Barrio Cuba

Barrio Cuba
Fecha de publicación: 
27 Septiembre 2013
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«Playa, playa, piscina, piscina», se escucha a todo volumen desde el súper equipo de mi vecino Tin (el nuevo rico). Las paredes tiemblan y a los vecinos se les quiere reventar la cabeza, pero a él no parece importarle porque además de exponer su pésimo gusto musical, lo que en verdad persigue es que todos en el barrio sepan que cuenta con lo último en tecnología, por aquello de «dime cuánto consumes y te diré cuánto vales».

 

Nadie sabe a ciencia cierta en qué trabaja Tin, pero tiene suficiente dinero para levantar una casa con todos los hierros en menos de tres meses. La eficiente brigada de cinco hombres que contrató no solo trabajó rápido, también realizó un gran «aporte estructural y arquitectónico». Al límite de los jardines de las casas y edificios de la cuadra comienza el portal de Tin. Es decir, su casa sobresale del resto, cogiendo incluso parte de la acera y violando todas las leyes urbanísticas posibles.

 

Por su parte, los hijos de Tin cuando llegan de la escuela mastican cualquier chuchería envuelta en papel brillante, que tiran a la calle o al portal del vecino. Ah, pero cuidadito con echar una migaja en su casita de cristal, manchar un mueble o ensuciar una pared, porque la madre «les aplaude la cara», sin pensarlo dos veces.

 

Asimismo, el nieto de María, Yuniesky, se reúne con sus amigotes veinteañeros en la esquina a jugar dominó. Algunos trabajan, otros no, pero siempre tienen una botella Havana Club (3,85 CUC). No sé si es el alcohol, la mala educación o simplemente porque son «guapos» que se besan, pero al cabo de la hora vuelan las «pi». Y al que no le guste, que se tape los oídos o que escoja el mal menor entre el reguetón de Tin y las palabrotas obscenas de Yuni y su banda.  

 

Y está  Pepe, el que vive en el edificio del frente, buena persona. Acostumbra a sentarse en el descanso de su piso para deleitarse con su «Habano» de la bodega, pero cuando termina tira el cabo en un rincón, molestando a diario a su vecina más cercana, que debe recogerlo, aunque ella no fuma.

 

Estas «pequeñas» incidencias ocurren en mi barrio, pero estoy segura de que no son exclusivas de mi vecindario. A menudo escucho historias muy parecidas y hasta peores que las que he relatado aquí.   

 

Por ello, no me asombré cuando escuché a Raúl Castro referirse al tema de las indisciplinas sociales en la Primera Sesión Ordinaria de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en julio de este año.

 

El mandatario cubano aseguró que necesitamos urgente un clima de orden, disciplina y exigencia en la sociedad cubana. «Lo más sensible es el deterioro real y de imagen de la rectitud y los buenos modales del cubano. No puede aceptarse identificar vulgaridad con modernidad, ni chabacanería ni desfachatez con el progreso; vivir en sociedad conlleva, en primer lugar, asumir normas que preserven el respeto al derecho ajeno y la decencia», expresó.

 

Buenos modales, ¿sabrán Tin o Yuniesky que esos términos existen? ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Por qué se ha resquebrajado tanto la buena educación del cubano?

 

Decía mi abuela que la decencia se adquiere o no desde los primeros años de vida, y por supuesto, que es responsabilidad en primera instancia de la familia y más tarde, de la escuela y la sociedad en su conjunto, a través de las instituciones formales, el trabajo o las propias relaciones interpersonales.

 

Si un niño crece en un hogar donde los buenos días, permiso, gracias, no son palabras del diario, y sí lo son los gritos, las ofensas, empujones y obscenidades, por supuesto que para él la vulgaridad, la chabacanería y la guapería son «valores» asumidos con total naturalidad. Así se comunicará mañana con sus semejantes en el aula, en el barrio y lugares públicos.

 

Precisamente por esta razón la escuela debe trabajar mucho más con los niños que han sido expuestos a antivalores durante su crianza y tratar de revertir, por el bien de todos, esa realidad. La vía educativa siempre será la más eficaz. De lo que se trata es que los individuos asuman por conciencia buenos hábitos de convivencia social.

 

Una contradicción de la que se habla mucho es que somos uno de los países más instruidos y sin embargo, hoy tenemos que analizar la pérdida de ciertos valores en la conducta humana. Pero es que no necesariamente un título universitario viene aparejado, aunque debería, con la decencia y el respeto al otro.

 

Tanto es así, que no conozco personas más decentes y solidarias que Hilda y Pancho, un matrimonio de más de 65 años cada uno. Ella tiene solo cuarto grado de escolaridad y él pudo alcanzar el sexto, pero ambos pueden dar clases magistrales de educación y sensibilidad humana a todo el barrio.

 

En encuestas recientes a la población para abordar estos temas, muchos coinciden en que para mantener las normas de urbanidad y el respeto entre los seres humanos, las autoridades también deben hacer lo suyo.

 

Además del apoyo de la escuela y la comunidad, es imprescindible el papel activo de las autoridades policiales en hacer cumplir lo establecido por la ley, sobre todo con aquellos que a pesar del diálogo o el llamado de atención por sus indisciplinas, insisten en imponer las malas prácticas que vulneran la tranquilidad ciudadana y sobrepasan los límites de la tolerancia de sus vecinos.

 

«Todo problema social demanda estudio para obtener conclusiones más objetivas y emprender métodos de sanación más eficaces. Sin embargo, algo debe irse haciendo al respecto. Todo sistema educativo incluye entre sus componentes el premio y el castigo, pues es la forma de que los implicados sepan si adelantan o no (…)», puntualizó Raúl en su discurso de la Asamblea.

 

¿Quién sabe? A lo mejor, algún día no muy lejano vuelva a estar de moda aquel viejo refrán: «el respeto entre vecinos asegura la tranquilidad del barrio», y desaparezcan los Tin y los Yuniesky que nos construyen casas en las aceras y nos martirizan con sus propuestas musicales o palabrotas de «macho».

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