«Está bien, mi hermano, vivimos en el país de la siguaraya»

«Está bien, mi hermano, vivimos en el país de la siguaraya»
Fecha de publicación: 
24 Septiembre 2013
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Y a mucha honra, yo también. Lo digo después de pensar un poco sobre la frase que escuché gritar de una punta a otra del tablero de dominó de mi cuadra, y no porque mi carismático vecino se haya pegado con el doble nueve, sino como síntoma de cansancio, más que de acatamiento, en una discusión infértil sobre «las cosas de Cuba».

La frasecita está cargada de malas intenciones, mejor dicho, se le ha cargado de ellas por quienes no soportan la idea de que, efectivamente y contra vientos y mareas en esta isla, ya lo cantaba el Beny, crece la siguaraya. Sostengo que, fuera predisposiciones y complejos, en justa lid, eso de ser «el país de la siguaraya» es mucho más un elogio que un agravio.

Primero, vale reconocer que sí, tenemos problemas, ufff, miles de ellos, hay burocratismo, corrupción, indisciplina social, carencias económicas, todo eso y otros talones tiene este Aquiles, pero ninguno ha bastado para impedirnos hacer lo que nos da la gana con nuestro destino y nuestra suerte; en buen cubano, esto no hay quien lo tumbe, y vaya que han gastado dólares americanos para intentarlo.

La canción que inmortalizó Benny Moré lo dice muy clarito: «esa mata tiene poder», y es que si le damos para atrás al asunto, encontramos que en los cultos afrocubanos se considera que esta planta es de Shangó, la deidad del trueno que se ha sincretizado popularmente con la Santa Bárbara católica.

En las religiones afrocubanas la siguaraya sirve para abrir los caminos y trae bendiciones y suerte, pero no deja pasar al enemigo, decisión muy cubana: al enemigo, ni un tantico así, pero para los amigos, «para los que nos quieren bien y comparten nuestros deseos, intereses y proyectos, dice Shangó que este palo sagrado de siguaraya va a traer todo el iré del mundo», me explicó un negro santero, palero y licenciado en economía que, obviamente, vive en esta bella tierra de la siguaraya.

Según me cuenta, es el primer palo que después de saludar a los cuatro vientos, saludan los mayomberos en el monte, y se le llama «abre camino», «tapa camino» y «rompe camino», «precisamente porque abre el camino de quien está haciendo la invocación y el rezo, pero lo tapa para que el enemigo no pueda interponerse en él y además, cierra el camino de quien pretenda hacer daño».

No lo niego, este es el país de la siguaraya porque aprueban tales licencias y luego la ONAT del municipio te dice que no las están dando, porque el bodeguero se queda con los 20 centavos de vuelto, pues simplemente no tiene cambio, porque, porque, porque…, pero lo que mi pobre vecino trataba de explicar sin que su exaltado partner le diera un chance, es que también lo es por muchas contradicciones con las que Shangó bendice esta isla.

Por ejemplo, mi mejor amiga no quiere parir y como ella muchas cubanas, casi todo el mundo dice que porque «la cosa está muy mala», sin embargo, la cosa estaba peor para mi abuela que parió siete en una casa de tabla y guano, lavando para la calle y fingiendo que a mi abuelo le gustaba más que todo la harina con boniato. Ah, pero mi abuela no quería ser máster, ni especialista en derecho civil, ni podía querer, por supuesto, ni sabía que existía algo llamado DIU, ni consulta de planificación familiar, y mucho menos píldoras anticonceptivas, mi abuela tenía menos cultura que dinero. Mi mejor amiga y la mayoría de las mujeres cubanas sabemos que podemos y queremos hacer muchas y grandes cosas con nuestras vidas antes de dedicarnos a la obra mayor que son los hijos. Cosas del país de la siguaraya: mujeres del tercer mundo con sueños posibles.

Un querido amigo norteamericano no salía de su asombro cuando nos visitó después del nacimiento de nuestra primera hija y se encontró con la enfermera del consultorio del Médico de la Familia en casa que, como todos los días, estaba allí para curarme la herida de la cesárea. Preguntó cómo podíamos pagar aquel lujoso servicio y casi cae en shock cuando mi esposo le respondió con toda naturalidad: «es gratis, no lo pagamos, ni eso, ni los análisis, ultrasonidos de genética y obstétricos, suplementos de vitaminas prenatales, seguimiento con especialistas de diversas áreas durante el embarazo, tampoco las vacunas contra varias enfermedades que recibe el bebé en los primeros años de vida, las consultas de niño sano, todo eso forma parte del Programa Materno Infantil», algo que parecía de otro planeta a los ojos de aquel amigo, quien inmediatamente sumó el costo de todo eso a mi salario que no alcanza y dijo: eres rica. De repente estábamos todos enredados en la madeja increíble del país de la siguaraya.

Y así las cosas, cambio el tono, pero me sumo a mis vecinos: este es el país de la siguaraya, y le pido a Shangó que nunca deje de serlo, para que los cubanos y cubanas no renunciemos a la habilidad de resistir hasta pegarnos con el doble nueve y palo de siguaraya en mano abrir, tapar o romper, ya sabe usted cuáles caminos.

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