Silvio Rodríguez: Y aún soy lo mismo que fui

Silvio Rodríguez: Y aún soy lo mismo que fui
Fecha de publicación: 
29 Noviembre 2014
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Nací cuando las nebulosas
aún eran polvo cósmico en loca fricción
cuando ni el bisabuelo de este universo
había conocido la luz.
Nací mucho antes
y aún soy lo mismo que fui.

El pequeño suceso ocurrió el 29 de noviembre de 1946, o sea que Silvio Rodríguez Domínguez está cumpliendo ahora mismo 68 años. Reseñar ese tiempo en obras es ardua tarea, por ser considerado uno de los más importantes cantautores de nuestra lengua, para muchos incluso en singular. Claro que todo esto de los lugares que pueda ocupar, no tiene la menor importancia el caso es que Silvio ha creado (y sigue creando) su cosmos poético, al que podemos arribar siguiendo un largo rastro de canciones, útiles para ir de hallazgo en hallazgo hacia un día mejor para todos. 

Soy de donde los patriotas
daban nombres a las calles.
Soy de un río, soy de un valle
y de una familia rota.
Soy de un pueblo en bancarrota,
de un San Antonio fiestero
donde hoy sólo el viento sopla entero.
El nuevo trovador antiguo
se acerca a la procesión.

En San Antonio de los Baños fue acunado con el canto de Argelia (su mamá), con las descargas campesinas típicas de pueblos de campo, y también con el trino del sinsonte o el tomeguín, con el arrullo del Río Ariguanabano; creció respirando con el alma aquella pequeña patria que siempre ha llevado consigo, la vida natural, la de las esencias humanas que tomaría de las lecturas de José Martí.

Soy
de donde tuve un perro en amistad,
de donde me ensayé como un ciclón.
Yo soy de la biajaca en curricán,
de la pedrada blanca en el portón.
Yo soy del tomeguín sin el pinar
y soy de la carreta del carbón.
Soy de hasta donde pueda imaginar
y el otro poco soy de la ilusión.  

Luego irrumpe en él la capital, otro tiempo y nuevas influencias, ahora un barrio bullanguero, donde la rumba y el filin imperan; vive cerquita de los Estudios de Grabación que unos años después verían nacer sus primeros discos.

También nací en Centrohabana,
rumba de supervivencia,
son de perdida inocencia
en clamor de pena urbana;
venerable afrocubana
de existencia fabulosa,
hembra sobrenatural y diosa.

Recorriendo sus esquinas
vuelvo a sentir la fragancia
de una calle de mi infancia
barrial y capitalina:
San Miguel, ángel en ruinas
de inmaculada bandera,
luz vitral de mi canción primera.

Corrían los días de aquel joven dibujante, que hace historietas en la revista Mella, lo días de Octubre de 1962, en los que vigila toda la noche en una azotea, con un fusil casi más grande que él, por si viene el avión norteamericano que tirará la bomba atómica. Días de salir con lápiz, cartilla y manual a los montes a alfabetizar.

Mediados de los años 60, ya está el guajirito en el Servicio Militar; de día marchas, entrenamientos, luego guardias donde las noches se hacen largas, a las diez de la noche toque de silencio, y no tienes sueño, entonces la guitarra es más amiga que nunca. Se escurría del albergue y se iba lejos, para que no escucharan a su guitarra ni a su voz tejiendo la silueta de una mujer distante.
Me veo claramente

marchando a campañas de guerra entre todos
y yendo tras guerras privadas también.
Me veo claramente
la primera noche con una guitarra,
tan pálidamente como cuando fue la primera mujer.

Me veo tan atento
a los ruidos internos, feliz tristemente,
queriendo de veras ser mucho mejor.
Me veo claramente buscando palabras
que sepan dar vida y dar muerte al amor.

Se esboza el trovador, cuando aparece la cofradía de amigos poetas pintores y escritores de una revista que nacía (marzo de 1966) El Caimán Barbudo.

Fui un trovador errante,
sombra por caminos sin almas,
mis riquezas fueron aquellos sitios
donde aprendían mis canciones
quienes me las mostraban.

Ciertamente, se aprendían sus primeras canciones; canciones que ellos mismos le enseñaban entre lecturas, discusiones, en ese mostrarse lo que le va naciendo a cada cual, espesura espiritual como musa mayor.  Víctor Casaus, Jesús Díaz, Félix Contreras, el Gallego Posada, Guillermo Rodríguez Rivera, Félix Guerra, y ese entrañable Wichy Nogueras, inquieto, siempre estirándose hacia un rincón inexplorado para sacarle un verso que nos explique mejor la vida.

Susurraré mi historia a un trovador errante,
sombra en busca de almas,
para que las reparta junto a los fuegos ocasionales,
tibios, que depara el camino,
a todos quienes sueñan
con un cisne salvaje.

“El poeta es el flaco” dicen que dijo Luis Rogelio Nogueras, cierta vez que lo apuntaron como la luz del grupo, refiriéndose a Silvio. Ahí está Wichy, en esta y otras canciones del trovador  como el amigo que siempre nos tiene echado el brazo por encima, que le ha dejado como prenda su espíritu  inconforme, su herejía, y también sus viudas. Fue precisamente el piquete de El Caimán Barbudo quien muestra en público por vez primera a aquel delgaducho hacedor de extrañas canciones en un concierto que fue llamado “Teresita y nosotros”  el primero de julio de 1967 en Bellas Artes;  ella era la ya importante trovadora Teresita Fernández y “nosotros” los poetas buscapleitos de El Caimán, entre los que contaron a Silvio, uno más de ellos, pero con guitarra.  

De uno en fondo pasábamos por la misma canción:
era uno, eran dos, eran tantos y, qué sé yo,
pero era bonito mirarnos, vernos sufrir.
Érase que se era una vez…

Era imposible pasar un solo día sin morir,
sin gritar, sin reír, sin comprender, sin amar.
Qué desastre de gente que no podía estar en paz.
Érase que se era una vez…

Aparecieron otros guerrilleros con guitarra, Vicente Feliú (amigo desde el preuniversitario), Pablo Milanés, Noel Nicola, venían con similares inquietudes; la revolución, en días volcánicos, pedía a gritos las canciones que reconocieran, criticaran, sufrieran, y amaran, con nueva voz, como nuevos eran los tiempos.   
 
Hay un grupo que dice
que lo haga reír,
dice que mi canción
no es así, juvenil,
que yo no me debiera poner a cantar
porque siempre estoy triste, muy triste.
Miren que decir eso
con tantos motivos para no reírse como hay.

En 1967 se desmoviliza del Servicio Militar y al día siguiente aparece en el programa de televisión Música y Estrellas. A partir de noviembre sería el anfitrión de otro programa: Mientras tanto. El 18 de febrero de 1968 en la sala Che Guevara de Casa de las Américas se da el primer concierto de la nueva era de la trova. Tres muchachitos entre 21 y 24 años, con un puñado de canciones se encuentran con un público que los viene siguiendo en descargas en parques y portales, o que han oído hablar de esos “revoltosos” que Yeyé (Haydée Santamaría) está cobijando del mal de ojo de algún burócrata o ser de estrecha visión.

Al que le disguste mi sincero afán
de decir la vida en mi canción,
sólo le diré que cuando pueda
colgaré mi voz de algún lugar común,
que cuando pueda dejaré mi forma de pensar,
que cuando pueda mi guitarra irá a parar al mar.
Pero mientras tanto,
yo tengo que hablar, tengo que vivir,
tengo que decir lo que he de pensar.
Mientras tanto,
yo tengo que hablar, cantar y gritar
la vida, el amor, la guerra, el dolor.
Y más tarde
guardaré la voz.

Ese “más tarde” nunca ha llegado pues Silvio Rodríguez no ha guardado su voz. Ha compartido escenario y obra con otros creadores raigales como Chico Buarque, León Gieco, Joan Manuel Serrat, Isabel Parra, Víctor Heredia, Luis Eduardo Aute, Mercedes Sosa, y tantísimos otros cantores de tierras y generaciones disímiles. Es cantado por todo cantautor auténtico de nuestra lengua. Una obra de miles de canciones, más de 30 discos, todos los reconocimientos inimaginables, ícono en Latinoamérica (y más allá) como el gurú de la izquierda, no solo visto como voz poética de la Revolución Cubana, sino de esa cultura rebelde del continente que trae la América nueva y nuestra. Pero más allá, incluso esto último (que no es poco decir), se admira al creador perenne, al ser humano en debate consigo mismo para no dejarse entrampar por ninguna de las redes que trae la vida, ni la de los años, ni las peores:  la de “riqueza” o la fama.

Fui un trovador errante,
y ahora, tras el paso del tiempo,
soy quien enciende las hogueras,
quien convoca luciérnagas,
y sabe el nombre de la chispa que salta
de la crepitación hacia la noche,
cometa de un universo diminuto,
donde mi mano es la de Dios,
quiero decir,
la de un colosalmente viejo vagabundo,
con la mirada puesta en los senderos,
con la memoria abierta
a la única riqueza que le espera.

Está de cumpleaños un hermano mayor de la trova cubana, siempre pendiente de lo que ocurre en su patria, el mundo y en lo más íntimo del ser humano; alguien que no mira hacia lo hecho (se abrumaría, realmente con tanto); el mismo que se echó a la mar un par de meses en el buque pesquero “Playa Girón” pescando un sinfín de canciones y hoy las busca y entrega en los barrios más humildes, para –siguiendo la luz de Martí- echar su suerte con los pobres de la tierra. Silvio está ahora mismo creando, buscando y buscando nuevos senderos poético-musicales, para el fin último de todo auténtico creador, ser útil, rozar los espíritus, brindarles un soplo de luz.

Ahora soy de la memoria,
ahora pertenezco al viento;
otro dirá en su momento
si fui más pena que gloria.
Lo que fue nuevo es historia
y lo que nace alza vuelo
con el sueño de tocar el cielo.

Partero fui de un futuro
escurridizo, inasible,
seguramente posible
si no le ponemos muros.
El amor es el más puro
néctar contra la tristeza.
Bienvenida su naturaleza.

Por estos días a razón de una entrevista que le realizó Iroel Sánchez,  para un próximo programa televisivo La pupila asombrada estuvimos en los Estudios Ojalá escuchando con Silvio unas grabaciones en proceso de mezcla. Pudimos escuchar una de esas zonas de su obra con visos de leyenda, esa Exposición de mujer con sombrero, la tetralogía de canciones compuestas de un tirón en 1970. Con formato de piquete jazzístico las cuatro canciones se entretejen como una sinfonía trovadoresca. Aquí van los textos de esa tetralogía que estará, al fin, en un futuro disco del trovador.  Celebremos entonces la obra de Silvio, y la honestidad de sus años, el no sentarse entre tantas sillas que ha tenido al borde del camino. Su rastro está en sus canciones, en las que vienen nuevas desde hace cinco décadas y las que vendrán mañana que ya sabemos coherentes, (quizá con puntos de vista que superen los anteriores, y por qué no, que rectifiquen y hasta critiquen una mirada primera, pero nunca que se nieguen). Felicidades Silvio, por (como diría Roque) no apagar la luz.

Dibujo de mujer con sombrero

Yo no vine a ti, viniste tú.
Yo no te esperaba y te besé.
Se supone que debo callar.
Se supone que debo seguir.
Se supone que no debo protestar.
Se supone que eres un regalo
que se me rompió enseguida
y ahora, nada: lo de siempre.
Se supone que eres el sombrero
de una fiesta, de esos de cartón,
para la ocasión.

Oh, mujer:
si supieras lo breve que entraba la luz
en la casa de un niño, en un alto edificio,
y que era la hora esperada del día,
no me hubieras tocado en el hombro una vez.

Oh, mujer:
si supieras lo breve que entraba esa luz
en una casa que se llamaba la noche,
en una casa en la que no había más puerta
que la de la razón de aquel niño sin fe.

Ahora se supone y nada más.
Yo también quisiera suponer
que la cobardía no existió,
que es un viejo cuento de dormir.
Pero quedo yo, en medio de mí,
en medio de las mismas paredes,
sonriendo a los amigos,
yendo allá, desayunando.
Pero quedo yo aquí,
aplaudiendo una vez más
a los fantasmas de las tres.

Oh, mujer:
ojalá que contigo se acabe el amor.
Ojalá hayas matado mi última hambre,
que el ridículo acaba, implacable, conmigo
y yo, de perro fiel, lo transformo en canción.

Oh, mujer:
no te culpes, la culpa es un juego de azar.
Nadie sabe lo malo que puede ser riendo
ni lo cruel que pudiera salir un regalo.

No te asustes del día que va a terminar.
No te asusten los puentes que caigan al mar.
No te asustes de mi carcajada final.

Óleo de mujer con sombrero

Una mujer se ha perdido
conocer el delirio y el polvo;
se ha perdido esta bella locura,
su breve cintura debajo de mí.
Se ha perdido mi forma de amar;
se ha perdido mi huella en su mar.

Veo una luz que vacila
y promete dejarnos a oscuras;
veo un perro ladrando a la luna,
con otra figura que recuerda a mí.
Veo más: veo que no me halló;
veo más: veo que se perdió.

Una mujer innombrable
huye como una gaviota
y yo, rápido, seco mis botas,
blasfemo una nota y apago el reloj.
Que me tenga cuidado el amor,
que le puedo cantar su canción.

La cobardía es asunto
de los hombres, no de los amantes.
Los amores cobardes no llegan
a amores o a historias, se quedan allí:
ni el recuerdo los puede salvar,
ni el mejor orador conjugar.

Una mujer con sombrero,
-como un cuadro del viejo Chagall-,
corrompiéndose al centro del miedo,
y yo, que no soy bueno, me puse a llorar.
Pero entonces lloraba por mí,
y ahora lloro por verla morir.

Detalle de mujer con sombrero

Nací cuando las nebulosas
aún eran polvo cósmico en loca fricción,
cuando ni el bisabuelo de este universo
había conocido la luz.
Nací mucho antes y aún soy lo mismo que fui:
lenguas de fuego, estrellas remotas,
cuerpos volando y buscando la vida,
breves tormentas de billones de años,
ojos en el cielo azul.

Qué joven soy:
¿qué me daré la vida?,
¿qué me dará el amor?

Me hice universo, galaxia, planeta.
En mi lomo crecieron animales y selvas,
y la inteligencia fue haciéndose rienda
para mi nerviosa emoción.
Nací mucho antes y aún soy lo mismo que fui:
un semimono, cazador de venados,
pirámides, tumbas de arena del hombre,
dioses y héroes, imperios caídos,
guerras de la religión.

Pero, qué joven soy:
¿qué me daré la vida?,
¿qué me dará el amor?

Me brotaron colonias, más tarde repúblicas
y países enormes en revolución.
Nació quien me puso nombre y apellidos,
y profetas con pie de león.
Nací mucho antes y aún soy lo mismo que fui:
sueños armados, ideas preciosas,
mil enemigos con banderas atómicas,
elementales y viejas miserias
y el corazón de un fusil.

Pero, qué joven soy:
¿qué me daré la vida?,
¿qué me dará el amor?

Aun me paseo robándole al aire
cualquier esperanza que ablande mis guerras.
Soy enemigo de mí y soy amigo
de lo que he soñado que soy.

Nací mucho antes y aún soy lo mismo que fui:
un embutido de ángel y bestia,
la democracia y el templo hermanados,
hombres, mujeres, niños y viejos
y algo para una mujer.

Pero, qué joven soy:
¿qué me daré la vida?,
¿qué me dará el amor?

Cuando me beses, cuando me acaricies,
vas a sangrar, vas a iluminarte.
Mi anatomía de espuma y granada
hiere y canta por mí.
Es que nací mucho antes y aún soy lo mismo que fui.
Cuando me dejes, cuando me rechaces,
estarás destruyendo, negando a mis padres,
a todos mis hijos, a lo que me hizo
y a lo que yo vine a hacer.

Pero, qué joven soy:
¿qué me daré la vida?,
¿qué me dará el amor?

Mujer sin sombrero

Si un funcionario y un poeta
amaran la misma mujer,
¿qué nueva implicación tendría
la guerra astuta que padecen?,
y en fin, ¿dónde se posaría
la victoria del amor?

El funcionario con funciones,
el poeta cambiando de voz,
los dos haciéndose pedazos
contra el temible amor.

Si les pregunto a los presentes
a cuál de los dos le van:
los despeinados al poeta
y los peinados al suicidio
-y sólo yo le apuesto todo a la mujer.

Hicimos el amor en la ventana
y el vecino de enfrente se quejó.
Eso no lo sabias, no lo dije.
¿Qué ventana mejor se humedeció?

No llegué a ir al mar, pero fui al pueblo,
y en el lugar donde iba tu voz
siempre se hizo silencio, un gran silencio.
Nadie ocupo tu silla, tu canción.

Hay que salvar esos recuerdos
de todo lo que fue ruin.
Hay que salvar esos recuerdos
para salvarte a ti.

Hay un amor que da lo diario
que te va a comprender,
y otro que canta y eterniza,
que te hace trascender.

Cada cual da lo que tiene:
unos dan necesidad
y otros regalan las palabras.
Veremos qué dura más.

Hay un amor omnipotente,
hay un amor desesperado,
que descorazona las piedras,
que es más semilla que semilla,
que es más arado que el arado.

Hay el amor de amor de amor,
hay amor como una tumba.
Hay amor de laberintos,
más complicado que un sombrero.
Hay el amor cercano a Cristo.

Mi amor no ha sido tan tremendo
ni tan ancho
ni tan bello
ni tan triste
ni tan sabio
ni tan solo
ni tan loco
ni tan todo
ni tan nada.

Pero canta.

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