DE CUBA, SU GENTE: Batalla que reaviva y que inventa el movimiento

DE CUBA, SU GENTE: Batalla que reaviva y que inventa el movimiento
Fecha de publicación: 
3 Mayo 2016
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Se llama Aixa y tiene 23 años. Desde los 16 se fue de su casa, una casucha de madera y tejas de barro en lo más perdido de Limonar, en Matanzas. Mientras vivió allí, no conoció ni aventuras del Zorro ni novelas de ciertas huérfanas de la Obrapía; en su casa nunca hubo televisor.

Cuando vino para La Habana se trajo todas sus pertenencias, que cabían en una cartera de mano. Los primeros días, que se pasó tocando de puerta en puerta, de casa en casa y de negocio en negocio, a ver quién le ofrecía trabajo, durmió en la terminal de trenes.

-Tuve que emigrar para La Vana –cuenta a las personas de la cola del policlínico Aixa- porque en Limonar iba a vivir como habían vivido mis padres, con miedo a que se cayera el techo… y velando los días de parto de las puercas.

Una de las tantas puertas que Aixa tocó fue un restaurante. Le preguntaron si sabía cocinar; ella sonrió: si algo se hacía en su casa de Limonar era comer sabroso; preparar el almuerzo era un ritual muy importante para su familia.

El negocio de comida rápida Waka Waka, al lado de Tropicana, la puso a hacer sándwich en el horario de la madrugada.

Con ese currículo tocó las puertas del restaurante Decamerón, en Línea y Paseo, que en un principio la puso a prueba sin paga y al cabo de la semana la ascendió a un puesto fijo como jefa de la línea fría, preparando “sobre todo sushis” –dice Aixa- para los invitados del sitio, que casi siempre son extranjeros que están alojados en el hotel Riviera.

De madrugada, en el alquiler que consiguió en El Fanguito, en el Vedado, Aixa hace flanes diminutos, de varios colores y de varios pisos de sabores, que vende a 1 cuc. El martes, su día de descanso, lava y plancha “para la calle”.

-Creo en la suerte –aclara Aixa- y mientras más trabajo, más suerte tengo.

En ese momento de la historia, justo cuando Aixa iba a contar sus planes de vida, me llama el doctor; es mi turno en la cola.

Tengo por premisa hacer mínimo una buena acción por día, y le cedo, en consecuencia, mi turno a Aixa. Pero ella lo rechaza:

-No, qué va. Tú vienes por un dolor –me dice- Yo no. Yo vengo vendiendo batas de médico. Mira, díselo al doctor cuando entres.

Pero insisto, y le cedo con un ademán y una sonrisa el paso. Presta y ágil, entra en la consulta. Mientras tanto yo… aguanto el dolor de mi antebrazo y abro mi agenda para escribir esta historia.

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