Coira: nada enseña más que enseñar
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Fotografía de Yaima Cabezas / CubaSí
Las puertas de su casa siempre están abiertas, y, una vez dentro, lo mismo te encuentras una guitarra sentada en una silla, que libros, discos y partituras por todos lados; además de un grupo de adolescentes en la sala sacándole melodías a sus instrumentos, y un niñito en su estudio detrás de un cajón con curvas que pareciera ser más grande que su propio cuerpecito. Así es la casa de Alejandro Coira Díaz, o simplemente, Coira, como me lo presentaron.
Es graduado de nivel medio en el Conservatorio Amadeo Roldán, hizo la licenciatura en Educación Musical en la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, y luego culminó una maestría en Música, Educación y Sociedad. Actualmente es Jefe de la Cátedra de Guitarra y Contrabajo en el Conservatorio de Música Alejandro García Caturla, labor que combina con su desempeño como profesor de Práctica de Conjunto, también de Historia de los Instrumentos de Cuerda Pulsados, o sea, guitarra, tres y laud; además de Metodología de la Enseñanza de la Guitarra en la Escuela Nacional de Arte. Asimismo, es Jefe de Cuerda y Bajos de la Schola Cantorum Coralina.
Lo conozco desde hace poco, de hecho, lo he visto solo tres veces. Sin embargo, me impacta descubrirlo ensimismado en clases, y que sus alumnos parezcan sus amiguitos de toda la vida. Me llama la atención su fervor por enseñar, y el ambiente musical de su espacio que al mismo tiempo transmite mucha paz. He ido tanto de día como de noche, y mi percepción de su hogar ha sido la misma: un sitio donde unos padres depositan a sus hijos con toda la confianza, unos estudiantes que se quedan y disfrutan el proceso de aprendizaje como si de un juego adictivo se tratara.
LA GUITARRA
Que la guitarra llegara a su vida es un hecho totalmente circunstancial y con el tiempo se convirtió en el centro de su mundo, en el hilo conductor de su existencia. También la docencia fue el camino que nunca se imaginó, y sin el cual ya no puede vivir.
Nos cuenta Coira que con cinco años de edad llegó a Suecia junto a su hermano y abuela para acompañar a su mamá, quien durante seis años fue funcionaria diplomática de la Embajada de la República de Cuba en aquel país. «En Suecia la enseñanza de la música es obligatoria. En el círculo infantil son los pininos, pero inmediatamente en primer grado hay clases de solfeo, y empieza el trabajo con la flauta recorder para aprender con ella lo que es la lectura musical».
«Es en segundo grado —refiere— cuando mi hermano, dos años mayor, se tuvo que definir por un instrumento. Escogió la guitarra, y empezó a estudiarla como se hacía allá, de una manera muy lúdica, en forma de juego, poquito a poquito». Así, por transitividad, se presentó el instrumento en la vida de Coira, y dos años más tarde, cuando le tocó su momento, también se decidió por él.
YA EN CUBA
«Cuando regresé de Suecia me mudé para la casa de mi abuela, en Centro Habana, donde conocí a Luis, un vecino profesor de guitarra, a quien también le gustaba cantar. Me dio clases bastante serias, y me enseñó solfeo con el método Eslava. Así inicio el quinto grado en la escuela primaria Concepción Arenal, justamente frente al siniestrado Hotel Saratoga, en La Habana Vieja. Teníamos allí un instructor de arte, Rafael Robledo Ruiz, lo recuerdo muy entusiasta; también una compañera de clases que después fue bastante popular en Cuba como cantante, Alma Rosa Castellanos Rodríguez».
«Empecé también a cantar. Tenía un tono súper alto porque fui un niño de una voz muy aguda. Entonces Alma Rosa y yo hacíamos dúos y canciones, casi fuimos los trovadores de La Habana Vieja y de todo el movimiento pioneril de la zona. Cuando ya estábamos terminando el sexto grado es que nos enteramos de la Escuela Elemental de Música Manuel Saumell. Ambos fuimos y aprobamos, pero por la especialidad de guitarra porque no existía la opción de canto».
«Una vez ya estudiando en escuela de música mis primeros momentos con la guitarra no fueron muy sublimes,» revela Coira, y nos explica que sus vicios y posturas erradas provenían de emprender su estudio desde los cinco años, sin demasiado rigor, en Suecia. De ahí su tono muscular bastante duro, «gestualmente contraído». Recuerda con evidente nostalgia a su maestra de nivel elemental, Alina Quesada Rodríguez, «insistente, calmada y paciente; logró relajarme y enderezarme las manos».
Coira (extrema derecha) con su primera orquesta de guitarras en la Escuela Vocacional de Arte Juan Pablo Duarte. Fotografía donada por el enrevistado.
COIRA MAESTRO
El tiempo pasó entre la guitarra y el canto. Hasta que ya en edad de Servicio Militar Obligatorio encontró en la docencia una alternativa. «Realmente quería y necesitaba ponerme a trabajar para ayudar económicamente a mi familia».
De ese modo se inició como profesor, sin esperarlo ni desearlo, en la entonces Escuela Vocacional de Arte Juan Pablo Duarte que se ubicaba a unos seis kilómetros aproximadamente del poblado de Güira de Melena. Era muy joven y «nunca había pensado en dar clases. Me consideraba una persona bastante apática, sin la más mínima gracia ni el deseo de tenerla con los muchachos. No tenía experiencia, y no me parecía que sería algo que pudiera yo hacer bien, ni regular».
Sin embargo, Coira empezó en aquella escuela interna, y hoy asegura que, «a los tres meses de estar ahí, te lo digo así de corazón, yo era otro ser humano gracias al cariño, sobre todo. Me sentía importante para los demás. Llegaba a la beca y los niños estaban a veces formados en la plaza, o en el matutino, y cuando me veían se les notaba la felicidad en el rostro. Me recibían con besos y abrazos, me preguntaban cómo había estado y cómo se encontraba mi familia. Era diferente al afecto que tenía en mis amigos del Amadeo».
«Poco a poco, no muy lentamente, le fui cogiendo gusto. Sin proponérmelo, sin decirme yo quiero ser un excelente maestro, nació en mí la necesidad de prepararme, de buscar recursos para ser un mejor profesor».
Educar es una tarea de mucho sacrificio, y, sobre todo, dedicación. Nos cuenta Coira que, por esa época, sin las ventajas actuales de las computadoras o Internet, copiaba a mano todas las partituras. Rememora cómo en la casa de Marta Cuervo, por muchos años jefa de cátedra en el Conservatorio Amadeo Roldán, fusilaba sus libros de Mangoré (Agustín Pío Barrios), de Dionisio Aguado, de Fernando Sor, y otros.
También relata con orgullo cuando durante su primer año de profesor, se presentan siete alumnos suyos en un concurso provincial, y de ellos dos al nacional: «para mí fue un descubrimiento, analicé a los demás, investigué qué tocaban, por cuál nivel iban; me decía a mí mismo estoy perdido por aquí. Y a partir de ese momento me reté, me di cuenta de que lo disfrutaba, que el aula era para mí un lugar importante, primero porque yo aprendía muchísimo. Creo que no hay nada que enseñe más, que enseñar, que te eduque más, que te forme más. Porque si tú no estás sensibilizado y seguro de lo que estás diciendo, no va a funcionar».
Coira en el centro con estudiantes. Fotografía donada por el entrevistado.
«Lidiar con la adolescencia, tan intranquila, a veces convulsa, incógnita, con tantos pensamientos inestables, es un reto, pero lo asumo desde lo participativo. O sea, aunque soy muy maduro en mi trabajo, cuando ando con niños me siento el chiquillo mayor del grupo, trato de divertirme como si yo fuera un muchacho más. Como profesor mi propósito siempre es que cada uno de mis estudiantes tenga su personalidad guitarrística».
«He dedicado mi vida a la docencia, me gusta muchísimo, y es un desafío constante. Es lindo, y gratifica ver cómo un niñito de nueve o diez años, que no tiene ni idea, poco a poco empieza a dominar el movimiento de sus manos, a buscar un sonido, a entender cómo ese es un lenguaje que transmite sensaciones, sentimientos ajenos y propios. Cuando descubres que esas cabecitas ya piensan y crean, y además crecen como seres humanos, es muy estimulante».
Coira es un maestro de guitarra enamorado de su profesión como educador y como músico. «Me fascina mi instrumento. Es difícil, esclavo, y si no estudias todos los días, él te pasa la cuenta enseguida porque es excesivamente complejo técnicamente».
«El tiempo no me alcanza para mucho», confiesa Coira como si al describir su faena no pareciera que su semana tiene más de siete días y sus jornadas más de 24 horas. En realidad, no entiendo cómo se comparte y organiza su agenda, ni en qué momento hace más que enseñar, cuándo descansa o se divierte. Pero parece que lo resuelve de manera muy fácil, y se le percibe complacido. Su vida profesional se divide entre el Conservatorio de Música Alejandro García Caturla, la Escuela Nacional de Arte, la Schola Cantorum Coralina; además de proyectos como PuberTrasT (del que escribiré pronto), o el dúo Laberinto.
Lo cierto es que el ambiente musical y adolescente lo circunda, y parece que siempre lo veremos entre guitarras y partituras.
Coira al frente de la orquesta de guitarras PuberTrasT en el Hotel Paseo del Prado, invitados a un concierto del guitarrista y compositor Reynier Mariño. Fotografía donada por el entrevistado.
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