Mirtha Ibarra arriesga, se atreve y otra vez confirma plenitud

Mirtha Ibarra arriesga, se atreve y otra vez confirma plenitud
Fecha de publicación: 
23 Octubre 2014
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En la capitalina Sala Adolfo Llauradó, de martes a jueves esta y la próxima semana,  irreverente con el paso de los años, este, uno de los rostros femeninos emblemáticos del  cine cubano, sorprende con su vitalidad artística, frescura escénica y plena armonía con su tiempo.
 

Su Dulce Rodríguez, profesora de literatura, devenida acomodadora del cine Maravilla, a punto del derrumbe, posee esa humanidad bullente que la hace conectar de inmediato con la audiencia y la justa dosis de lágrimas, reflexiones existenciales, risas y carcajadas, que la mantiene en vilo durante todo el espectáculo
  

Porque esa mujer, un tanto desquiciada, que realiza sus sueños de actriz mediante las grandes divas del cine mundial vistas en el Maravilla y que ella convoca por una vez para mostrar que pudo igualarlas, resulta tan auténtica como esa cercana vecina con la que nos codeamos a diario.

Canto, baile e interpretación de la buena despliega Mirtha, secundada a medida por un Joel Angelino que encarna al proyeccionista Denis, su eterno y despreciado enamorado y a Paquito, un gay que limpia el local y la sigue en todas sus ocurrencias.
 

Ambos tienen esa rara química escénica  que como fluido eléctrico pone todo a punto para que cada gesto, movimiento, inflexión de la voz o intención dibujada apenas, funcione como mecanismo ajustado de relojería suiza.
 

Sin dudas, Neurótica anónima es una joya de la actual escena cubana, la confirmación de que aunque pase un largo lapso alejada de las tablas, Mirtha sigue refinando  sus excepcionales dotes, como dramaturga y actriz y es alguien imprescindible en la cultura cubana.

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