Revisitar Coppelia: Sin novedad en el frente

Revisitar Coppelia: Sin novedad en el frente
Fecha de publicación: 
9 Junio 2016
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Imagen principal: 

Fotos: Annaly Sanchez/CubaSí

Desde hacía poco más de una semana albergaba con insistencia poco común,  la idea de tomar helado Coppelia (digamos Varadero).

El eco de la reapertura de la céntrica heladería, con noticia en nuestro Sistema Informativo incluida, devino móvil más que suficiente para emprender la expedición.

Se pintaba solo el miércoles para la cruzada “heladística”. La Habana, un calco del Macondo de Gabriel García Márquez, desde el sábado no paraba de llover. En consonancia la cola estaba todo lo ligera que pudiera considerarse, a excepción de un puñado de cubanos fuertes, desafiantes de San Pedro, y adictos el cremoso producto lácteo.

 

PASADOS POR AGUA… LOS HECHOS

Confieso que desde antes de entrar noté como si estuviera viviendo un remake. La tablilla que debe anunciar los sabores a la entrada de la instalación, como siempre, vacía. Luego los pasos hacia las canchas aéreas fueron cubriéndose de incertidumbre. El guión, copia fiel de miles de visitas anteriores. La espera, las voces en cano, convidando a pasar: cuatro más, otros cuatro, dos… hasta que llegó nuestro turno de subir.

Ya de antemano, los sabores de fresa, guayaba, plátano y coco, no eran muy inspiradores, como tampoco las imágenes de siempre, los escenarios, el proceder, y hasta las goteras haciendo acto de presencia mientras escalábamos en busca de nuestra cancha y  mesa, como si de degustar helado en las Cuevas de Bellamar se tratase.
La uno, dije para mis adentros. Cualquier análisis lógico arrojaría que ese sería el momento de cambiar la realidad, pues siempre los números de avanzada se traducen en mejor calidad de los servicios. Nada que ver.

El intentar sentarme cerca de la ventana, acompañar la estancia con la melodía de la lluvia y su aroma fresco a humedad, me jugaron una mala pasada. De hecho, del grupo de 12 comensales que subimos juntos, solo nuestra mesa y la contigua decidieron quedarse. Los restantes, cual aves migratorias, recorrieron los cuatro salones en busca de un nicho más agradable de sabores. El veredicto en todos fue más o menos el mismo.

De vuelta a la escena, llegó la dependiente: “Fresa y plátano”, sentenció con  rostro de resignación. “De dulce tengo Moca”, completó su ʻextensoʼ parlamento de ofertas.

Hombros fruncidos, nos decantamos por una ensalada de fresa y otra mixta, con la esperanza de que el boleado distara del de antes, y los orificios no se apropiaran de nuestras ensaladas. Ciertamente la chispa de la esperanza continuaba declinando, pues salvo el cambio de las sillas en el mobiliario, ningún otro indicador inspiraba reconocer el cambio en materia de locación, actitud, prestancia. Ah sí, se me olvidaban las ensaladeras (todas de porcelana blanca casi impecable) y las cucharitas. Confieso que de la mano cayeron en el plano de lo positivo, huérfano hasta casi ese preciso instante, pues el agua, deslizada como tobogán en una bandeja con 20 vasos idénticos, parecía recién extraída de una  tetera.

Llegó finalmente, con espera menor de lo habitual, dada la orfandad de clientela en la cancha, nuestro helado. La primera impresión positiva: sirope sobre las bolas, polvo de galletas otro tanto. Bastó hacer una primera incisión quirúrgica a las bolas para tener un dejavú. Fue como si la cuchara realizara una inmersión al vacío. Orificios, la superposición cuasi perfecta cedió el paso al desmoronamiento del ʻPentágonoʼ, y por más que nos afanamos en percibir lo contrario, nos mordió el mismo perro de la insatisfacción. Sellado por demás con el mismo modus operandi de la dependienta: “20 pesos”, espetó instantes antes de terminarnos el helado en tono hierático.

REALIDADES E INTERROGANTES

Me cuesta creer cómo es posible que un miércoles de lluvia total, con afluencia escasa de público, de los cuatro sabores relacionados en la tablilla de ofertas, solo a la hora de la verdad había disponibles dos.

Eso no lo es todo, el principio de coexistencia pacífica tiene una nueva interpretación. Dos o tres mesas contiguas a la nuestra, en hábitat de otra gastronómica, coco, plátano y tatianoff, eran las especies que habitaban, extinto el coco a los pocos minutos de hacer acto de presencia.

El Coppelia de mi Habana tiene un número superior a los 400 empleados, en el deben expenderse unos 4 250 galones de helado diario para un total estimado de 35 000 clientes. Dudo mucho que el miércoles en cuestión esa cifra de amantes de la crema haya desfilado por el recinto. Si bien es cierto que será en extremo difícil soñar con los 26 sabores y 25 combinaciones con que contaba al ser inaugurado en 1966, también lo es el hecho de que en la actualidad resulta insólito coincidir con cinco sabores del agrado de la mayoría. Eso sin pensar en que el chocolate, moscatel, o simplemente rizado de chocolate, bien pudiera parecer cuestión de cacería de Brujas en el Macartismo.

¿Interrogantes? Muchas. ¿A dónde van a parar las tinas de esos sabores extintos? ¿Cómo se agota tan rápido en días sui géneris? ¿Quién controla o fiscaliza la atención debida, sobre estándares de calidad adecuados, con las porciones correctas? Definitivamente, más allá de los bombos y las noticias y de degustar helado Varadero, en la reapertura de Coppelia, no hubo novedad alguna en el frente.

 

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Nota de la redacción: Como a la fotógrafa de CubaSí no se le permitió disparar su cámara en el interior de Coppelia por no contar, según los guardias de seguridad de la heladería, con el "debido permiso", tuvimos que conformamos con reproducir estas imágenes que dan cuenta de algunas reformas que se realizan en la conocida Catedral de Helado cubana.

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