El talento indiscutible de William Vivanco

El talento indiscutible de William Vivanco
Fecha de publicación: 
22 Marzo 2012
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Sarah Paz Martín

Foto de la autora


Casi lo consigo hace unas semanas en Santiago de Cuba, justamente su terruño. De esta gira nacional, hubiera querido reseñar otras sensaciones, otros espacios, las empatías de otro público, diferente al capitalino. Siempre me ha disgustado que el arte se haga noticia, casi exclusivamente, bajo el respiro de la Giraldilla. Por otro lado, me intrigan las interioridades de los encuentros de este juglar con otros sitios, al calor de otros aplausos, idiosincrasias, formas de consumir. Pero la oportunidad se dio este sábado, 17 de marzo, en el cine Yara del Vedado habanero.

 

William Vivanco, uno de los exponentes más relevantes de los aires contemporáneos de la trova cubana, de su emergencia bajo los ropajes -un tanto comodines- de la “fusión”, cerró con el concierto su recorrido por el país, como parte de la vigesimoprimera edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana.

 

Cuarenta minutos después de la hora fijada, las luces se escondieron para dejar pasar una muestra de videoclips del cantautor que, como aperitivo actualizador con mejores audio y puntualidad, se hubiera agradecido más. No obstante, debo reconocer propuestas muy interesantes como la de Olokum, dirigido por Santana. Finalmente, el trovador arribó al escenario guitarra en mano.

 

Avalados por sus tres producciones discográficas (Lo tengo to´ pensa´o, La isla milagrosa y El mundo está cambia´o), los recitales de esta suerte de alquimista –así me confesó autodefinirse en una entrevista hace unos años- siempre han sido sugerentes. A través del tiempo ha ido perfilándose una estética propia en cuanto a proyección escénica, que rebasa los márgenes de la interpretación y se adhiere elegantes diseños escenográficos, con préstamos teatrales y hasta místicos.

 

En esta ocasión, sin embargo, las características del espacio en que se insertó (el Yara se sigue afianzando como opción para los fines de semana a las 10:00 p.m.) suponían una presentación menos ambiciosa, con el virtuosismo y la música de la agrupación como únicos ingredientes, lo que es suficiente en el caso de Vivanco, un artista que se internacionaliza en la canción, sobre todo hacia el Caribe, pero no deja de visitar la tradición santiaguera que aprendió, con un estilo desenfadado y serio, y cualidades vocales atendibles que mucho tienen que agradecerle a su formación coral, más que a los pelícanos.

 

La solista Danay Suárez y el trovador Adrián Berazaín fueron invitados por el anfitrión para compartir la escena. Sobresalió la frescura en la ejecución de géneros como el tango, la samba, la conga y el montuno, asentada quizás en la lozanía del elenco, en el que se destacaron el percusionista Emilio del Monte, la carismática cantante Brenda Navarrete –integrante de la banda Interactivo que compensa la actuación más sobria de Vivanco- y el experimentado guitarrista Verdecia (“el chino”).

 

La composición del público de este juglar es normalmente bastante heterogénea. Su invitación es aceptada en lo esencial por jóvenes, que disfrutan tanto el discurso como de su cadencia. Sin embargo, otro sector a considerar son las personas de lo que pudiéramos llamar “segunda edad”, que sobrepasan los 40 años de edad, le siguen en familia y, muchas veces, son los primeros en la fila de acceso. Los motivos para entregarse a la sazón de William son diversos, y es que ha logrado prender en grupos sociales que, tal vez, nunca se le hubieran acercado si se ofreciera como un trovador a la usanza tradicional, quizás como los del movimiento de la Nueva Trova. En este caso, el público era el segmento del mencionado que se permite pagar $25.00 por la entrada y no teme al regreso a casa con las tribulaciones del transporte en la madrugada, acotaciones pocas veces hechas y siempre relevantes.

 

 A muchos los noto embriagados –a veces literalmente- en cada cita, dialogando con ellos mismos más que con quienes los acompañan, repitiendo las frases que más se ajustan a su cosmovisión, danzando al compás en que sienten los estímulos (que son difíciles de seguir: intenten bailar casino con Café). Es así como se descubre la utilidad mágica de la música. Quien lo consigue -considerando sus capacidades creadoras más que sus características como persona, si es que son escindibles- puede saberse admirado.

 

Aunque la primera mitad del concierto estuvo marcado por cierta frialdad en las butacas y la escena –quizás por la distancia que las separa en el cine y porque a veces parecía que la agrupación le restaba importancia al encuentro-, las mordaces sospechas sobre la decepción de Alí Babá ante el cofre vacío de La isla milagrosa levantaron al público hasta el cierre con Cimarrón.  Además de la riqueza sonora de canciones de su segundo y tercer disco, los asistentes pudieron recordar temas de aquel primer fonograma, más sencillos, más trovadorescos, pero deliciosos, intensos, suaves como Negra, sálvame, Nos pasamos, flaca y Barrio barroco.

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