El NTV y mi abuelo

Como a las 5 de la tarde de un enero, el abuelo llegó a casa con una caja enorme, acompañado por Benito, el  electricista del barrio, y Artemio, un reparador de radios “con mucha experiencia”, como lo avalara el viejo Santana, “porque esto no se trata de hacer azúcar, que de eso yo sí sé; esto es otra cosa”.

Por el sindicato, le habían comunicado que la estimulación incluiría  la entrega de televisores y el abuelo no tuvo que esforzarse mucho para, en 12 meses, llevarse a casa el trofeo, conquistado entre los tachos del central Ciro Redondo, en la provincia de Ciego de Ávila.

Con cuidado abrieron el embalaje y sacaron de él un inmenso televisor cuya marca he perdido en la memoria. Venía envuelto en una tela blanca de olor indescriptible, que luego supimos era para espantar bichos y humedad. Lo colocaron encima de la mesa del comedor y toda la familia, incluidos los 6 nietos, rodeamos el aparato, contemplándolo con la misma veneración con que seguro los antepasados del hombre admiraron la primera hoguera.

Sacaron de la caja también 4 patas, metros de cable y una antena que comenzó a armar Artemio, siempre atento a las indicaciones del manual “porque esto no es asunto de juegos”, recuerdo que repetía, escudriñando con sus espejuelos de gruesos cristales, todos los diagramas que acompañaban al recién llegado.

De las casas cercanas del batey comenzaron a arribar las vecinas Alina, Rosa, Georgia y María, quienes, como nosotros, abrían los ojos ante el inmenso televisor de color gris, el primero que hacía su entrada a la comunidad.

El abuelo Santana y Benito se encargaron de acomodarlo en la esquina privilegiada del comedor; fue quizás la decisión más firme y colegiada de toda la familia porque allí se mantuvo durante años, presenciando las trastadas de nietos y bisnietos, dejando asomar primero al Pato Donald, luego a los muñequitos rusos, y después, hasta Elpidio Valdés llegó a lomos de su Palmiche.

Cuando ya  estaba casi lista la instalación del aparato, Artemio, improvisado  asesor,  nos reunió a todos e, instrucciones  en mano,  como si catedrático impartiendo una conferencia magistral, fue explicando la función de cada botón hasta llegar a una tecla roja, que tocó temeroso con su dedo índice. Recuerdo que dijo: aquí se enciende, y la algarabía hizo temblar las maderas de la casa con el reclamo unánime de “¡Préndelo!”

Eran las ocho en punto de la noche y las imágenes de  presentación del Noticiero Nacional de Televisión aparecieron como por arte de magia en la pantalla, segundos después Manolo Ortega saludaba  con su habitual “Buenas noches”, y mi abuelo, respetuoso y un tanto impresionado, le respondía “Muy buenas las tenga usted”.

Años después, cuando por fin la matrícula para la carrera de Periodismo llegó a mis manos, recordé al abuelo y su Noticiero de Televisión, que él hacía sagrado en la dinámica familiar, exigiendo atención y un silencio absoluto. Ese espacio televisivo que influyó, de una u otra forma, al elegir el rumbo de mi vida profesional, hoy cumple medio siglo acompañando a tantas generaciones de cubanos.