Las Memorias de Daniel (XII): El segundo brindis de Gerardo en New York

Las Memorias de Daniel (XII): El segundo brindis de Gerardo en New York
Fecha de publicación: 
10 Noviembre 2011
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El día 28 de Mayo de 2006 se realizó un acto público en el Schuetzen Park, de New York, organizado por un grupo de emigrados cubanos, pertenecientes a una sociedad fraternal que lleva por nombre «Miguel Teurbe Tolón». Fue invitado como orador central en dicho acto el Congresista  Lincoln Díaz-Balart, uno de los más rabiosos enemigos de la Revolución Cubana, quien además de su responsabilidad como orador principal debía recibir una placa de reconocimiento, otorgada por dicha sociedad en consideración a sus «altos merecimientos como incansable luchador por la Libertad y la Democracia en Cuba».

Los organizadores del acto solicitaron al Dr. José Manuel Collera Vento, le entregara a Lincoln Díaz-Balart la placa de reconocimiento y pronunciara unas palabras de elogio, destacando los méritos patrióticos y la destacada labor parlamentaria del invitado de honor. Collera  tuvo un momento de vacilación, sintió que una profunda desazón le invadía. Por su mente pasaron, en segundos, las muchas razones que tenían los cubanos para aborrecer al susodicho político. Díaz-Balart,  el hombre que en un programa de TV. «María Elvira Confronta», transmitido por el Canal 22 en el año 2005, afirmó, sin rubor, que había solicitado a la administración Bush, nada más y nada menos que un bloqueo naval contra Cuba.

Lincoln Diaz-Ballart en su papel de Goliat

Lincoln Díaz Balart autor, organizador o apoyatura de cuanto acto violento se planifica y se lleva a cabo contra Cuba. Vinculado al terrorismo, a la guerra económica, más de una vez ha manifestado su deseo de una agresión militar contra la isla por parte del gobierno de los Estados Unidos.

Desear que Cuba tenga un destino similar al de Irak, con sus ciudades destruidas y decenas de miles de civiles asesinados, sólo puede estar en la mente de un apátrida, siempre dispuesto a enviar a la muerte a los demás, mientras espera, desde su refrigerada oficina, para recoger de la tierra anegada en sangre, los frutos de la traición.

Ese era el hombre al que debía ponderar Collera. Su primero intención fue rechazar el ofrecimiento, por dos razones de peso, la primera ya fue dicha, la segunda, tal acción podía crear dudas y poner en riesgo la verdadera identidad de Gerardo como combatiente revolucionario a la vista de los que seguramente medían y evaluaban sus actos, y sabían muy bien que debía mantener una conducta de no enfrentamiento político directo con el gobierno de su país. Collera contempló a los presentes, pasó la vista por la concurrencia y rápidamente una idea se hizo fuerte en su mente y en su corazón. Aceptó el encargo con una sonrisa pícara en los labios
No podía perder la oportunidad de golpear a tan «destacado» enemigo. Algunos de los promotores de la idea, lo que pretendían ingenuamente era poner a prueba su valor, otros quizás querían comprometerlo, alguien cercano  quería demostrarle a los que siempre tuvieron olfato para dudar acerca de su protagonismo en ciertos círculos, que era realmente uno de los suyos.

Se aprestó a la acción, comprendía que había aceptado un combate en terreno aparentemente poco propicio. Pero no dudó y se abrió paso al sitial que le indicaron los organizadores. Llegado el momento el ensoberbecido politiquero ocupó su lugar en la engalanada tribuna del Schuetzen Park.

El Maestro de ceremonias hizo las presentaciones; todos los sentidos de Collera estaban en tensión buscando el punto vulnerable. La cuestión complicada radicaba en que momentos antes del desenlace, él no sabía cómo iba a dar el pretendido golpe; pensó incluso que se había dejado llevar por un entusiasmo pasajero que le comprometía, fue entonces que el presentador hizo referencia a un cubano de la Isla (para diferenciarlo de los de la emigración) que según dijo textualmente: «ese cubano va a decir ahora aquí, lo que no puede decir en Cuba». Hubo aplausos como tentándole al temerario reto.

En ese momento vio claro el camino. Subió resuelto a la tribuna, de pie ante el micrófono y sin dirigirse a las personalidades como manda el protocolo, dijo alto y claro: «Ahora voy a decir aquí lo mismo que puedo decir allá, porque la libertad está dentro de uno mismo, la libertad no depende del entorno». Contempló que algunos rostros denotaban dudas, otros, los de su esquina, cierta decepción, esperaban un inicio quizá menos conservador. Hizo una breve pausa, lo importante era darle el golpe al hombre alto. El  fruncido de la frente del congresista hacía suponer que no había pasado por alto la sutileza. Collera  enumeró los logros en la labor parlamentaria de Díaz-Balart, dijo, nuestro congresista, presentó, defendió y logró aprobar en la Cámara de Representantes una ley referente a los inmigrantes centroamericanos, en realidad una de tantas maniobras en épocas de elecciones, aunque esto no lo dijo, al menos claramente. Fue el primer Congresista de origen hispano que presidió una Comisión considerada entre las más importantes en dicha Cámara de Representantes, todo eso lo dijo al paso, con gesto indiferente, como restándole importancia.

Erguido en el estrado, alzó la voz, hasta entonces tenue, matizada, para finalizar, al señalar, que lo más destacado en él era ser uno de los polos en una antiquísima confrontación entre una gran nación y una pequeña isla; ninguna referencia sobre quién tiene la razón en ese conflicto entre David y Goliat, en el cual este señor está en el lugar de Goliat.
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Llegado su turno, Díaz Balart  pronunció un frenético discurso en contra de la Revolución Cubana, sin que faltaran venas ingurgitadas y tez rubicunda. De regreso a la mesa presidencial en la que Collera disimuladamente evitó ocupar plaza, le dijo a los que con él compartían el champagne y las aceitunas: «el gallito de ustedes sabe nadar y guardar la ropa». Entre tanto, no fueron pocos los que sin entender lo que realmente había sucedido o fingiendo no haberlo comprendido, felicitaban al Dr. por su valentía. Collera, en cambio, se lamentaba en silencio de no haberle dicho a aquel sujeto, por aquellos micrófonos, lo que hubiera querido decir con crudeza, porque como dijo José Martí: En silencio ha tenido que ser…

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