Astro, las cucarachas y otros demonios

Astro, las cucarachas y otros demonios
Fecha de publicación: 
11 Marzo 2015
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Hace tiempo escuché decir a una amiga: «Yo nunca viajo en Astro porque las guaguas tienen cucarachas». Me extrañó su comentario porque si no viaja en Astro, tiene que pagar ViAzul, que es mucho más cara; ir en tren, que según he escuchado es casi siempre una experiencia desagradable por las demoras; o de lo contrario, tomar el avión. Para mí esta última es siempre la mejor opción, pero claro, cuando uno va a ciudades en provincias cercanas no tiene mucho sentido.

De cualquier forma, no le presté atención a esa persona cuando me habló de cucarachas, más bien yo estaba segura de que ella exageraba. Llevo años yendo a provincias por un motivo u otro de forma frecuente. Generalmente hago varios viajes en el año y siempre me he movido en Astro y a través de las listas de espera.

He conocido mi isla con mi casa de campaña muchas veces, y otras en alquileres para cubanos, buscando siempre las opciones más económicas en hospedaje y comida. O sea, «nadie podía hacerme un cuento». A pesar de que el comentario de mi amiga lo escuché en otras ocasiones por parte de desconocidos con los que conversé en alguno de esos viajes, de Astro nunca tuve otra queja que no fuera el deterioro que avanza en sus instalaciones y servicios sanitarios en varias estaciones.

Pero no fue hasta hace unos días que cambié de opinión, y de forma radical. Además de la fealdad que crece en las terminales o la falta de higiene, las cucarachas tomaron protagonismo en la historia, cuando tuve que tomar un bus a Pinar del Río la semana pasada. Y no se trataba de dos o tres que me permitieran hacerme de la vista gorda. No. Nada de eso, eran muchas, muchas; tantas, que esa imagen me borró cualquier recuerdo de un buen viaje en Astro.

Desde que subí a la guagua, percibí cierta incomodidad en los pasajeros que ya estaban dentro. Sobre todo las mujeres miraban de un lado a otro como huyéndole a algo. No fue necesario preguntar, nadie tuvo que explicarme. Las cucarachas habían invadido todo, como si fueran las dueñas.

Primero traté de ocupar un asiento del pasillo porque pensé que los de las ventanillas eran más propensos a insectos, ya que se notaba que muchas de estas criaturas repulsivas salían de las paredes del ómnibus. Pero comprobé que mi gestión era en vano: las cucarachas no discriminaban entre los asientos de afuera o adentro, cualquiera les venía bien y caminaban por encima de los muebles; ni siquiera se asustaban con nuestra presencia.

Cuando pensábamos que habíamos encontrado algún espacio inmune, por entre los pliegues del espaldar salía una o muchas «cuquitas». Les repito que no eran una ni dos, sino cientos, o miles; parecía que todas las cucarachas de Cuba se hubieran mudado a esa guagua.

En fin, no quiero entrar en más detalles escatológicos, me es imposible describir lo indescriptible. Si alguien entre los lectores ha vivido esto, sabrá de lo que estoy hablando.

No me faltó nada para bajarme de la guagua antes que arrancara y regresar a mi casa, pero este era un viaje que no podía dejar de hacer, así que no me quedó otro remedio que enajenarme, rezar para que no me subiera ninguna por los pies y recogerme bien el pelo, como lo habían hecho las demás muchachas que iban en el bus. Y, por supuesto, cuando llegué a mi destino puse en cuarentena toda la ropa que llevaba puesta.

Afortunadamente el sueño nos venció a todos, pues era de madrugada, y creo que eso fue lo que nos salvó, a pesar de que me pareció un viaje larguísimo. Nunca pensé que a La Habana y la ciudad de Pinar pudieran separarlas tres horas y media de camino.

Varios pasajeros se quejaron con los choferes por las indeseables cucarachas, y ellos respondieron tranquilamente como si fuéramos niños chiquitos que eso era producto de que la gente comía dentro de la guagua. Casi parecía decirnos que se trataba de un castigo que teníamos bien merecido.

En ese momento pensé en algo que a menudo viene a mi mente cada vez que recibo un mal servicio: ¿Por qué siempre en Cuba los clientes «tenemos» la culpa de todo? ¿Por qué cuesta tanto obtener la explicación lógica, el trato correcto? ¿Por qué parece imposible que algún día un buen servicio deje de ser una casualidad?

Pero además recordé: en los aviones también se come, no se le prohíbe a nadie ingerir alimentos propios ni suministrados durante el vuelo, y sin embargo, no hay cucarachas. ¿Será que no les gustan las alturas? Es más, en los P la gente come de todo (no sé si es permitido), pero tampoco hay cucarachas y, al igual que los ómnibus de Astro, constituyen un transporte terrestre.

En el departamento de Atención a la Población de Astro me explicaron muy amablemente que ellos tomaban las medidas pertinentes para mantener la higiene en los ómnibus y que tenían contratos con Labiofam para emplear insecticidas que eliminaran a las cucarachas. La chica que me atendió insistió en que esas medidas se habían reforzado después de una carta de un lector publicada en el diario Granma en enero pasado.

 

Dicha queja tuvo una respuesta (demorada) el pasado 6 de marzo por parte de la dirección general de la Em­presa Ómnibus Nacionales.

Ojalá estas acciones sean ejecutadas con la frecuencia necesaria y se mantengan por un buen tiempo, hasta que las guaguas Astro queden libres de cucarachas. Si no se aplica la fumigación de forma constante y regular, las cucarachas se reproducirán y seguirán dando ese desagradable espectáculo durante los viajes interprovinciales.

Afortunadamente, el bus en el que volví a casa no tenía cucarachas, pero funcionaba mal la climatización. En fin, es difícil viajar y quedar libre de algún perjuicio. Creo que nos merecemos mucho más de lo que recibimos por este servicio, aun cuando para ciertas personas resulte «barato» ir por 30 y pico de pesos cubanos a otra provincia.

Y no les digo más.

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