Playa, playa; piscina, piscina

Playa, playa; piscina, piscina
Fecha de publicación: 
7 Julio 2015
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Hasta la parte de “playa, playa” puede ser: salvando las odiseas del transporte, que a veces resultan traumáticas, es posible en el verano refrescar el cuerpo y el espíritu en las aguas de este mar delicioso que nos rodea y es gratis, al menos, el chapuzón, la comida, bueno, no es noticia llevarnos el almuerzo o panes con lo que haya y los pomos de agua, para disminuir los costos y tener un día divertido en familia. Además, es costumbre durante el verano garantizar ofertas gastronómicas asequibles y más o menos variadas en las playas, especialmente en las más populares, espero que 2015 no haga la excepción.

Playa, playa...

Harina de otro costal son las piscinas. La capital de todos los cubanos cuenta con varias opciones como las del centro recreativo José Antonio Hecheverría o la infantil Nené Traviesa, pero seamos francos, no digo para todos los cubanos, ni siquiera para todos los capitalinos son suficientes estas instalaciones. El resto de las provincias, unas más que otras, cuentan con algunos sitios similares, también insuficientes en el intento de satisfacer a niños y jóvenes en sus merecidas vacaciones.

Mi amiga Liliana, por ejemplo, aún no completa la primera semana de su hijo adolescente y ya está atormentada con el constante: ¿qué vamos a hacer? ¿a dónde me vas a llevar? ¡Vamos a hacer un plan! Pasa que los planes se dificultan en tanto lo que pide el cuerpo en estos días de intenso calor es agüita, mucha agüita para sumergirse, al menos es la primera opción y la piscina, lleva una inversión.

Otra madre habanera, Dalia, explica: “yo puedo, en los dos meses, llevar a la niña una vez a la piscina del Sevilla o a alguna otra de las que tienen ofertas para pasarse el día, pero un día en dos meses, no más, y eso contando, recontando y volviendo a contar”. Desde Matanzas, se  suma la doctora Lianet al tema con otra preocupación: “aquí la solución son las piscinas particulares, hay casas que te alquilan y pasas el día con un grupo de amigos, pero yo tengo dos hembras pequeñas y es peligroso bañarlas en una piscina donde no sabes los cuidados que han tenido en cuanto a clorar el agua, limpiar, cada qué tiempo cambian el agua…”

Piscina, piscinita...

Hay quienes resuelven el tema en la propia casa: “mira, para estarla metiendo en piscinas llenas de gente que yo no sé si hasta se orinan adentro, porque hay que ver como se repletan de chiquillos, que uno nunca sabe, yo le pongo a mi nieta una piscinita inflable, que me costó más o menos lo mismo que un día en cualquier lugar y la tengo hace tres años, le echo bastante sal al agua, que dicen que eso la purifica y ella pasa horas de lo más divertida y sin peligros con dos o tres amiguitas de la cuadra”, afirma la abuela de Claudia, una pequeña cardenense de tres años.

Y sí, esa parece ser una solución muy extendida que, además, refuerza la solidaridad entre vecinos: el que puede compra la piscina y el que no, tiene buenos amigos que lo invitan. Aunque no faltan excepciones hasta en una regla tan bonita: “con mucho sacrificio yo le compré a mi hijo una piscinita para ponérsela en el patio, pero es un rollo, porque está grandecita y todos los chiquillos del barrio quieren meterse, pero imagínate, a mí me da tremenda pena, pero eso se rompe fácil y la gente no cuida, que vayan a la playa”, protesta Carlos desde su casona en una localidad cercana a Varadero.

Y de piscina en piscina, volvimos a la playa. Mi madre me diría si leyera este texto: “ahora la gente se complica mucho, tienen que ir a la playa y de preferencia a Varadero o a una piscina cara para estar contentos, y los niños se aburren enseguida. Cuando yo era chiquita nos bañábamos en el río y si llovía bastante hasta en la cuneta, andábamos por los montes, nos subíamos en las matas a tumbar mangos, mi hermano inventaba juguetes porque teníamos muy pocos, pero nunca nos aburríamos”.

La verdad, no le falta razón, tanto que he decidido cambiar el último párrafo, donde pensaba quejarme de “la cosa” que no está fácil para sobrellevar el calor y las energías de nuestros hijos durante este verano, voy a dejar un paréntesis para la creatividad y el espíritu solidario, esa camaradería que nos permite compartir cualquier traguito y el fresquito de la acera para hacer de eso un fiestón entre vecinos, disfrutar un día con los niños en la piscinita del patio de al lado, organizar una excursión al río más cercano, a pie y sin exceso de producción o mojarse con el agüita del Pompón, después de echarle pan a los patos en el Parque Watkins.

No por pura autocomplacencia, sino por aquello de ser positivo y entrarle al verano con optimismo, quién sabe si esa actitud me deja más cerca de resolver el dilema del principio: ¿Playa? Playa. Piscina ¿Piscina?

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