Hemingway, un cubano más

Hemingway, un cubano más
Fecha de publicación: 
15 Septiembre 2014
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Tras recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1954, quien fuera quizás el más popular escritor norteamericano del siglo XX, confesaba ante las cámaras de la televisión cubana su amor y sentido de pertenencia por esta isla del Caribe, al declararse “un cubano sato”. Una historia de amor mutuo que comenzó mucho antes (con el primer viaje del joven Ernest a Cuba en 1928) y que llega hasta nuestros días.

 

John y Patrick Hemingway, nietos del novelista, han venido a La Habana tras las huellas del abuelo, para celebrar aquí dos fechas importantes de su vida, los 60 años del Premio Nobel y los 80 de adquirir el yate Pilar. Ocasión propicia para promover también programas de cooperación sobre recursos naturales en el Estrecho de la Florida, que tantas veces vio navegar al novelista.

 

Cuatro días llenos de emociones en los que, con ellos, Papa Hemingway volvió a pasearse por Cojímar, el pueblo marinero donde atracaba cada día el Pilar, escenario de su obra maestra El viejo y el mar, donde vivió Gregorio Fuentes, patrón del barco y amigo, donde aún se come en La Terraza, donde los vecinos recogieron bronce y le hicieron un monumento al conocer de su muerte, donde aún le recuerdan con su gorra y pantalones cortos bromeando con los pescadores más humildes a los que dedicó sus más importantes lauros.

 

Esta es la primera vez para John, quien nunca antes había estado en Cuba. “Cojímar sobre todo ha sido una experiencia maravillosa. Llegar por mar en un yate como el Pilar, y conocer a sus pobladores, es algo indescriptible. Este viaje me ha permitido entender más del carácter de mi abuelo y de muchos de sus escritos”, asegura.

 

Por su parte, Patrick viene a Cuba desde hace 10 años, “tal vez porque encontré lo mismo que mi abuelo, que amaba este país y a su gente”.

Y sin dudas así tiene que haber sido, para que el abuelo Hemingway visitara la isla en doce ocasiones antes de mudarse de forma definitiva en 1939, cuando él y su tercera esposa, Martha Gellhorn, se instalan en lo que sería su hogar y lugar de inspiración durante más de 20 años, Finca Vigía.

 

Cuando Patrick y John recorrían la casa, donde todo se conserva tal como lo dejara su abuelo hace medio siglo, esperábamos que en cualquier momento se asomara el escritor con su sonrisa socarrona, preguntándose el porqué de tanto revuelo. Quiénes eran los que esta vez no solo miraban desde la ventana, como todo el mundo, sino que se atrevían a hojear sus libros, a observar de cerca las desgastadas fotografías familiares, a admirar los quietos recuerdos de sus cacerías africanas… Allí estaba el Papa, riéndose al recordar el porqué de un grueso volumen sobre aviones sujetando la puerta de su habitación; o las anotaciones de peso y otros memorándums cotidianos en la pared del baño, que se resisten a esconderse tras una capa de pintura.

 

Hasta la misma torre desde donde escribió de pie, según dicen las obras que lo consolidaron como autor, llegó para la ocasión la medalla del Premio Nobel, ofrendada por el propio Hemingway a la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba.

 

"Siempre tuve suerte escribiendo en Cuba", cuentan que dijo una vez. Y lo cierto es que la isla fue más que morada y refugio para él, fue inspiración y parte intrínseca de su obra.

 

“Pienso que mi abuelo hubiera estado incompleto como hombre y como escritor si no hubiera pasado 20 años de su vida en Cuba”, afirmó John, quien por cierto, se alojó en el Hotel Ambos Mundos, primer refugio del escritor en la isla.

 

Patrick, por su parte, aunque nunca conoció a su ilustre abuelo, tiene mucho en común con él. “Amo a Cuba, su gente, su música, su mar. Espero vivir algún día aquí”. ¿Serán los genes Hemingway?

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