¿La moda es arte?

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¿La moda es arte?
Fecha de publicación: 
27 Mayo 2015
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La historia que transcurre con el hombre en su desarrollo evolutivo ha traído aparejada un determinado tipo de ropa o vestimenta en las diferentes épocas y lugares de su concepción, hecho condicionado en buena medida por las incidencias del clima, e influido por valores tan diversos como estilos, materiales disponibles, avances de la tecnología, códigos sexuales, posición social, migraciones y tradiciones que han solidificado las bases de ese movimiento, casi cíclico, de lo que hoy llamamos moda.

Pocos fenómenos como la moda indumentaria suscitan hoy lecturas sociales tan dispares. Desde cierta óptica, la moda aparece como una manifestación más del mercado masivo y de la sociedad de consumo, con significaciones exclusivamente económicas.

Desde otra perspectiva, suele ser leída como un fenómeno marginal, asociado a las excentricidades de algunos grupos. Y un tercer enfoque detecta en ella una función de medio de culturización de la práctica indumentaria y de efectiva identificación social e individual.

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De la fuerza arrolladora que tiene la moda, de su tiranía y avasallamiento, se ha discutido con desdén e indignación: «gran locura y muestra de nuestra pequeñez —dice La Bruyére— es el sometimiento a modas cuando atañen al gusto de vivir, a la salud y a la conciencia».

Entonces, ¿debe deducirse que toda persona atenta a la moda demuestra una inclinación simiesca, y carece de independencia y personalidad?

¿No podría ocurrir que sea el arte una fuente de inspiración e influencia para la moda?, o ¿ser la moda quien se funde con el arte en una búsqueda de nuevos escenarios de seducción y de venta?

A muchos, bombardeados por críticas al mercado y conceptos esnobistas, la moda les suena a frivolidad; sin embargo, no tiene por qué ser estigmatizada como fútil.

No es justo desdeñarla cuando hay tanto en ella de creación, autenticidad e innovación. Y sobre todo porque si vamos a su génesis, se encuentra una estridente imbricación entre arte y moda.

Durante el segundo Imperio Francés, en pleno Romanticismo, se instala en París Charles Frederick Worth y abre en 1857 su Casa de Modas, con lo cual sienta las bases para el actual sistema de las casas de alta costura. Nunca podremos separar los diseños de Worth de esas imágenes de talle pequeño y hombros caídos de las mujeres del pintor Ingres. Comenzaba así la moda a nutrirse del arte.

Con estos precedentes llegamos al siglo XX, una época de revoluciones y contrastes, de luchas por ideales, renovaciones, disparidades, de asistencias misceláneas y polivalentes. Arribamos a una centuria donde pintura y diseño de vestuario entran en constantes préstamos e influencias.

Hubo un momento cumbre que trastocó la relativa calma en la alta costura parisina, un momento donde un impacto de visualidad y color rompe el tranquilo devenir de esta expresión visual: en 1910 los ballets rusos, dirigidos por Serge Diaghilev, presentan Sherezade con decorados y vestuarios que fusionaban lo vanguardista y lo primitivo del artista ruso León Bakst y música de Rinsky Korsakov. 

Ballet Sherezade
Fueron estas experiencias las que influyeron en Paul Poiret, el modisto francés más importante de los primeros años del Siglo XX, quien renovó la moda desde un punto de vista totalmente estético: su nueva línea suprimía el corsé y la excesiva suntuosidad para dar preponderancia a la belleza natural femenina.

Poiret encontró, además, fuente de inspiración en el exotismo de las artes orientales y en la obra del postimpresionista Paul Gauguín. Este vínculo entre plástica y moda encuentra expresión completa cuando el artista funda el taller Martine, donde varios pintores modernistas creaban diseños de telas, entre ellos Paul Iribe y Raúl Dufy.

En los decenios del 20 y del 30 encontramos múltiples ejemplos que enriquecen la relación entre este binomio.

Aderezado con piezas de bisutería, realizadas por Christian Bérard, la modista francesa Gabrielle Channel crea un vestido de muselina de seda inspirado en El nacimiento de Venus de Boticelli. Esta artista pensaba su obra en estrecha relación con el mundo pictórico; así como gran número de modistas del siglo XX consideraban la indumentaria como un arte, y por lo tanto, imposible de desvincular de las expresiones plásticas.

Una de ellas, Elsa Shiaparelli, figura controvertida y pugnaz de la historia del diseño. Tanto así, que el surrealismo de Dalí le sirvió como fuente de inspiración y supo darle forma mediante la tela: creó un vestido de harapos (rotos reales y aparentes), un sombrero en forma de zapato y un vestido con cajones.

Ya apagado el movimiento modernista e iniciada la era posmoderna, el futuro parece predestinado a la tecnocultura. Los préstamos interdisciplinarios no establecen límites, se funden las diferentes manifestaciones del arte en un revoltijo de lenguajes y estilos renovadores que introducen la experimentación.

Moda y arteEn este contexto se inicia Ives Saint Laurent para la casa Dior, y desde entonces se aproxima a las artes plásticas, buscando en la pintura inspiración para sus diseños: primero Goya, Velázquez y Zurbarán, a quienes llegó siguiendo al maestro Cristóbal Balenciaga, creador que manejaba los colores y texturas como si de un pintor se tratase.

En 1965 diseña trajes rectos con jersey, sugeridos por la pintura del cubista abstracto Piet Mondrian. En 1966 proyecta sus diseños hacia el pop-art norteamericano de Andy Warhol. En 1979 experimenta con obras de Picasso, en 1988 se nutre del también cubista Georges Braque, luego con Matisse, Van Gogh...

Ya asimilados los conceptos de la posmodernidad por los artistas de todas las manifestaciones, es que se amplía y expande el vínculo entre arte y moda, haciéndose inseparable para importantes casas y diseñadores independientes.

Ese vínculo entre ambas expresiones visuales ha transgredido cada época, ya no solo se traduce en el diseño de las telas, los decorados ambientales o la asimilación de temáticas pictóricas. Ahora abarca los escenarios tecnológicos, los performance y otras insospechadas expresiones.

Esta imbricación arte-moda en Cuba descolló durante los años 80 con el proyecto TELARTE, espacio que relacionó la industria textil nacional con decenas de artistas cubanos e internacionales. Mariano Rodríguez, Raúl Martínez y Manuel Mendive; Robert Rauschenberg (Estados Unidos), Shigueo Fukuda (Japón), Luis Camnitzer (Uruguay), entre muchos otros, adaptaron sus lenguajes a la tecnología textil existente en la isla.

El proyecto se sostuvo desde 1983 hasta 1991, y durante esos años se imprimieron decenas de miles de metros de tela de algodón y fueron distribuidos a precios asequibles por diversas redes comerciales. Los consumidores cubanos integraron estos textiles a sus vidas para atender sus propias necesidades.

El arte y la moda nacen de diferentes intenciones, no tienen igual finalidad, buscan el contacto con el público en lugares opuestos; pero en el trasfondo de tantos contrastes hay espacios donde confluyen el cuerpo, el hombre, sus visiones, codicias, conflictos y tensiones.

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No es solo en el cuerpo, ni en las maneras de confección, donde radica esa imbricación entre arte y moda. Ambas son expresiones estéticas de cuanto pensamos y sentimos, ambos comparten la visión de querer expresar.

El arte es una influencia sustantiva para la moda, la expresión de una densidad estética que muchas veces inspira, signa y traspasa el vestir. Hoy ambas expresiones estéticas se entrelazan en la búsqueda de escenarios de seducción y venta. En este sentido, moda y arte parecen tener líneas coherentes.

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