OPINIÓN: Diálogos

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OPINIÓN: Diálogos
Fecha de publicación: 
30 Abril 2025
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De tanto verla, la imagen se hace familiar. Es un óleo de Raúl Martínez muy de los ochenta del siglo pasado, que cuelga en la pared del salón que nos recibe. Dos muchachas y un niño en el campo cubano, llevan ropa de trabajo, una recoge frutos en su sombrero guajiro, otra abraza una gallina que es amuleto o mascota. Atrás, flores gigantes, mariposas. El pop reinventado para ofrecer otra realidad, o quizás otro ideal. En la sede de la revista Revolución y Cultura, fundada en 1961, las paredes sostienen el peso de la historia: óleos, grabados, tintas, plumillas de varias generaciones de artistas hoy consagrados. Algunos expusieron en su galería Espacio Abierto, y dejaron un cuadro; eran tiempos en los que el valor importaba más que el precio. Otros, ilustraron historias y noticias, con la certeza de que no hay encargo menor. A partir de este martes, 29 de abril, la revista expone una parte significativa de su pinacoteca. No son solo obras de arte que dialogan entre sí: en su extrema diversidad de estilos y temas, se conjugan los dos sustantivos que nombran la publicación.

Por esa diversidad, por esa libertad, diría Fayad Jamis en su conocido poema, “habrá que darlo todo”. “Estrella blanca” (1979) se llama su obra. “Homenaje a Alicia Alonso” (1983), se titula el dibujo de Manuel Mendive. Muy cerca Juan Moreira muestra su exuberante Quijote, que nos hizo soñar con nuevas y propias aventuras. José León ha navegado durante treinta años en este barco, y lo anuncia: frente a nosotros, el lienzo del ya fallecido Raúl Martínez, el primero en recibir el Premio Nacional de Artes Plásticas y a un costado, las seis ilustraciones de Manuel, el más reciente galardonado, que se sienta —tímido guajiro, personaje viviente de Raúl— a nuestro lado. “No muero” (2001), declara enfático Diago, para que nadie anuncie finales falsos; y lo refrendan las potentes voces del Grupo Vocal de Daysi Brau, Reina y Obareanlé que cierra el acto inaugural interpretando cantos arará. Entre esos excelentes cantantes, hay una periodista, una enfermera (con dos misiones internacionalistas), una abogada, un deportista, un director de televisión.


Obra de Diago en la exposición.


Uno de los seis dibujos de Manuel en la muestra, que honra también la obra del más reciente Premio Nacional de Artes Plásticas.

Extraña semana que empieza un jueves y termina un martes. Ayer, en la Universidad de las Artes, una veintena de intelectuales nos sentamos en círculo para intentar encender la imaginaria hoguera de la creación, y del compromiso. Porque hay que rescatar el espíritu de las generaciones que moldearon el sentido de la nación: la de Céspedes y Agramonte, la de Martí y Maceo, la de Mella y Guiteras, la de Fidel y el Che. Se aproxima el nuevo centenario. La generación de Fidel rescató a Martí, cuando parecía que iba a morir; a la nuestra le corresponde sostener el ejemplo de Fidel. Las anécdotas iluminaron la tarde: alguien habló de los hijos más humildes que estudiaron ballet, y se convirtieron en estrellas internacionales; otro, de los niños campesinos que matricularon en San Alejandro y hoy son grandes pintores; o de los que estudiaron letras o actuación y se fueron a las montañas del Escambray, para entender a sus habitantes y crecer junto a ellos. El Che, es decir, la Revolución, quería que la Universidad “se pint(ara) de negro, de mulato, no sólo entre los alumnos, sino también entre los profesores; que se pint(ara) de obrero y de campesino, que se pint(ara) de pueblo”. Recordaron que hubo quien regresó a las aulas en los primeros años del nuevo siglo cuando pesaban más las carencias materiales y espirituales, porque Fidel, es decir, la Revolución, le tendió la mano, le devolvió el sentido de ser.

Pero el jueves pasado, otra veintena, esta vez de maestros valencianos visitó el Centro Fidel Castro. La experiencia se repite: los visitantes de cualquier rincón del planeta se emocionan cuando tocan el tamaño de la obra. No cuento algo inusual. Todos los días el Centro recibe a decenas de personas, de Cuba y de otros países. Pero esa tarde yo estaba, y nos reunimos en la biblioteca para conversar sobre el internacionalismo médico que practican los trabajadores cubanos de la salud. Conté la vivencia más intensa que pude vivir: al regresar de una misión en el exterior, durante la Covid-19, los internacionalistas transitaban por algunas calles de barrios humildes, periféricos, hasta llegar al lugar donde pasarían la cuarentena. Los habitantes del lugar corrían para saludar y aplaudir, muchos apretaban el puño contra el pecho. ¿A quiénes recibían con orgullo? A los hombres y mujeres que los habían “abandonado”, para salvar a otros seres humanos de países remotos. Ese orgullo es lo que somos. Lo que nos enseñó la Revolución de Fidel. No mezclo las cosas: la cultura lo abarca y lo integra todo en una Revolución.

 

 

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