MLB: Sombrías dudas sobre el Salón de la Fama

MLB: Sombrías dudas sobre el Salón de la Fama
Fecha de publicación: 
14 Enero 2014
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La exaltación de jugadores al Salón de la Fama del béisbol de Grandes Ligas continúa siendo un tema muy polémico. Los criterios son diversos y quizás se hable más de los atletas que quedan fuera cada año que de los que, finalmente, ganaron un puesto entre los inmortales. Contradicciones de un deporte que ahora está pagando, en voz alta, un alto precio por todos aquellos que guardaron un silencio cómplice, durante la llamada “Era de los Esteroides”.

Por segundo año consecutivo el hombre que más jonrones ha conectado en la historia de las Mayores, Barry Bonds, y el lanzador con más premios Cy Young, Roger Clemens, ni siquiera alcanzaron el 40% de los votos emitidos por los casi 600 miembros de la Asociación de escritores de béisbol en Estados Unidos quienes son los encargados de elegir los nuevos miembros del Salón. ¿La razón? Aunque ninguno de los dos fue suspendido, sus carreras aparecen conectadas con el consumo de sustancias prohibidas.

Ambos recibieron acusaciones por parte de entrenadores o antiguos colegas y sus nombres están recogidos en el Informe Mitchell, de 2007. Estos son argumentos esgrimidos por los periodistas para no incluir en sus selecciones a Bonds y Clemens; aunque estas mismas ideas se aplican para otros jugadores que, cinco años después de pasar al retiro, optan por ingresar al Salón de la Fama, ubicado en Cooperstown, un pequeño pueblo en las afueras de Nueva York. La lista es extensa e incluye también a Mark McGwire, Sammy Sosa y Rafael Palmeiro.

Para Ken Gurnick, un reportero del sitio oficial de la MLB, el hecho de que un pelotero haya jugado en algún momento de la “Era de los Esteroides” resulta suficiente para dejarlo fuera de su lista de votación. Como en ese período la MLB no realizaba exámenes, ni tampoco tenía una “política antidopaje” —ahora la tiene, pero parece un chiste de mal gusto—, pues Gurnick considera que es imposible probar que un jugador obtuviera sus logros sin la ayuda de sustancias prohibidas. Por tanto, los atletas son culpables hasta que se demuestre lo contrario.

A partir de este razonamiento que, sin dudas, resulta muy controvertido, el periodista no votó en 2013 por ninguno de los tres peloteros que entrarán, en junio de este año, a Cooperstown: Gregg Maddux, Tom Glavine y Frank Thomas.
En el otro lado de la controversia sobre el Salón están los defensores del “olvido”. Ellos aducen que continuarán votando por Bonds y Clemens, porque ambos alcanzaron formidables logros deportivos y nunca se les pudo probar científicamente el empleo de esteroides. Así que merecen un puesto entre otros grandes del béisbol.

Esta posición no ha cobrado mucha fuerza, como lo demuestran los bajos números de votos recibidos en 2013: Clemens (35,4%) y Bonds (34,7%). Si tenemos en cuenta que para entrar a Cooperstown es imprescindible alcanzar, como mínimo, el 75% de los votos, no es difícil imaginar que el llamado “Templo de los inmortales” mantendrá las puertas cerradas para estas figuras que, durante mucho tiempo, fueron icónicas para el universo de las bolas y los strikes.

La elección de Maddux, Glavine y Thomas fue bien recibida por la mayoría de los fanáticos y especialistas. Sus nombres parecen estar limpios —aunque Gurnick opine lo contrario— y en los terrenos tuvieron resultados espectaculares. Maddux está ubicado en el octavo lugar en la lista de todos los tiempos en total de victorias, con 355 y un promedio de carreras limpias de 3,16, en 23 temporadas. Además, ganó cuatro premios Cy Young consecutivos, entre 1992 y 1995, y obtuvo ¡18 Guantes de Oro!, cifra récord para un lanzador.  

Mientras, Glavine —compañero de Maddux, durante la época dorada de los Bravos de Atlanta— finalizó con marca de 305 victorias y 203 reveses, en 22 temporadas. Asistió a 10 Juegos de las Estrellas y mereció dos Cy Young (1991 y 1998). El tercer y último exaltado será Frank Thomas —quien jugó varias veces contra Cuba, cuando era amateur—, un fornido bateador que recibió dos premios como Jugador Más Valioso de la Liga Americana, tuvo un promedio al bate de 301, disparó 521 cuadrangulares e impulsó 1704 carreras, en 19 campañas con los Medias Blancas de Chicago, Azulejos de Toronto y Atléticos de Oakland.

Las reglas establecidas para el ingreso a Cooperstown son muy claras en determinadas partes; pero, en otras, dejan demasiado espacio a la interpretación. “El voto deberá basarse en los datos del pelotero, su habilidad para jugar, integridad, conducta deportiva, carácter y contribución al o a los equipos en que jugó”. Quizás estas reglas deberían adaptarse mejor a los tiempos modernos y, sin llegar a los extremos de “culpables hasta que se demuestre lo contrario”, sí podría aparecer una referencia directa al uso del doping; aunque el tema central de la controversia seguirá allí: ¿cómo determinar quiénes realmente se valieron de sustancias prohibidas para mejorar su rendimiento?

La sombra de esa duda continúa cubriendo la MLB. Probablemente muchos prefirieran “pasar la página” sobre los oscuros años de finales de los noventa y el primer quinquenio del siglo XXI; pero los “fantasmas” con “nombres de peloteros malditos” se resisten a desaparecer. Entonces regresan al final de cada temporada, para recordarles a los periodistas que votan sobre el ingreso a Cooperstown —y también a todos los seguidores del béisbol—que una vez, no hace tanto tiempo, la burbuja de la MLB se infló a base de esteroides.

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