El singular caso de los hombres carroza

El singular caso de los hombres carroza
Fecha de publicación: 
24 Julio 2014
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La calle se ilumina. Se les ve avanzar. Los abanderados marcan su territorio, corren los pendoneros, danza el cuerpo de baile. Los hombres arrastran sus carrocines. Giran, sueñan. Un pasacalle exultante los despide.

Es la singularidad del Paseo Hombres-Carroza. En apenas once años, han renovado la visualidad y enriquecido la tradición del carnaval de Santiago de Cuba. Su resonancia ha llegado ya a los más importantes festejos populares del país.

Todo comenzó con la fantasía de Elio Miralles Rodríguez. Se las ingenió para cargar una estructura sobre su pequeño cuerpo e insertar diversos elementos decorativos. En 1996 causó sensación aquel inusual hombre-carroza.

La imaginación se desbordaba cada vez, mas la espalda no tardó en resentirse. Como no era cuestión de renunciar tan fácil, apareció una armazón metálica con ruedas adosadas, y… durante ocho años vivió su pasión en solitario.

A partir de 2004 —con toda su experiencia en el carnaval y en centros nocturnos―,  decide lanzarse a una aventura mayor: conformar una comparsa. Las carrozas se multiplicaron por diez: los muchachos debieron aprender a conducirlas. Se sumó un grupo de bailarines de ambos sexos, hasta llegar hoy a más de un centenar de integrantes.

La dirección artística es de Pablo Estrada. El guión, el diseño y la dirección general del Paseo Hombres-Carroza corren a cargo del propio Elio. Calle Gallo, número 114, cerca de la bahía. Su casa reverbera. “Todo es difícil”, insiste, cuando le pregunto por las dificultades.

El coreógrafo Yoilán Maceo me acompaña hasta un taller improvisado. En el vestíbulo del otrora cine Siboney —hoy en ruinas―, se aprietan objetos y personas. Las manos se deslizan ligeras.

Flora Despaigne, al frente del atrezzo y los sombreros, toma la acera como puesto de trabajo. “Yo vivo recogiendo cualquier pedazo de alambre que encuentre por ahí”, comenta. Toco las flores: me advierte que son de hojas de plátano. La piña: papel de colores y poliespuma. No pregunto por los vitrales. El hierro de los carrocines aún está semidesnudo.

El ensayo continúa. Es mediodía. Delante de mí: pruebas, gestos, colores. Las últimas indicaciones. La naturaleza, la marca hispana, los ancestros son motivos este año, y el propio carnaval.

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Por la Avenida Victoriano Garzón, frente a las edificaciones que desafían los temblores, va el Paseo Hombres-Carroza. Ha ganado el Gran Premio Santiago Apóstol del carnaval santiaguero en tres de los últimos cuatro años. Ellos giran, sueñan, apuestan por la diversidad y el arte.

El carnaval es la cima de la creatividad popular. No le hacen falta reflectores ni grandes escenarios, no se escatima en horas. Y eso que llevan dentro sus protagonistas, no hay quien lo apague.

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