Un día, un nombre: ¡Yarisleyyyyyyy!

Un día, un nombre: ¡Yarisleyyyyyyy!
Fecha de publicación: 
24 Julio 2015
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El reloj camina, pero ella quiere volar. Los aplausos del público comienzan, paf, paf, paf. Ya está lista. Sostiene la pértiga. Comienza la carrera de impulso. Se eleva, se eleva… y ¡lo venció!. Récord panamericano, 4,85 para Yarisley Silva. ¡Grande Yarisley, Grande Yarisleyyyyyy!.....

Así quizás pudo haber sido la descripción radial o televisiva. Aunque lo mejor fue precisamente la estupenda labor de la protagonista, una cubana que no solo se convirtió en la mujer que más alto ha volado en Toronto y en la historia de los Juegos Panamericanos, sino que aportó el primer título del atletismo para su delegación y rompió todos los hechizos que en esta temporada no le habían permitido saltar así.

Pero a las atletas grandes se les respeta siempre. Subcampeona olímpica, monarca mundial bajo techo, medallista en Ligas de Diamante y titular continental vigente, la pinareña enfrentó este 23 de julio la competencia de más nivel entre todas las programadas en el campo y pista de la Universidad de York. Sus rivales eran ilustres competidoras: la brasileña Fabiana Murer, oro universal del 2011 y la estadounidense Jennifer Suhr, dorada olímpica del 2012.

Sin embargo, la cubana estaba bendecida de talento y gracia frente a tantas ganas de destronarla de un podio que hace cuatro años había conquistado en Guadalajara con marca continental incluida. No se desesperó, tejió su camino al cielo poco a poco: 4,50; 4,60; 4,70; 4,75, 4,80 y finalmente 4,85. Tanto era su deseo de volar que hasta intentó 4,91, cual regalo personal para un público respetuoso y cordial que nunca le falló con sus aplausos.

Y el valor de la medalla trascendió entonces lo numérico. Yarisley rompió un silencio de oro para el atletismo cubano en estos Juegos, en tanto recuperó esa confianza que muchos especialistas daban por perdida para aspirar a un primer lugar. Otra vez el deporte, la perseverancia y el esfuerzo de una atleta arruinaron algunos pronósticos y, por suerte, alegró a millones de sus compatriotas, que se concentraron, corrieron y volaron con ella en cada salto.

Su título clasifica, con seguridad, entre los más recordados de estos Juegos para nuestra delegación y para el atletismo en general. Es de las emociones que en fracciones de segundos sacuden corazones para permanecer en el recuerdo eterno, como están las carreras de Ana Fidelia Quirot y Alberto Juantorena y los saltos de Javier Sotomayor e Iván Pedroso, sin dudas, lo más encumbrado en décadas del atletismo cubano.

Pasada la tensión, dominado el estrés y con el oro en su pecho y en la mente, Yarisley tuvo una particularidad sincera y única con los periodistas. Agradeció a quienes siempre confiaron en ella y lanzó una sonrisa de complacencia por haber ganado la competencia buena, la que no se podía fallar. El venidero campeonato mundial será dentro de un mes en Beijing y otra historia pudiera escribirse, pero esta ya está recogida en las crónicas, en su experiencia y en el imaginario feliz de miles de cubanos.

Solo entonces reparó en la posible descripción de lo hecho. Se humedecieron sus ojos y tuvo que tomar aire para volar también entre palabras. Este oro reivindica al atletismo, invita a gritarlo, escribiría algún cronista conocido. Pero ahora mismo prefiero solo lanzarme a la alegría de su nombre y traducirla en la altura vencida. ¡Yarisleyyyyyyy! ¡Yarisleyyyyyyy! ¡Yarisleyyyyyyy!

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