Julio César Ramírez: «Actuar es un juego muy serio»

Julio César Ramírez: «Actuar es un juego muy serio»
Fecha de publicación: 
21 Octubre 2014
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Uno no sabe cómo se las puede arreglar Julio César Ramírez para interpretar uno de los más importantes personajes de la telenovela de turno y al mismo tiempo estar al frente de una compañía de teatro (Teatro de Dos), dirigir sus puestas y, por si fuera poco, actuar en ellas.

«Ni yo mismo me lo explico. Pero el caso es que me las arreglo para organizar mi tiempo. Grabo en la televisión ocho o más horas al día, cuando termino vengo para el teatro y estoy hasta altas horas de la noche. Y así voy tirando.

«Claro, eso me origina grandes tensiones, no te las puedes ni imaginar. Pero yo asumo mi trabajo como actor de una manera muy lúdica. Para mí el teatro y la televisión son un juego muy divertido. Claro que es un juego muy serio, pero para mí es un juego al fin y al cabo. Esa es la única manera de trabajar tanto y no perderle el gusto a lo que haces.

«Todo esto me deja un sabor muy agradable: el sabor de la aventura, el atractivo del riesgo».

En su oficina del centro Raquel Revuelta, sede de su compañía Teatro de Dos, este hombre de teatro, enamorado también de la televisión, nos recibe con toda la afabilidad del mundo. Está visto, Julio César Ramírez no se parece mucho a los personajes que últimamente ha interpretado en los folletines.

—Actor y director. Y actor de sus propias puestas. ¿Cómo lo hace?

—Una cosa detrás de la otra. Trabajo mis montajes y dejo mis escenas para el final. Ayuda que nunca escoja personajes principales, sino más bien roles circunstanciales. Cuando ya tengo concebida buena parte de la puesta, casi en su totalidad, entonces me dedico a trabajar mi personaje. Me apoyo en un asistente de dirección.

—Y después, a la televisión…

—Yo adoro la televisión. La televisión vino a salvar mi carrera como actor. Cuando fundamos Teatro de Dos, yo pensé asumir la dirección general porque otra persona asumiría la dirección artística. Pero por cosas de la vida esa persona no se presentó, y tuve que asumirlo todo. Con esa carga me resultaba difícil actuar. Estuve 10 años sin subir a un escenario. Pero en 2004, Rolando —Chino— Chong me convocó para Al compás del son. Y ahí descubrí ese mundo maravilloso de la televisión.

«Algunos dicen que la televisión es producción en serie, que la magia la tiene el teatro; pero yo te digo que cada medio tiene lo suyo. La televisión te exige, en muy poco tiempo, armar un personaje, recrear un carácter. Y si todo sale bien, cuando ves los resultados te maravillas por lo que pudiste hacer tan rápido. En el teatro se aprende mucho, eso no lo duda nadie, pero en mi caso, la televisión complementó mi preparación, me abrió nuevos horizontes.

«Ese primer personaje, ese poeta soñador que interpreté en Al compás… me marcó muchísimo. Lo recuerdo con mucho cariño».

—Nada que ver con los personajes que últimamente le encargan. Está haciendo una especialización en villanos…

—Tienes toda la razón. Me empieza a preocupar el tipo de personajes que estoy haciendo en las telenovelas. No quiero que me encasillen, eso siempre es muy peligroso. Cuando me hagan otra propuesta en ese sentido, lo pensaré con mucho detenimiento, ya decidiré qué hacer.

«Lo cierto es que hacer los villanos ha sido bastante complicado, porque son personajes con muchos matices, con una gran carga dramática. El poeta de Al compás… me resultó mucho más asequible».

—Por lo que parece, tiene que desdoblarse mucho. Esos personajes no tienen mucho que ver con usted… ¿Cómo los concibió?

—La verdad es que me han exigido mucho. Saúl, el abusador de Bajo el mismo sol, era un hombre muy violento, nada que ver conmigo. Estudié profundamente el personaje, traté de entender sus motivaciones. Observé mucho a la gente en la calle, las actitudes machistas del día a día, las violencias cotidianas. Claro, conocí y conozco a gente violenta. He sido testigo de algunas peleas.

«Al final se trataba de matizar un personaje y llevarlo a sus estados límites. Cuando tuve una idea más o menos clara de por dónde iría, me paré frente a un espejo e hice lo que el gran Stanislavski decía que no se podía hacer: construir el personaje, como si yo mismo me estuviera viendo en una pantalla. A lo mejor es una barbaridad, pero a mí me sirvió de mucho.

«Repetía y repetía los textos hasta que empezaba a descubrir intenciones, gestos bien singulares. Un día dije: ¡Aquí está el tipo! Y ya todo fue sobre ruedas».

—¿Y Marcel, el personaje de La otra esquina?

—Esa es otra historia, porque Marcel es otro tipo de villano. Está más cerca de la gente común y corriente. Como todo el mundo, tiene cosas buenas y cosas malas. Es un hombre capaz de amar, de defender lo que ama. Solo que lo hace de una manera inadecuada. A medida que la telenovela avanza, la gente será testigo del crecimiento del personaje. Pero no puedo adelantar nada, por supuesto.

—¿Cuáles son los riesgos de interpretar un villano?

—El primero es caer en el estereotipo. Si el actor entra en el cliché, el villano dejará de ser creíble. Lo más problemático es que caer en el cliché es lo más fácil del mundo, sobre todo en las telenovelas, donde los actores, por el apuro, tienen que encontrar determinados asideros. Al final terminas repitiendo un repertorio establecido, sustentado en lo más epidérmico.

«Para hacer un villano hay que descubrir lo humano del personaje. Yo siempre lo miro desde un punto de vista positivo. ¿Por qué es así? ¿Cuáles son sus motivaciones? Hay que encontrar la verdad del hombre porque todos tenemos nuestra verdad. Puede ser que estemos equivocados (y equivocarse también es humano), pero solemos defender nuestra verdad porque creemos en algo.

«Lo demás es dosificar. Siempre tengo en cuenta algo que estudié en la escuela y que me ha servido de mucho. Para armar un personaje tienes que pensar en tres cosas: su relación social, su relación emocional y su estado de ánimo. Cuando se tiene eso muy claro, aparecerán los matices».

—Y la organicidad, ¿se puede estudiar?

—No, eso te lo da la naturaleza. Uno nace con eso, o sencillamente nace sin eso. Es una de las grandes herramientas del actor. Claro, todo tiene una medida. Un actor extremadamente orgánico puede llegar a ser muy inorgánico en determinada obra. Recuerda que ninguna obra es la realidad. La obra de arte siempre está aunque sea un punto por encima de la realidad.

«La clave está en la conceptualización del trabajo que vas a asumir. Eso es esencial».

—En el teatro, como dirige, escoge sus propios personajes… ¿Cuáles prefiere?

—En teatro me gustan los personajes que transiten por tonos de una humildad, de una nobleza de carácter. No estoy diciendo que no sean contradictorios, pero tiene que primar cierta inocencia.

«Ahora, para el aniversario 25 de Teatro de Dos, voy a cumplir un sueño de toda la vida: voy a interpretar al Rey Lear, ese gran personaje shakesperiano. Escogimos una versión de Yerandis Fleites, el joven dramaturgo cubano. Es muy interesante, porque en este Lear está todo: el villano, el hombre noble, el padre amante, el filósofo… Son los personajes que me seducen».

—El año que viene, Teatro de Dos cumplirá 25 años, ¿qué caracteriza a este colectivo? ¿Se parece a lo que soñó en 1990?

—Es justo lo que soñé hace casi 25 años. Nos distingue, primero, el trabajo con el actor; la búsqueda en el espacio escénico; y una atención especial por la dramaturgia cubana (aunque hemos montado obras de grandes autores universales). En mis años de estudiante, mi paradigma fue siempre Teatro Estudio. Me maravillaba la manera en que confluían ahí disímiles líneas de trabajo. Los espectáculos de Vicente Revuelta, que no tenían mucho que ver con los de Berta Martínez. Y sin embargo, dialogaban tan bien. Esa es la esencia de Teatro de Dos. Nuestra línea es una y muchas líneas a la vez. Es un teatro en permanente búsqueda, un teatro de confluencias.

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