Partiendo a Iraq

Partiendo a Iraq
Fecha de publicación: 
20 Julio 2014
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No hace mucho comentaba que se hacía difícil creer que el Complejo Militar-Industrial que gobierna en Estados Unidos no estuviera detrás de todos esos elementos fundadores de un califato musulmán que pretende extenderse desde el norte de África hasta la India.

Por lo pronto, con gran variedad de armamentos, contando con gruesas sumas de dinero, producto de dádivas de sus padrinos y del robo de bancos, el llamado Estado Islámico de Iraq y Siria (o Levante, como también le dicen) controla la zona fronteriza entre estas naciones, acaba de ocupar una extensa región petrolera del este sirio —donde expulsó a 130 000 personas—, sigue su avance por el norte, donde ha tomado varias ciudades, y respetado sospechosamente el territorio habitado por los kurdos.

En este contexto, trata de que la población kurda de Siria, Iraq y Turquía, coopere o por lo menos no interfiera con sus planes, e incluso se dice que ha dado el visto bueno a la proposición de Israel de que apoyaría la creación del Estado del Kurdistán, lo cual propiciaría la partición de Iraq, nada extraño cuando analistas aseguran que existen lazos entre los dirigentes del Ejército y el Mossad, la inteligencia sionista.

Quizás muchos se preguntarán cómo es posible que hayan salido a la luz estos elementos que dicen practicar un sunnismo radical, sin que EE.UU. haya interferido en su creación, cuando existe el latente peligro —se demostró en Afganistán— de que esos individuos se aprovechan de las circunstancias, para luego «morder» la mano de quienes los arman y financian.

Pienso que el grupo del Estado Islámico de Iraq y Siria tenga su origen en la alianza de Estados Unidos con Arabia Saudita para crear en los años noventa a los grupos extremistas takfiris.

No es nada extraño y sí tiene sentido, cuando Robert Baer, un exoficial de la Agencia Central de Inteligencia, habló en su libro Durmiendo con el Diablo sobre la financiación del terrorismo takfiri en Chechenia por el gobierno saudita.

«Tras abandonar la CIA, encontré respuestas en un lote de informes de la Inteligencia rusa, que establecían un vínculo directo y convincente entre el gobierno saudita y los rebeldes chechenos. No fue una cuestión de un dinero de una organización caritativa saudita que se abre camino hacia los chechenos».

En junio de 1998, cuarenta chechenos «fueron llevados a un campo militar secreto situado a unos 125 kilómetros al sureste de Riad para recibir un entrenamiento militar durante cuatro meses. Una gran parte fue destinada a adoctrinar a estos individuos en el wahabismo».

Baer añade que el dinero que EE.UU. paga por el petróleo saudita sirve para financiar el terrorismo.

«Para los fabricantes de armas de Estados Unidos, Arabia Saudita es un subsector de la industria que tiene sus propias reglas. Compramos petróleo de Arabia Saudita, lo refinamos y lo ponemos en los automóviles, y un pequeño porcentaje de lo que pagamos termina por financiar ataques terroristas contra EE.UU. e instituciones estadounidenses en casa y el extranjero», señala Baer. Pero sobre todo, ataques contra gobiernos que se oponen a los intereses imperiales del régimen estadounidense.

El exespía dijo que uno de los centros de la economía global es «un reino construido sobre el robo, que alimenta el terrorismo, destruye cualquier posibilidad de una clase media basada en derechos de propiedad, y promueve la esclavitud y la prostitución». Todo tiene su lógica, cuando conocemos que, con el aval norteamericano, Riad transfirió 500 millones de dólares a Al Qaeda en la década que se inició en 1992.

Ahora que golpea el territorio sirio, asesina a sus ciudadanos y trata de apoderarse de las riquezas energéticas, los fundamentalistas sunnitas, pretendiendo cumplir compromisos «sagrados», alimentan la invasión para deponer al gobierno de Damasco, el más consecuente defensor de los derechos del pueblo palestino y contra los designios divisionistas del sionismo y el imperialismo.

La extensión de la agresión a Iraq tiene los mismos tintes que los realizados contra Siria, comparable a los ataques terroristas del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas neoyorquinas y el Pentágono, aunque sin poner en peligro los intereses petrolíferos estadounidenses ni entrar en combate contra los mercenarios que defienden las propiedades monopólicas.

Ello convierte a la resistencia contra ese Ejército Islámico de Iraq y Siria, con publicitada pretensión hegemónica, en una verdadera guerra contra un terror que no reconoce valores, ni justicia, ni igualdad, hace caso omiso de cualquier derecho o leyes, y pone en peligro en estos momentos la integridad de los países árabes, como demuestra el taimado intento de partir a Iraq.

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