¡La agotadora semana de receso!

¡La agotadora semana de receso!
Fecha de publicación: 
19 Abril 2015
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Juro que le entré al tema con muchas ganas, no llegué predispuesta, ni desanimada, eso de disfrutar con mi pequeña estudiante sus vacaciones me entusiasmaba casi tanto como a ella y, por carambola, su hermanito de tres años también aprovecharía por adelantado el programa de actividades del receso escolar. La decisión fue viajar a La Habana, tomar la casa de la abuela como base de operaciones y de ahí, cada día ¡a pasear! Los planes abrieron con el pie derecho, conseguimos un “transporte directo”, desde nuestra ciudad de Matanzas hasta el mismísimo Vedado, es más, hasta el apartamento de la abuela.

Era lunes y la mayoría de los realistas me avisaron que nada estaría abierto, pero yo, ilusa, insistía: “claro que sí, es semana de receso”. Pues no, para el Acuario, el parque de diversiones La Isla del Coco, el Zoológico de 26 y etc., esta semana comenzó el martes. Después de un agotador recorrido tuve una idea brillante: el Museo de la Revolución.

Allá fuimos y mientras a Javi le encantó ver dos aviones que le parecieron muy grandes y un policía bueno vestido de verde, Amanda Sofía acopió conocimientos para contarle a la maestra la historia de Cuba y posó orgullosa, saludando como pionera frente a las esculturas de Che y Camilo. Al final, agradecí el disparate de los centros recreativos infantiles de ignorar el primer día de la semana de receso escolar.

Llegó el martes y con él la “Odisea del Acuario (primera parte)”. Coincidía con el inicio de una importante jornada científica infantil, lo cual me pareció una excelente idea, la parte que no entendí es por qué la inauguración del evento debería implicar que se cambiaran funciones de horario y otras no se dieran, que a las doce del día no quedara ni un pan con perro en moneda nacional, ni un refresco en cualquier moneda por todo el recinto.

receso escolar 2

Como aquello era a todas luces misión imposible, decidimos regresar el miércoles en la noche para ver los espectáculos, y así lo hicimos. Las ofertas gastronómicas eran mucho mejores y de los show ni qué decir, los niños se deleitaron de lo lindo, alcanzaron a ver al ballet acuático, los delfines y los lobos marinos, pero esta segunda parte, como casi todas, no fue perfecta: si bien llegamos a las gradas del delfinario y el lobario, solo fue luego de que casi nos aplastara una multitud apiñada durante largos minutos a la entrada de los espacios de exhibición, molestándose, acalorándose, alterándose y preparándose para cuando, un segundo antes de la hora fijada, se abriera la estrecha reja, avanzar sobre cualquier obstáculo para poder sentarse.

Y no se valía “me quedo y espero para el siguiente horario”, pues el ciclo se repetía una y otra vez; terminado el show, se cerraba la puerta hasta que al fin estuviera la aglomeración lo bastante enardecida como para volver a arrasar. Pero los niños, al final, se deleitaron; entre la maestría y el buen humor de los protagonistas de cada presentación y ese desenfado natural de la infancia, todo quedaba zanjado. Valga que no me decidí a darles una cerveza a cada uno de mis pequeños, único líquido frío que se ofertaba en el lugar, de lo contrario, habrían quedado aún más relajados. Me la tomé yo, para poder seguir el receso escolar sin infarto.

El fracaso del primer intento en el Acuario nos llevó hasta el parque La Isla del Coco, donde el día no comenzó a tiempo, pues demoró en llegar la ambulancia, pero se enderezó en el camino y la ranita, los elefantes, los toboganes plásticos y dos o tres aparatos más suplieron la cola kilométrica de la montaña rusa y el olvido de reparar en tres meses otros aparatos muy populares como el barco para que estuvieran funcionando en las breves vacaciones. Lo del olvido y la rotura son especulaciones, pues nadie se tomó el trabajo de ofrecer razones. Eso sí, no puedo dejar de mencionar el heladito almendrado a peso, CUP, la bola, con que nos refrescamos al final de la tarde, luego de chucherías y refrescos entre col y col, o sea, entre divertimento y divertimento.

 

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La piscina del complejo Nené Traviesa, frente al malecón habanero, había sido la elección del miércoles en la mañana, la tarea fue para la abuela y la tía y la crónica de los festejados resultó en una sola palabra: ¡riquísimo! La madre aprovechó la mañana para llamar al Guiñol Nacional, quería conocer la programación de la semana de receso, usted sabe, uno siempre pensando en combinar la diversión y la cultura, pero resulta que hasta el fin de semana no había nada en uno de los más importantes teatros para el público infantil de la capital.

Jueves para el zoológico. Les digo que me fui con el alma, pues media semana bastó para sacarme el quilo literal y metafóricamente, pero qué no hace uno por los niños. Gracias a la bondad de los que todavía dan botella llegamos rápido y allí estaban, esperándonos, como un cubano más, el sol y la cola. Sin embargo, esta avanzaba rápido y los más perspicaces lograron evadirla entrando por el fondo, otro acceso habilitado oficialmente, pero menos visible. No obstante, no me arrepiento de mi sonsera, pues en la filita gané un par de amigos que me fueron muy útiles en las siguientes colas.

El zoológico fue la parte preferida para Javier y Amanda, las condiciones del espacio abierto, una variedad aceptable de especies, demasiadas para niños matanceros que solo tienen el Parque Watkin cada vez menos “surtido”, una oferta gastronómica variada, distribuida en, si no suficientes, bastantes puntos de venta, lo cual no elimina las colas, pero las hace más llevaderas, y otra cantidad de atractivos desde la fotico con las mascotas, los disfraces, actuaciones de payasos, carricoches de diversos tipos, en fin, muchos inventos divinos para que los padres regresen con el bolsillo al revés, pero, no se puede negar, también para que los pequeños escolares gocen en grande sus merecidas vacaciones.

La Habana Vieja, especialmente el Museo de Historia Natural, es una deuda que quedó pendiente, pues el viernes nos despedimos del receso con una visita a la casa del abuelo y el sábado de regreso a casa, porque a mami la llamaba el deber: las elecciones de este domingo. Sin embargo, tengo muy buenas referencias de aquel sitio patrimonial y volveré, seguro, en el verano, porque agotada y todo, esa sonrisa de mis niños, la alegría con que alzan la mano cuando pregunto a quién le gustaron las vacaciones y la insistencia de Amanda en llevar fotos para mostrarle a maestra y amiguitos cuánto se divirtió y aprendió, lo pagan todo.

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