Woody Allen analiza la irracionalidad del ser humano en Cannes
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Joaquin Phoenix, que trabaja por primera vez con el cineasta neoyorquino, encarna a Abe Lucas, un profesor de filosofía, devastado afectivamente y sin ganas de vivir porque todas las causas que ha defendido, desde la militancia política a la enseñanza, no han servido para nada.
Poco después de llegar a una universidad de una pequeña ciudad estadounidense, Lucas, que considera la filosofía como "una masturbación verbal", inicia dos relaciones, una con una colega, Rita Richards (Parker Posey), que intenta superar un fracaso matrimonial, y otra con su mejor alumna, Jill Pollard (Emma Stone), que se convierte en su amiga y la voz de su conciencia.
Una conversación oída accidentalmente en un restaurante da un sorprendente giro a su vida que le devuelve las ganas de vivir y le da un objetivo por el que luchar.
"Creo que hay momentos decisivos en la vida cuando te das cuenta de que las cosas pueden cambiar si tomas una decisión u otra", contó Allen en la conferencia de prensa al término de la esperada proyección de su último trabajo, que fue recibido con un fuerte aplauso de la prensa y el público.
Pero hay decisiones que pueden pesar en la conciencia como losas y convertirse simplemente en una huida hacia adelante.
A través de referencias a los filósofos que han tratado de teorizar sobre el comportamiento humano, como Kant, Nietzsche, Kierkegaard o Heidegger, Allen trata de desentrañar la complejidad de la mente humana y la irracionalidad de algunas decisiones.
Aunque temas como las relaciones humanas, la mentira, la justicia, la amistad, la moral y la ética son parte de su cine, "Un hombre irracional", que menciona en varias ocasiones a España para retirarse por su "romanticismo", recuerda mucho a otro de sus trabajos, "Match Point".
- "Hago películas para distraerme" -
"La gente necesita algo en lo que creer y vivir para ello", sostuvo el cineasta que recordó que había leído en algún sitio que en los campos de concentración nazis, los que mejor superaron las atrocidades fueron los "comunistas porque creían en algo fanáticamente". "Esto también se aplica a las religiones", agregó.
Su nihilismo le llevó a responder a un periodista "Vete a explicarle a alguien por qué vale la pena vivir. No hay una respuesta positiva a la cruda realidad. Lo único claro es que la vida tiene su propia agenda en la que tarde o temprano vamos a acabar en una mala posición", sostuvo.
"Todo va a desaparecer un día. Todo lo que Shakespeare o Miguel Angel hicieron desaparecerá un día", reflexionó un enjuto Allen, perdido detrás de sus gafas de montura negra y su camisa de cuadros, con la mirada perdida en algún punto de la mesa detrás de la que se parapetaba flanqueado por su última musa, Emma Stone (que firma su segundo trabajo seguido tras "Magia a la luz de la luna") y Parker Posey.
"Mi conclusión es que la única forma de sobrevivir es distraerte". "Hago películas para distraerme, es una fantástica distracción", admitió este atormentado y prolífico genio que deleita a su cohorte de fieles con casi un filme por año.
Al ser preguntado si con todos los asesinatos que hay en sus películas nunca ha considerado matar a alguien, la respuesta es: "Incluso mientras usted habla", lo que originó una carcajada general en la sala de prensa.
Sobre sus actores, recordó que lo importante es "contratar a los grandes" y dejarles hacer su trabajo y aceptar sus sugerencias. "¡No los eches a perder!", aconsejó.
A sus 79 años, el estadounidense nunca se ha alzado con la "Palma de Oro", el máximo galardón que otorga Cannes, pero en 2002 recibió la "Palma de las Palmas", una recompensa a su prolífica trayectoria y quintaesencia del cine de autor.
La última obra del cineasta, el más europeo de los directores estadounidenses, era una de las más esperadas de esta 68ª edición, pese a que el director artístico, Thierry Frémaux, admitió que no había logrado convencer al neoyorquino para que se presentara a la competición oficial.
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