Cuba y la cultura del detalle

Cuba y la cultura del detalle
Fecha de publicación: 
13 Junio 2019
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Aun sin lujos ni excesivo confort, los hogares de los cubanos se distinguen, como tendencia, por ser limpios y ordenados.

Igual sucede con el aspecto de los habitantes de esta Isla. A pesar de que las temperaturas casi derritan la suela de los zapatos, los cubanos andan limpios. No será, en la mayoría de los casos, ropa «de marca», pero ni estrujada ni sucia ni descosida.

Sin embargo, ese cuidado por los detalles que se aprecia en las viviendas y en el aspecto de los cubanos, no siempre ha logrado trascender a la calidad de las producciones y los servicios. El salto de lo micro a lo macro está por darse.

Paradójicamente, los mismos cubanos que se niegan a salir faltándole un botón a la camisa o con la pintura de las uñas descascarada, son los mismos que frente a una maquinaria o tras un mostrador no se preocupan ni se exigen por los detalles.

Y sí que es contradictorio, porque, en primer lugar, con esas actitudes nos hacemos daño a nosotros mismos, nos perjudicamos y lastimamos los unos a los otros.

A inicios de esta semana, estuve en un reconocido centro hospitalario capitalino, distinguido por la alta capacitación de su personal médico, así como por su equipamiento y medios diagnósticos, de los más avanzados a nivel mundial.

Allí lo mismo hacen una ecografía o una tomografía, que un trasplante o una operación a corazón abierto. Pero si el paciente que fue a hacerse análisis necesita ir al baño... entonces se traba el paraguas.

Más fácil accedes al tomógrafo que al baño, porque está cerrado con llave. Y si le preguntas a la persona que está sentada en esa área llamando a los turnos o algo parecido, entonces la respuesta es para recibir una reanimación cardiopulmonar: «Lo que pasa es que muchas personas hacen su asunto fuera de donde deben hacerlo; por eso hay que tenerlo cerrado, porque la gente es muy puerca. Yo creo que la llave la tiene el custodio, pero no sé dónde está él ahora».

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Es un pequeño y muy real ejemplo con el que usted, que ahora lee, quizás también ha tropezado. Se trata de destruir con los pies lo hecho con las manos, como dice el viejo refrán. Y duele.

Igual duele cuando la vivienda recién construida con tanto esfuerzo y entre tantas limitaciones materiales, al ser entregada al damnificado por el huracán o el tornado, este tiene que arreglárselas para ir corriendo a cambiar la llave de la cocina que apenas cierra, o a arreglar el tomacorriente, o a ver cómo inventa porque la meseta quedó desnivelada.

Claro, de todas formas, lo agradece de corazón. Pero existía lo necesario para que quedara bien, y no regular.

Sobre estas y muchas otras cuestiones se ha pronunciado en varias oportunidades el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez. La más reciente fue al clausurar este viernes 7 el Seminario Nacional de preparación del curso escolar 2019-2020 en el sistema deportivo cubano.

Entonces exhortó: «Trabajemos en el sentido de instalar la belleza y la cultura del detalle como prácticas de vida también en el deporte; desde lo pequeño hagamos lo grande».

En abril pasado, desde su cuenta en Twitter, igual había instado: «Trabajemos instalando la belleza y la cultura del detalle como práctica de vida. Venciendo la inercia de los cansados. Contagiando de entusiasmo y optimismo a los comprometidos. Entendiendo que la belleza del peor momento está en el tamaño de los desafíos».

Muchos pendientes dan motivo a este llamado en defensa de la belleza y del detalle. ¿Quién ha dicho que el Socialismo ha de estar reñido con la hermosura?

Buen gusto, elegancia, belleza, armonía y más, se dan necesariamente la mano en el modelaje de ese hombre digno, íntegro y pleno a que esta sociedad aspira.

Filósofos, estetas y otros entendidos se han pronunciado sobre el tema, pero vale aquí reiterar lo que nuestro Martí decía al respecto: «Mejora y alivia el contacto constante con lo bello».

Como no solo de pan vive el hombre, habría que convencer y luego insistir en que la belleza —esa que engrandece por genuina, no la del oropel y el artificio— y la excelencia en los detalles también tributan a una vida de calidad.

Sucede que practicar una cultura del detalle implica prever para evitar improvisaciones, planificar para impedir chapucerías. Es hacerle espacio siempre a lo agradable, lo bueno, lo placentero, sin que ello sea sinónimo de derroches o más gastos.

Hacer que los demás se sientan bien, respetados y tenidos en cuenta, se consigue también desde la cortesía, siendo agradables, con la sonrisa amistosa, con la respuesta convincente, deteniendo la mirada y la intención donde antes nadie lo hizo.

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No pocas veces son los detalles los que determinan el avance y el crecimiento, o el retroceso y el derrumbe. A veces medio centímetro o quince grados más de inclinación determinan el desplome de una gran estructura.

También en ese orden El Hombre de La Edad de Oro nos dejó su sabia sentencia: «(...) en la fábrica universal no hay cosa pequeña que no tenga en sí todos los gérmenes de las cosas grandes».

Pero para que funcione esa cultura del detalle que el presidente instaba a practicar desde su mandato como primer secretario del Partido en Villa Clara —donde muchos cambios en la ciudad evidenciaron su estilo de predicar con el ejemplo—, debe estar sustentada en un sólido sentido de pertenencia y por un también enraizado amor al prójimo.

Dar un buen trato, brindar una correcta atención, vender u ofrecer un producto elaborado con excelencia, ¿no son acaso maneras de respetar y querer al de al lado?

A la vez, cultivar los detalles y la belleza también en el terreno de lo macrosocial, de lo macroeconómico, nos haría más eficientes y competitivos de cara al resto del mundo.

Por lo pronto, mientras los engranajes siguen ajustándose y aún en esta coyuntura, que no es de las mejores, sería muy bueno que cada cual, desde su pedacito de vida, se propusiera expandir esa cultura del detalle que hoy practica, sobre todo referida a su aspecto personal y a su casa.

Así, al alcanzar con esa praxis al de al lado, al de más allá, poco a poco, desde la convicción y sin alharaca, podría ir haciéndose de la belleza y de la cultura del detalle esa necesaria práctica de vida a la que se nos convoca.

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