cambiante.

Félix Varela fue el padre fundador de la idea patriótica cubana; el padre de los padres de la patria. A través de su escritura lo que brota, como fuerza permanente de su condición humana, es el amor: sensibilidad y espiritualidad en la interioridad del ser humano; pasión virtuosa en la creación social.

En los orígenes de la “idea patriótica” cubana está el que nos enseñó, primero en pensar en Cuba, para, desde ella, abrir los espacios para la humanidad toda.

 

Fuente: Sitio MINREX

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