COVID-19 en La Habana: ¿nos acostumbramos a una nueva anormalidad?
El 20 de julio Cuba no reportó ningún caso positivo a la COVID-19 y a pesar de las advertencias de expertos y autoridades muchos pensaron que la batalla contra el nuevo coronavirus estaba ganada; apenas tres semanas después en la mayor de las Antillas se registró un nuevo récord de cantidad de contagiados para un día (93): ¿qué ha cambiado?
Mientras gran parte del país se adentraba en la transición hacia la nueva normalidad y con ello en la necesaria recuperación económica, hoy La Habana amanecía otra vez con sus calles semivacías como resultado del cierre de entidades gastronómicas y la suspensión del transporte público ante el retorno a la etapa de transmisión autóctona limitada.
El personal de salud, con el apoyo de grupos de sanitarios de organizaciones de masas, volvía a los barrios para implementar una de las medidas que mayores beneficios ha dado a la estrategia cubana de enfrentamiento a la COVID-19, la pesquisa activa de casos sospechosos, a lo que se suman las más de cuatro mil pruebas PCR para detectar el nuevo coronavirus. El propósito de esta estrategia es detectar a tiempo los sospechosos y aislarlos inmediatamente y a sus contactos.
Cada noche la labor de los galenos cubanos y la de sus colegas en la zona roja en hospitales y centros de aislamiento o en más de una treintena de naciones, es reconocida con un aplauso en todas las ciudades de la nación, pero no pocos se preocupan ante el posible agotamiento que puede surgir entre estos profesionales luego de más de cinco meses en tensión por la epidemia.
Esas preocupaciones no cambiaron el amanecer de hoy en La Habana, donde hubo menos tráfico, pero todavía gran cantidad de personas deambulaban por las calles. En Quinta Avenida, en la barriada de Miramar, varios salieron a correr o pasear sus mascotas con los incumplimientos en el uso correcto del nasobuco que acarrea este tipo de actividad.
La famosa heladería de Coppelia, en el Vedado, abrió sus puertas con el servicio para llevar y varios entrevistados por esta Agencia manifestaron que necesitaron hacer una cola de alrededor de una hora para adquirir el gélido refrigerio. Un recorrido por calles de Centro Habana y Cerro dejó imágenes de una normalidad falsa ante el peligro de un virus de fácil propagación y que comienza a manifestarse de forma silenciosa peor letal: el 66 por ciento de los caos de hoy fueron asintomáticos.
Este fin de semana una publicación delMinisterio de Turismoinformando sobre el protocolo para los turistas habaneros que viajaban hacia Varadero u otros destinos movió gran parte de la opinión en las redes sociales. Gran cantidad de clientes se mostraron insatisfechos con las medidas anunciadas, entre las que se incluyen la obligatoriedad de mostrar el resultado negativo de un test rápido, pero muy pocos mostraron disposición a cancelar su viaje a pesar de la complejidad epidemiológica.
La capital hoy tiene casi todos sus municipios con focos o eventos de transmisión, varios de ellos asociados a fiestas, actividades en centros recreativos o incumplimiento de normas sanitarias en centros de trabajo.
Hoy lunes la Academia de Ciencias de Cuba publicaba un artículo de un colectivo de prestigiosos científicos en el que detallaban el rol de la biotecnología cubana en el enfrentamiento al SARS-Cov-2. La efectividad de estos medicamentos y de los protocolos médicos cubanos pudiera conducir a la errónea percepción de que la COVID-19 está controlada. Países que así pensaron luego reportaron la mayor cantidad de casos, una tendencia que se reafirma hoy en Cuba con un nuevo récord de casos positivos para una jornada.
Mientras unos se fijan en detalles como que el doctor Francisco Durán, director de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública, ha comenzado a usar nasobuco otra vez en sus partes televisivos diarios, o que en los policlínicos se agotan rápidamente los test para los viajeros que desean ir a Varadero, hay otras historias silenciosas de sacrificios personales que no levantan tanto revuelo.
Un padre se despide de su hijo para no verlo por 28 días mientras trabaja en un centro de aislamiento. Hay familias que no pudieron reunirse para dar un último adiós a un ser querido y otras que han renunciado a reencontrase este año por el cierre de fronteras. ¿Nos acostumbramos a esta nueva anormalidad?
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Loro
Duanet Castillo
UNA TARDE DE NOVIEMBRE
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